domingo, 10 de septiembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XV)

“No seas irritante con tu boca, y que tu corazón no se apresure a expresar una palabra ante Dios, porque el Eterno está en el cielo y tú estás en la tierra. Por lo tanto que tus palabras sean pocas porque un sueño viene con mucha ansiedad, y la voz del necio con muchas palabras. (Eclesiastés 5:1-2)

Sabemos que el pensamiento precede a las palabras y a la acción, excepto para aquellos que hablan y actúan antes de pensar. Generalmente queremos que nuestras palabras reflejen fielmente nuestros pensamientos e intenciones para no dar la impresión equivocada, y aún más cuando nos comunicamos con Dios “que está en el cielo”. Aquí entendemos que nuestra comunicación con Él debe estar más allá de nuestra concepción humana de lo divino.

“‘Porque Mis pensamientos no son tus pensamientos, ni tus caminos Mis caminos’, dice el Eterno. ‘Porque altos están los cielos sobre la tierra, así de altos han sido Mis caminos encima de tus caminos, y Mis pensamientos encima de tus pensamientos’. (Isaías 55:8-9)

Como hemos dicho antes, debemos relacionarnos con Dios a través de los modos y atributos con los que Él quiere que lo emulemos. Así podremos hacer de este mundo un lugar donde Él more con [en] nosotros.

Mientras que continuemos viviendo en las fantasías e ilusiones de ego, nuestros pensamientos, sueños, palabras y acciones también reflejarán su vanidad, vejación y frustración, como la futilidad de la vida de un necio.

“Cuando jures en nombre del Eterno, no demores en pagar porque a Él no le complacen los necios; lo que prometas lo cumples [lit. pagues]. Es mejor que no jures, que prometas y no lo pagues. (Eclesiastés 5:3-4)

Nuestras palabras y acciones reflejan lo que somos, a pesar nuestro. Nos guste o no, tarde o temprano rendiremos cuentas por lo que decimos o hacemos los unos a otros, incluido Dios. En este sentido somos responsables ante Él, ya que estamos supuestos a pensar, hablar y actuar de acuerdo a lo que nos une a Él.

“Y yo, con voz de gratitud, elevo mi sacrificio a Ti. Lo que he prometido lo cumplo, la redención es del Eterno. (Jonás 2:9)

Si creemos y perseguimos el bien, debemos responder al bien y a nada más, y más aún si proclamamos que somos buenos. Si no somos capaces de vivir por este principio, mejor no comprometernos a este como lo sugiere el versículo.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.