domingo, 24 de agosto de 2014

La Conciencia Mesiánica en la Profecía Judía (LXXI) Isaías

“Bel se inclinó, Nebo se prostró. Sus ídolos están sobre las bestias, y sobre el ganado; las cosas que lleváis encima son un peso, una carga para la bestia cansada. Se prostran, se inclinan juntas, no pueden llevar la carga; y ellas mismas se perdieron en cautiverio.” (Isaías 46:1-2)

Los ídolos como fantasías e ilusiones de ego son ciertamente cargas que llevamos a expensas de la vitalidad y fuerza de la vida, simbolizadas por el ganado en las metáforas del Profeta. Dios no creó nuestra vida como bestia de carga para llevar ídolos pesados. De ahí que no podamos llevar cargas que no necesitamos y que se convierten en nuestro cautiverio. No hay libertad con cargas que nos separan de nuestra Esencia y verdadera identidad.

“Óyeme, oh casa de Jacob, y todo el remantente de la casa de Israel, venidos [de Mí] desde nacimiento, llevados desde el vientre. Hasta tu ancianidad Yo soy el mismo, aún en tu ancianidad Yo te llevo. Yo [te] hice, y Yo [te] cargo. Sí, Yo [te] sostengo, y Yo [te] redimo.” (46:3-4)

Parece que dudamos no sólo del poder y dominio de nuestro Creador sobre Su Creación, sino también de Su amorosa bondad con la cual la sostiene. Nos resistimos a Su Amor cuando Él repetidamente nos llama para retornar a Sus caminos y atributos. Dios claramente nos dice que somos parte de Él, porque nos llevó desde el vientre. Somos Sus hijos que ama, ya que nos ha formado, cargado, sostenido y redimido, a pesar de nuestra elección de separarnos de Él. ¡Este es el más grande Amor de todos!

El Profeta prosigue citando a Dios (46:5-9) reiterando otra vez Su dominio sobre toda Su Creación, para hacernos conscientes de la futilidad en crear dioses de oro y plata. Estos son los ídolos de los que dependemos, que nunca nos van a librar de las adicciones, apegos y obsesiones que tenemos por ellos. Una vez más Dios señala las fantasías e ilusiones de ego que nos separan de Él, y nos recuerda que Él es la causa y propósito de todo lo que existe:

“Yo soy Dios y no hay nada más, Yo soy Dios y no hay nada como Yo que declara el final desde el principio, y desde la antigüedad cosas que aún no acontecen, diciendo: 'Mi consejo siempre perdurará, y lo que Me complace Yo hago'.” (46:9-11)

Esta proclamación debería resonar en cada dimensión de la conciencia, ya que la razón, causa y finalidad de lo que existe es Dios. Todo lo demás es la ilusión que creamos a partir de Su Creación. De ahí que “no hay nada más” y “no hay como Dios”. La Torá es Su instrucción para ser, tener y hacer dentro de los límites de nuestra sabiduría, entendimiento y conocimiento. Así nos hacemos conscientes en el mundo material de lo que es nuestra Esencia y verdadera identidad. La Torá es el consejo de Dios que perdurará de acuerdo a Su voluntad.

En este conocimiento debemos comprender y manifestar nuestro nexo y relación con el Creador. Así disipamos las nubes de nuestras ilusiones y fantasías materialistas, y comenzamos a vivir bajo el cielo despejado de la rectitud como causa y efecto de los modos y atributos de Amor, que son el bien que Dios quiere hacer prevalecer en el mundo. Esta es la cercanía a Su rectitud que no está lejos de nuestra conciencia, porque ya sabemos lo que es el bien.

“Oídme, vosotros de corazón duro, alejados de la rectitud. Yo [os] acerco Mi rectitud, que no está lejos, y Mi redención que no tarda. Y Yo pondré redención en Sión para Israel Mi gloria.” (46:12-13)

Así nos damos cuenta que el bien es nuestra Redención. Nos redimimos con lo bueno de lo cual nos creó el Amor de Dios. Este conocimiento es Sión como nuestra conexión permanente con Él. En Sión honramos y glorificamos a Dios, porque somos el bien con el que lo glorificamos.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.