domingo, 3 de septiembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XIV)

“Vi todo [en] el que camina bajo el sol, con el segundo hijo que crecerá en su lugar. No hay final para toda la gente, a todos los que fueron antes de ellos; también los últimos no se regocijarán en él, porque esto también es vanidad y frustración. (Eclesiastés 4:15-16)

Mientras que “caminamos bajo el sol”, en este mundo material, estamos sujetos a vivir de acuerdo con las decisiones tomadas cada vez que podamos ejercer el libre albedrío. Fijamos nuestros límites basados en nuestra capacidad de discernir entre el bien y el mal, y las prioridades que tengamos ya sea viviendo en los modos y atributos del bien o en las fantasías e ilusiones de ego.

En momentos de aflicción tenemos que mantener el conocimiento de que el bien proveniente del amor de Dios es nuestra liberación, tal como lo indica el salmista.

“Muéstrame Tus caminos, oh Eterno, enséñame Tus sendas. Guíame en Tu verdad e instrúyeme, porque Tú eres el Dios de mi redención. En Ti espero todo el día. Recuerda Tu compasión y amorosa verdad, oh Eterno, porque estas han existido desde siempre.(Salmos 25:4-5)

Una vez establezcamos nuestras prioridades y tomemos decisiones, estaremos sujetos a estas y viviremos por y para estas. Cada acción o creación (incluyendo tener hijos) también estarán regidos por estas y seguirá siendo así bajo el predicamento de vanidad y frustración que conllevan.

Nuestros sabios también llaman “hijos” a nuestras obras o invenciones, para indicarnos que todas nuestras acciones tienen consecuencias y que más vale pensar más de dos veces cuáles son nuestras prioridades reales y las decisiones a tomar en la vida. Así nos hacemos conscientes de que lo que realmente importa es el bien como nuestro verdadero sustento, plenitud y alegría.

“Mira tus pies cuando vayas a la casa del Eterno, y alístate para obedecer en vez de los necios que traen ofrendas de sacrificio, porque ellos no saben el mal que hacen. (Eclesiastés 4:17)

Hemos señalado a menudo que la “casa” representa nuestra conciencia y lo que tenemos o hemos puesto en esta. En este versículo “la casa de Dios” son los modos y atributos que el Creador quiere compartir con nosotros como parte de nuestra esencia e identidad.

“Envíame Tu luz y Tu verdad. Que estas me guíen, me lleven a Tu sagrado monte y a las moradas de Tu presencia. Para ir al altar del Eterno, a Dios, la alegría de mi regocijo. Y he de agradecerte con arpa, oh Eterno, mi Dios. (Salmos 43:3-4)

Venir a Su casa significa abrazar todas las formas y expresiones del bien, paz, gracia, compasión, lentitud para la ira, abundancia de amorosa bondad y verdad, como rasgos y cualidades con las que Dios dirige Su creación y se relaciona con esta (ver los atributos de compasión de Dios en Éxodo 34:6-7). Estos son la luz y la verdad que nos conducen a Él.

Para tener una vida inspirada, sustentada y dirigida por esos atributos como nexo común con nuestro Creador, tenemos que “mirar nuestros pies” permitiendo que nuestro discernimiento y juicio adoptar constantemente todas las expresiones del bien en cada decisión que tomamos.

Vivimos en la “casa de Dios” al seguir (“obedecer”) los principios que nos unen a Él. Así asimilamos que las decisiones de nuestra necedad no son las “ofrendas de sacrificio” que traemos a Él, porque tarde o temprano nos haremos conscientes de que una actitud egocéntrica ante la vida tiene efectos negativos como el mal del que parecemos no reconocer.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.