domingo, 19 de noviembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXV)

“No te apresures en salir de Su presencia, no pares ante algo malo; porque Él hace lo que plazca. (Eclesiastés 8:3)

Una vez más se nos recuerda permanecer en el bien por tratarse del reflejo de la presencia de Dios en Su creación, porque en este conocimiento no hay mal.

Nuevamente nos hacemos conscientes de que la maldad es la referencia constante para que elijamos el bien, hasta que llegue el día de la redención final en el judaísmo cuando el mal desaparecerá de la faz de la tierra.

Mientras tanto estamos aquí para elegir permanentemente lo positivo y no lo que nos plazca, porque esto último es un privilegio solamente del Creador de todo lo que existe.

“Porque mientras la palabra del Rey tenga poder, ¿quién podría decirle ‘qué hacer’? El que cumple el mandamiento no conoce ninguna cosa mala, y el sabio de corazón discierne en torno al tiempo y al juicio. (8:4-5)

El bien es la voluntad del Creador, la cual abarca todo, para cada decisión que tomamos momento a momento, y también es el poder en Su palabra. Su pueblo elegido está destinado a igualmente elegir Su voluntad y hacer lo que es ajeno al bien, porque este no cohabita con el mal.

En el bien como principio rector de la sabiduría nacemos para discernir y actuar con juicio porque el bien es la razón y propósito de la vida en este mundo.

“Porque para todo asunto hay un tiempo y un juicio, porque la maldad del hombre está encima de él. Porque no sabe lo que será; ya que cuando llegue a acontecer, ¿quién se lo anunciará? (8:6-7)

Ya hemos mencionado que debemos afrontar cada situación y asunto con la actitud apropiada que siempre procure el bien como nuestro juicio para actuar y responder de acuerdo a lo correcto para cada circunstancia.

Debemos vivir en este conocimiento porque la maldad está constantemente llamando, por ser la otra opción contra la que estamos instruidos por decreto divino evitar o transformarla en una expresión positiva.

Así seremos capaces de evitar los efectos, resultados o consecuencias de las decisiones negativas, acerca de las cuales no siempre estamos conscientes de lo que pueda salir de ellas, especialmente si no hay nadie que nos aconseje contra estas.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.