lunes, 7 de agosto de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (X)

“Y vi que no hay nada mejor [lit. bien] que el hombre se regocije en sus obras, porque esa es su porción. Porque, ¿quién lo traerá para ver lo que será después de él?
(Eclesiastés 3:22)

El bien debe caracterizar todas las obras del hombre en su vida, porque el bien es su porción para regocijarse en esta. Hemos oído el proverbio de “haz bien y no mires a quién”, ya que el bien conoce sus modos y propósito, y no depende de nuestro control. El bien es autosuficiente y sirve su propio propósito. Nosotros sólo somos sus medios o vehículos, lo cual de por sí es nuestra propia recompensa.

“¿Quién es rico? Aquel que es feliz con su porción.” (Pirké Avot 4:1)

Nuestros sabios enseñan que la humildad es la vasija del bien, lo que quiere decir que nosotros no lo poseemos sino que nos posee a nosotros. En este sentido no necesitamos “ver lo que será después”. Del mismo modo, no deberíamos tener expectativas por el hecho de ser vasijas para el bien. Como ya lo hemos dicho, el bien es su propia recompensa.

Este versículo enseña que el bien es la razón de nuestro placer y deleite, porque nos regocijamos en sus modos y atributos provenientes del amor de Dios. El rey Salomón reitera que el bien es la única razón para vivir, y es opuesto a la vanidad y futilidad de las fantasías e ilusiones de ego.

“Pero yo regresé y vi todos los oprimidos que son hechos [así] bajo el sol. Y he aquí, las lágrimas de los oprimidos y no tienen consolador; y de la mano de sus opresores hay poder, pero no tienen consolador.
(Eclesiastés 4:1)

Debemos investigar las causas de nuestra opresión en este mundo, y también los modos y medios de nuestra liberación como el “consolador” que añoramos. Puede que haya algunos que nos opriman u obliguen contra nuestra voluntad por diversas razones.

También hay otras causas de nuestras aflicciones que infligimos sobre nosotros, tales como adicciones, apegos y obsesiones que tienen un impacto negativa en nuestros pensamientos, emociones o nuestro cuerpo físico. La separación del bien como nuestro nexo con el Creador es nuestra mayor aflicción.

“Su inmundicia ha estado en sus faldas, ella no ha recordado como acabó. Por lo tanto cae estupefacta, ella no tiene consolador. Mira, oh Eterno, mi aflicción; porque el enemigo se ha engrandecido. (Jeremías 13:17)


El rey Salomón nos invita a reflexionar acerca de las fuentes de la vanidad como fantasías e ilusiones derivadas de creencias o sentimientos de carencia. En todo caso, debemos regresar a la realidad del amor mediante el bien de sus modos y atributos, una vez nos hagamos plenamente conscientes de la ilusión de la vanidad.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.