domingo, 1 de octubre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XVIII)

“Hay un severo mal que he visto bajo el sol, [las] riquezas guardadas por su dueño para su propio daño. Y esas riquezas se pierden por designio del mal, y aquel tendrá un hijo que no tendrá nada en su mano.” (Eclesiastés 5:12-13)

Tenemos que identificar lo que nos afecta y lo que nos cuida, y cuáles son las verdaderas riquezas que debemos perseguir en la vida. Una vez asimilemos que el bien es la causa y propósito de la creación de Dios, este se convierte en nuestro objeto más preciado; en vez de todo lo demás que creemos o sentimos es mejor para nosotros, basado en fantasías e ilusiones de ego.

“Así como dejó el vientre de su madre, desnudo regresará como vino; y no cargará nada de su labor que habrá tomado en su mano. Y esto también es un severo mal que así como vino habrá de irse y, ¿qué provecho tiene él al haber laborado para el viento? También todos sus días come en las tinieblas y él tiene mucha vejación, y enfermedad e ira. (5:14-16)

Los deseos materialistas derivados de fantasías e ilusiones de ego están destinados perderse debido a la futilidad de su naturaleza. Esto nos obliga a apreciar, valorar y estimar el bien como la verdadera herencia para nuestros hijos y generaciones por venir.

El bien es por lo que debemos laborar y dedicar todos nuestros esfuerzos, para “comer” en su luz en aras de la mayor satisfacción de todas, y separarnos de la vejación, enfermedad y frustración de tener una vida sin significado.

“He aquí que yo vi; sí, es bueno y es hermoso, comer y beber y vivir el bien con toda la labor de quien labora bajo el sol, el número de los días de su vida que el Eterno le dio, porque esa es su porción. (5:17)

El bien es la porción que el Creador nos ha dado para disfrutarlo en toda Su creación. Esto quiere decir que el bien debe acompañar todos los aspectos, facetas y expresiones de la vida, al “comer, beber y vivir” en todo lo que pensamos, creamos y hacemos en el mundo material.

Este versículo nos dice que el bien debe abarcar todos los días de nuestra vida, haciéndola parte integral de la existencia que Dios nos ha dado.

“También cada hombre a quien el Eterno ha dado riquezas y propiedad, y le ha dado poder para comer de ahí, y tomar su porción y regocijarse con su labor, que es un regalo del Eterno. Para que recuerde que los días de su vida no son muchos, porque el Eterno es testimonio de la alegría de su corazón.
(5:18-19)

Se nos recuerda otra vez que la algría de nuestra vida (“corazón”) es el bien como principio rector de Dios en Su creación. El bien es el testimonio de Dios en nosotros, y estamos encomendados a serlo y tenerlo como la esencia de todas las posesiones y poder que podamos adquirir laborando bajo el sol, porque es el regalo del Creador para ser disfrutado constantemente a pesar del número de días que podamos vivir.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.