domingo, 5 de febrero de 2017

El Cantar de los Cantares: La Historia de Amor entre Dios e Israel (XXV)

“Yo no supe [de] mi alma, que mi alma me hizo como carrozas para mi pueblo, Nadib.” (Cantar de los Cantares 6:12)

Israel responde a las evocaciones de Dios, admitiendo que en su largo y tenebroso exilio ella se alienó y asimiló lo suficiente como para desconocer su propia alma.

En el exilio, Israel ha tenido la tendencia a perder el conocimiento de su esencia y verdadera identidad. En vez de asumir la responsabilidad por su separación de los caminos y atributos del Creador, y las consecuencias de sus decisiones negativas, Israel lo culpa a Él de su predicamento bajo las naciones.

Cuando permitimos las fantasías e ilusiones de ego, estas se convierten en regidoras de nuestro libre albedrío. En ese predicamento nos hacemos vulnerables ante aquellos controlados por tendencias y rasgos negativos. Nuestra libertad completa está en los modos y atributos de amor, con los que estamos plenos y sin carencias. Así los hacemos los regidores que traen las bendiciones que el amor de Dios quiere que disfrutemos en el mundo material y en todas las expresiones de la vida.

Debemos ser conscientes de que también podemos bendecirnos a nosotros mismos para así ser la bendición que queremos ser para poder bendecir a otros. Nuestros pensamientos, palabras y acciones tienen el potencial para reflejar nuestras bendiciones o maldiciones. Tendencias y rasgos negativos son de hecho maldiciones que nos convierten en maldad para nosotros y para los demás. Las maldiciones no sólo vienen de nuestro entorno sino también de nosotros mismos. Así entendemos la advertencia del rey David.

“Los ídolos de las naciones son plata y oro, la obra de las manos de los hombres. Tienen bocas pero no hablan, tienen ojos pero no ven, tienen orejas pero no oyen, ni aliento en sus bocas. Aquellos que los hacen se volverán como ellos; sí, todos los que confían en ellos.” (Salmos 135:15-18)

Los ídolos, vistos como fantasías e ilusiones de ego con sus tendencias negativas, son las maldiciones que traemos a nosotros para gobernar y controlar nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Cuando estos nos convierten en ellos nos volvemos la personificación de la envidia, codicia, lujuria, ira, soberbia, indiferencia o indolencia, entre otros rasgos malditos.

Entonces nos damos cuenta que las bendiciones de los modos y atributos de amor nos elevan, mientras que las maldiciones de tendencias y rasgos negativos nos mantienen prisioneros de la superficialidad y futilidad de las fantasías e ilusiones de ego.

Debemos compenetrarnos constantemente con lo bueno para que las bendiciones fluyan en nosotros, para nosotros y para otros, y para cumplir el propósito de nuestra alma que es hacer prevalecer el bien en la vida humana y el mundo material. Mantenemos este constante fluir siendo y haciendo el bien, permitiéndonos ser su vasija y canal, siendo conscientes de que el bien proviene del amor de Dios. Así entendemos que la causa de Su creación es el bien, y que el propósito y finalidad de Su creación es el bien, tal como está escrito.

“Todo lo que el Eterno ha hecho [es] por Su propósito.” (Proverbios 16:4)

“Y el Eterno vio todo lo que Él hizo; y he aquí, muy bueno.” (Génesis 1:31)

“(...) que el Eterno se regocije en Sus obras.” (Salmos 104:31)

El bien ciertamente se regocija en el bien. Hemos mencionado frecuentemente que nuestra total plenitud en cada aspecto de la vida es completa únicamente con el bien que emana del amor de Dios. Esto lo logramos con nuestro constante deseo del bien compenetrándonos con Su amorosa bondad.

“(…) Tú [Eterno] abres Tu mano y satisfaces el deseo de todos lo viviente.” (Ibíd. 145:16)

“El Eterno desea a quienes lo reverencian, aquellos que ansían Su amorosa bondad.” (Ibíd. 147:11)
                    
Así también nos hacemos conscientes de la trascendencia del bien, la cual lo hace perfecto.

“Todos los llamados [creados] en Mi Nombre, y que Yo los he creado por Mi gloria [bien]; Yo lo he creado, Yo lo hice [perfecto].” (Isaías 43:7)

Las fantasías e ilusiones materialistas empañan el conocimiento de nuestra esencia y verdadera identidad, mientras que los modos de amor nos otorgan la claridad para elevar nuestra conciencia a planos elevados donde somos capaces de revelar la presencia ocultada del Creador. Previo a nuestro viaje hacia el conocimiento de los caminos y atributos de Dios debemos conocer los nuestros. Sólo entonces podremos ser conscientes de la fortaleza de nuestro conocimiento de amor, de las flaquezas de nuestros temores y sentimientos de carencia; de los potenciales creativos para traer y manifestar el bien en lo que somos y hacemos; y de las limitaciones de ideas, emociones y sentimientos negativos.

De esta manera aprendemos que lo que más nos acerca a nuestro Creador es el bien, y que nos separa de Él aquello que no es bueno. Entonces sí comenzamos el viaje hacia refinar nuestra conciencia y cuerpo físico, eliminando y evitando rasgos negativos; reorientando nuestros impulsos básicos, tendencias y potencias creadoras; y fortaleciendo nuestras cualidades positivas para con ellas guiar todas las expresiones de la vida.

Esta auto-refinación es de hecho la premisa para abordar los caminos y atributos de Dios; porque, como hemos indicado, solamente mediante el bien podemos compenetrarnos con Él. De ahí que nos comprometamos con el conocimiento de nuestra identidad como bien, ya que de este proviene el alma y es la única referencia que esta tiene para involucrarse en el mundo material. Así vemos que el propósito del alma es encontrar bien como el lugar que le es conocido, antes de entrar en la conciencia humana.

Evidentemente el mundo material no es apto para la altura del alma, por ello esta procura hacer del plano físico una reflexión del plano espiritual. Entonces nosotros como almas tenemos que perseguir el bien permanentemente y en todas las formas posibles. Así asimilamos que “los caminos [modos] del mundo son Suyos” (Habacuc 3:6), porque todos ellos son los caminos de Su bondad. El alma encuentra sus caminos en los modos y atributos de su Creador, para los cuales está destinada en el mundo.

“Ciertamente hay un espíritu en el hombre, y el aliento del Todopoderoso les da entendimiento. (Job 32:8)

Como hemos indicado antes, el alma como intelecto puro comienza su proceso analizando la naturaleza de la conciencia humana a través de la dinámica de los rasgos positivos y negativos, y sus expresiones y efectos; y seleccionando aquellos compatibles e inherentes al alma. Esto lo hace en todos los niveles de conciencia, desde la mente y los pensamientos pasando por las emociones, sentimientos, pasiones e instintos, separándolos de todo lo opuesto al bien de los modos y atributos de amor.

Debemos ser tan prácticos, empíricos y pragmáticos como podamos para aprender del bien que proviene de acciones y cualidades positivas, al igual que de lo opuesto a estas. Así podemos ejecutar eficientemente cambio en nuestra conciencia y entorno, a menos que nos encadenemos al repetitivo círculo vicioso de obsesiones, apegos y adicciones a ideas, pensamientos, emociones y sentimientos destructivos.

El alma es la que en verdad conduce el refinamiento de la conciencia humana hacia su cometido de compenetrarse permanentemente con el Creador mientras se encuentra en este mundo. No debemos permitir que el alma como nuestra esencia y verdadera identidad esté atrapada en las expresiones y tendencias negativas de las fantasías e ilusiones de ego, ya que estas no son su lugar.

El alma nos ofrece intelecto y discernimiento necesarios para eliminarlas completamente y permitirle manifestar sus cualidades y origen divino, como extensiones del amor de Dios. Este es uno de los significados de la misión de Israel de crear un lugar para Dios habite entre (en) nosotros.


Israel reconoce ante Dios (llamado aquí Nadib, Benefactor) su elección de caer en tendencias y rasgos negativos. Esta caída, representada por el exilio entre las naciones, convirtió en vasallos (“carrozas”) a Su pueblo.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.