Nuestro
mayor conocimiento del Creador nos habilita para compenetrarnos con
Él. Suena obvio que entre más conozcamos algo o a alguien, más
estemos relacionados con aquello o aquel. De lo que se trata aquí es
de aplicar este hecho obvio a algo real y práctico. Eso quiere decir
que hay veces en las que nuestro conocimiento de algo no
necesariamente implica que estemos suficientemente ligados a ello. En
este sentido nos referimos al conocimiento de Dios como nuestra
conexión continua con Él. Esto es lo que queremos dar a
entender cuando llamamos a Moisés nuestro mayor conocimiento del
Creador, ya que él personifica nuestra relación con Él. Esto
explica el papel de Moisés a lo largo de su vida junto con los hijos
de Israel, como lo narran las dos últimas porciones del libro del
Éxodo: “Todo el trabajo del [la construcción del] Tabernáculo de
la Tienda de Asamblea fue completado; los hijos de Israel [lo] habían
hecho según lo que el Eterno había encomendado a Moisés, entonces
lo habían hecho”, “De acuerdo con todo lo que el Eterno había
encomendado a Moisés, lo hicieron los hijos de Israel todo el
trabajo. Moisés vio todo el trabajo y ¡he aquí! Ellos lo hicieron
tal como el Eterno había encomendado, así lo habían hecho.
Entonces Moisés los bendijo a ellos” (Éxodo 39:32, 42-43)
Moisés
nuestro maestro nos muestra cómo funciona la conexión con el
Creador: “Así hizo Moisés de acuerdo a todo lo que el Eterno le
había encomendado, así él [lo] hizo” (40:16) Nuestra conexión
con Dios es toda la razón de nuestra vida porque provenimos de Él y
hacia Él retornamos de las fantasías e ilusiones de ego. Nuestro
conocimiento del Creador es directamente proporcional a nuestra
separación de la agenda de ego. Dicho de otro modo, entre más
vivimos en nuestras ilusiones de grandeza, más lejos estamos de
nuestra verdadera Esencia e identidad. Podría sonar bastante obvia y
lógica la manera en la que debemos abordar nuestra relación con
Dios, pero de hecho depende de nuestro conocimiento de los modos y
atributos con los que Él se relaciona con nosotros y toda Su
Creación. Estas son las maneras como Él revela Su Presencia en
nosotros, porque nuestra Esencia y verdadera identidad emanan de Sus
caminos y atributos que aquí llamamos el Amor de Dios.
Esto
se trata de algo práctico, ya que que nuestra relación con Dios no
es para nada teórica. La Torá nos indica los medios y arbitrios
para vivir plenamente nuestro nexo permanente con Dios. En el primer
Mandamiento que Él nos dio en la salida de Egipto está el punto de
partida: “Aconteció [que] en el primer mes, en el segundo año, en
el primer día del mes, que el Tabernáculo fue establecido”
(40:17) Dijimos en otros comentarios en
este blog que
la renovación de la luna también representa nuestra renovación
como individuos y como Nación. Esto implica que no hay comienzos ni
finales sino renovaciones constantes en nuestras vidas cuando las
consagramos al Creador. Esto explica la inauguración del
Templo en el novilunio del mes cuando el Eterno nos liberó de
Egipto, de la casa de esclavitud. Hay una conexión entre nuestro
nexo permanente con Dios (representado por el Tabernáculo) y la
constante renovación de nuestra relación con Él, como premisa para
abordar la vida en el mundo material. La Torá nos recuerda
frecuentemente que una vez establecemos nuestra conexión con Dios,
Él también está constantemente con nosotros: “Porque la nube del
Eterno estaba sobre el Tabernáculo de día, y había fuego en ella
de noche, ante los ojos de toda la casa de Israel en todas sus
jornadas” (40:38)
Vayajel
y Pekudei narran los detalles de la construcción del Tabernáculo
para enfatizar la importancia de nuestra relación con Dios, porque
sin esta la vida carece de verdadero significado. Los detalles
parecen inclusive redundantes, pero debemos entenderlos mediante lo
que significan respecto a los aspectos y dimensiones de la conciencia
que debemos dirigir y dedicar a nuestra relación con Dios. La idea
no es repetir por repetir, sino destacar y enfatizar el entero
propósito de nuestra existencia. El Tabernáculo como nuestra
conexión permanente con el Creador es precisamente ese propósito.
De ahí que también tengamos que repetir lo que ya hemos dicho
anteriormente respecto a esto. De
hecho ese ha sido y es el propósito de nuestro blog.
Queremos llamar nuestra atención sobre la identidad judía, sus
orígenes, sus significados, y especialmente sus propósitos. La Torá
los contiene e integra a todos para que como judíos
reconozcamos, abracemos y realicemos nuestra Esencia y verdadera
identidad. Esto a diferencia de las ilusiones y fantasías de ego,
como los ídolos que estamos destinados a derrotar con el fin de
entronizar los modos y atributos de Amor en todos los niveles y
dimensiones de la conciencia.
Debemos
insistir en que nuestra relación con Dios se basa en Amor como
nuestro nexo común con Él. Proclamamos este principio antes y
después de recitar “Escucha [entiende] oh Israel, el Eterno es
nuestro Dios, el Eterno es Uno [y Único]”. Entonces citemos el
libro de rezos judíos con la bendición introductoria en la mañana:
“Tú [Dios] nos amas con
un amor infinito,
oh Eterno nuestro Dios (...) Haz que nuestros corazones entiendan,
escuchen, enseñen, cuiden, realicen y mantengan todas las enseñanzas
de Tu Torá con amor
(…) Y Tú nos has acercado a Tu gran Nombre por siempre en verdad,
para agradecerte a Ti, y proclamar Tu Unicidad con amor.
Bendito eres Tú, Eterno, que elige a Su pueblo Israel con amor”.
En la noche proclamamos, “Con amor eterno Tú has amado la casa de
Israel, tu pueblo. (…) Que Tu amor nunca se aparte de nosotros.
Bendito eres Tú, Eterno, que ama a Su pueblo Israel”. Y después
decimos “Amarás
al Eterno tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y todas tus
fuerzas”. Al proclamar la Unicidad de Dios también nos proclamamos
como parte de Él con
Amor.
Así
es como tenemos que entender el Tabernáculo como el tiempo y espacio
más allá de toda comprensión, en donde conocemos nuestra Esencia e
identidad como parte de nuestro Creador. Nos damos cuenta de ellos a
través de Amor como nuestro nexo común con Él. En este
conocimiento no hay fantasías ni ilusiones, porque la única Verdad
en que vivimos es Dios. Y nada más. De ahí que debamos conocerlo a
Él como la Fuente de la que emana todo. Por eso es que estamos aquí.
Esa es nuestra identidad. Ese es nuestro destino.