miércoles, 2 de noviembre de 2016

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XI)

“Mi Amado es mío, y yo soy de Él que se deleita entre las rosas. Hasta que el día comience y las sombras se hayan disipado. Vuélvete Amado mío y sé como un venado o un cervatillo sobre los montes de separación.” (2:16-17)

Vemos aquí otra dulce declaración de amor entre Dios e Israel, cargada de totalidad, entereza y completación, tal como lo son lo infinito y la eternidad. Esta es una relación amorosa que se extiende más allá de tiempo y espacio. La misma trasciende lo que podemos concebir, asimilar o comprender. De ahí que Israel deba ser consciente de lo que todo este representa en términos de su identidad como individuos judíos y como nación judía.

La clave para abordar y asimilar esa identidad es entendiendo los caminos y atributos de Dios, y cómo Él mediante Su amor se relaciona con toda Su creación. Porque amor es el centro, la base y el fundamento de todo lo que Él ha creado en aras de Su amor. Al comenzar a asimilar el alcance del amor de Dios, nos damos cuenta de nuestro amor por Él y de Su amor por nosotros.

El amor compartido entre Dios e Israel tiene un propósito en la vida humana y en el mundo. Al Israel crear un espacio en el mundo (comenzando con nuestra propia conciencia individual) para que Dios viva entre (en) nosotros, Él también nos revela Su presencia para que entremos en la trascendencia de Su amor.

Así también nos hacemos conscientes de que Dios es nuestro y nosotros somos de Él, como lo es Su amor y nuestro amor, el uno para el otro. Para asimilar esto plenamente, primero debemos encontrar la esencia de nuestro amor como una extensión del amor de Dios. Al hacerlo podremos saber verdaderamente cómo amar a Dios.

Este es el comienzo de nuestra redención final. En este sentido, la reciprocidad es fundamental en nuestra relación con Dios. Él constantemente nos manifiesta Su amor de muchas maneras, comenzando por el aire que respiramos. Entonces estamos destinados a reciprocar, emulando y honrando lo mejor que podamos la abundante amorosa bondad de Sus caminos y atributos. Así es como lo amamos de vuelta.

Este amor compartido se deleita entre rosas que representan la belleza y fragancia de los modos y atributos de amor, como complementos de los caminos y atributos del Creador, destinados a prevalecer y reinar en toda la humanidad y en el mundo por la eternidad que nos espera. Esta es la fundación de la era mesiánica tras dejar atrás los desechos de nuestras fantasías e ilusiones junto con sus tinieblas.

Otra vez el Creador invita a Israel a asumir plenamente su verdadera identidad, representada por el venado y el cervatillo mencionados antes en este poema, y reunirse con su Amado sobre los montes de separación. Esto se refiere a dos montañas separadas que se desprendieron de la montaña, tal como está literalmente el hebreo original en la última parte del versículo final en este capítulo, “sobre las montañas de la montaña”.

“La montaña” o “el monte” es el símbolo común de Sión y el Templo de Jerusalén, mencionados por los profetas judíos respecto a la promesa de Dios para la redención final: “Redentores habrán subido al monte de Sión para juzgar al monte de Esaú, y del Eterno ha sido el reinado.” (Ovadia 1:21)

Hay dos montañas como la dualidad dividida en nuestra actual conciencia humana, reflejada en la constante confrontación entre el bien y el mal para controlar las expresiones en la vida. Este enfrentamiento cesará cuando el poder redentor del amor de Dios sea revelado a Israel ante las naciones.


Este reforzado poder del amor redentor se verá manifiesto en la renovada fortaleza de las tendencias y rasgos positivos en la conciencia que eliminarán todas las formas de maldad de la faz de la tierra. Estos serán los redentores que ascenderán a la montaña de Sión para juzgar (encauzar y conducir) la montaña de Esaú.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.