lunes, 13 de noviembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXIV)

“Conduje mi corazón para conocer, investigar y buscar sabiduría, y la razón de las cosas, y para conocer la maldad de la necedad, y la necedad y la locura. Y encuentro, más amargo que la muerte, la mujer cuyo corazón es trampas y redes, sus manos son ataduras; quien es bueno en los ojos del Eterno escapará de ella, y el pecador será prisionero de ella. (Eclesiastés 7:25-26)

No podemos asimilar las razones de una conducta descontrolada, y más aún en los demás. El caso presentado aquí de manipulaciones con maldad refleja lo que puede hacer la gente cegada por un entendimiento equivocado de la vida, donde el bien no existe. Los que comparten ese mismo predicamento viven atrapados en el destino destructivo de vivir carentes de bien.

“Mira, esto he encontrado, dice Kohelet, sumando uno con otro para averiguar la cuenta que mi alma ha buscado pero sin determinarlo. Un hombre entre un millar he encontrado, pero una mujer entre tantos no he encontrado. Mira, sólo este he encontrado, porque el Eterno creó al hombre recto, pero han buscado muchas intrigas. (7:27-29)

Las estadísticas presentadas por Kohelet son decepcionantes en un mundo donde el bien es el principio rector en la creación de Dios. Lo cual nos hace reflexionar en torno a las razones que puedan tener los seres humanos para seguir tendencias y rasgos negativos derivados de fantasías e ilusiones de ego como las “muchas intrigas” que se apresuran a elegir lo negativo en vez de la rectitud de los modos y atributos del bien.

Las intrigas incitan manipulaciones alentadas por creencias o sentimientos de carencia que nos empujan a controlar a otros para obtener lo que creemos satisfará nuestra envidia, codicia, lujuria, ira y soberbia.

Mientras despreciemos el bien como la fuente de abundancia para todo lo que necesitemos, queramos y deseemos dentro de lo recto y lo justo, seguiremos viviendo en las prisiones de fantasías e ilusiones.

“¿Quién es como el sabio? ¿Y quién sabe la interpretación de una cosa? La sabiduría de un hombre hace resplandecer su rostro, y cambia la determinación de su rostro. (8:1)

Hemos dicho que el bien es el principio que define las cualidades de la sabiduría que nos conduce a entender (“interpretar”) lo que abordamos en la vida.

El versículo trae la luz como una abstracción del bien con el fin de enseñarnos que nuestra sabiduría debe reflejarlo como el resplandor que puede irradiar un rostro. Esto nos recuerda la segunda de las tres bendiciones sacerdotales en la Torá.

“Resplandezca el Eterno Su rostro sobre ti y te agracie.” (Números 6:25)

Sabemos que en el judaísmo los principios y atributos divinos son comparados simbólicamente con rasgos y otras cualidades materiales como un rostro, luz, manos, oscuridad, ojos, corona, etc. De ahí que la luz de Dios esté relacionada con el bien con el cual Dios crea, dirige y sustenta Sus obras, que nos reviste con la gracia inherente a éste.

Mientras que vivamos en, con y por el bien, el rostro que representa nuestra identidad cambia para que reflejemos lo que realmente somos con la “determinación” necesaria para afrontar todos los aspectos de la vida.

“Yo [te aconsejo]: cumple el mandato del Rey y aquello respecto al juramento del Eterno. (Eclesiastés 8:2)

Ejercemos nuestra identidad judía cumpliendo las instrucciones y mandamientos de Dios, lo cual es el juramento o Pacto que tenemos con Él. La Torá dice que somos Su pueblo elegido y esto nos obliga a elegir Su voluntad para cumplir nuestra alianza con Él.

Éste y los demás versículos de la Biblia hebrea son presentados en el contexto de ser, tener y hacer el bien como finalidad de ese Pacto.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.