lunes, 9 de octubre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XIX)

“Existe un mal que he visto bajo el sol, y que es prevalente entre los hombres. Un hombre a quien el Eterno da riquezas y propiedad y honor, y su alma no carece de nada de lo que él desea, y el Eterno no lo induce a comer de él, pero un extraño lo come; esto es vanidad y una dolorosa aflicción.    (Eclesiastés 6:1-2)

El rey Salomón nos recuerda que el mal es solamente la referencia creada por Dios para que elijamos el bien, con el fin de poder ejercer el libre albedrío y seguir siendo libres, porque en el bien está nuestra libertad.

El mal continúa siendo prevalente mientras que vivamos en las dualidades de las que debemos elegir todo el tiempo. De esta manera abordamos la vida mediante el principio ético que ordena el bien cuando estamos ante lo positivo y lo negativo, verdadero y falso, constructivo y destructivo, útil e inútil, placentero y desagradable, dulce y amargo, alegre y triste, et al.

Hemos dicho que el bien es el origen, la causa, razón y propósito de la creación de Dios. Es lo que procuramos y encontramos en todo lo que Dios nos da como posesiones, “propiedad, riqueza y honor”, de las que no carecemos de nada, excepto por lo “extraño” en pensamientos, deseos, codicia o lujuria ajenos a nosotros que son motivados por las fantasías e ilusiones de ego que solamente son las vanidades que se convertirán en dolorosas aflicciones que causan nuestros apegos, obsesiones y adicciones.

“Pueda un hombre tener cien [hijos] y vivir muchos años, y tenga mucho a lo largo de los días de sus años, pero su alma no se sacie de todo lo bueno ni tenga una sepultura. Yo he dicho que un niño nacido muerto es mejor que él. Porque él nace de la vanidad y anda en las tinieblas, y en oscuridad se cubre su nombre. (6:3-4)

En nuestras vanidades, no importa la plenitud ni la satisfacción que podamos tener en este mundo, como algo supuestamente bueno, sin el verdadero bien jamás estaremos saciados.

Aquello que creamos que es bueno, proveniente de deseos materialistas, nos mantendrá en las tinieblas de las vanidades que son nuestro “nombre” como aquello que somos y buscamos.

“Más aun, el que no vio el sol ni lo conoció; este tiene más satisfacción que el otro. Y aún si ha vivido mil años y no tuvo ningún placer, ¿acaso no van todos al mismo lugar? Todo lo que una persona trabaja es para su boca, ¿y acaso se sacia el apetito? (6:5-7)

Estos versículos nos hacen conscientes de los patrones repetitivos de las vanidades que son una vejación para el alma, atrapada en sus círculos y regresando al mismo lugar. Lo que decimos usualmente refleja nuestros deseos para los que trabajamos, y su futilidad es la razón de nuestra insatisfacción.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.