domingo, 20 de noviembre de 2011

Toldot: Uniendo la Conciencia

La conciencia abarca diversos aspectos, niveles y dimensiones. Si no somos capaces de integrarlos como una unidad armónica funcional, podemos tener dificultades para afrontar el mundo en que vivimos. La mayoría de la gente no puede lograr tal unidad armónica porque no es fácil conciliar mente con emociones, intelecto con pasión, o sentimientos con instintos. Se hace aún más difícil cuando los deseos e ilusiones de ego ocupan la mayor parte de la conciencia. A veces la vida se reduce a un campo de eterna batalla entre los elementos que conforman la conciencia humana.

Y los niños [hijos] luchaban dentro de ella” (Génesis 25:22) Rashi comenta sobre este versículo diciendo que ellos luchaban por la herencia tanto del Cielo como de la Tierra. Esto lo entendemos como ocurrió en su vida adulta, cuando Jacob gana las bendiciones que lo hicieron heredero de ambos mundos. Pareciera que la lucha con su hermano era por todo o nada, como en verdad lo fue. La disputa de Esaú y Jacob comenzó aun antes de que nacieran, lo cual nos hace reflexionar en los profundos significados que ambos hermanos representan. Resulta evidente que son polos opuestos porque tienen visiones diferentes sobre el mundo material (Tierra) y el Mundo Venidero (Cielo).

Podemos deducir de esta lucha por “todo o nada”, que “todo” implica unidad o algo en su totalidad. De ahí que Cielo y Tierra sean las dos partes del todo por el que los hermanos luchaban. Esta es una premisa esencial para que asimilar que no hay separación en la Creación de Dios o en nuestra conciencia, aún sabiendo que hay diversos aspectos, niveles y dimensiones que son parte de ellas. Esto nos ayuda a entender por qué, sin tener una conciencia formada, los gemelos luchaban en el vientre de su madre por heredar las bendiciones de la Creación entera.

Nuestro conocimiento de unidad es más fácil de asimilar desde una conciencia espiritual que desde una perspectiva material. “Y el Eterno le dijo a ella, 'Dos naciones están en tu vientre, y dos reinos se separarán de tus entrañas; y un reino será más poderoso que el otro reino, y el mayor servirá al menor'.” (25:23) Separación y oposición marcaron la pauta de dos concepciones y visiones diferentes de la Creación de Dios. Ninguna se supone supeditada a la otra, excepto por el decreto Divino de que uno ha de servir al otro. Aquí está la clave que nos hace asimilar lo que nos planteamos antes. Para que uno herede ambos mundos, el otro tendrá que servirle. En otras palabras, prevalecemos en un conflicto si la parte oponente está de acuerdo con nuestra visión y coopera con ella. Logramos una unidad armónica funcional cuando todas las partes involucradas están integradas en una causa común, en la que todos ganan y no hay perdedores.

Esto quiere decir que si enfrentamos una situación, ya sea entre “blanco o “negro”, no buscamos el “gris” para reconciliar las partes opuestas sino que participamos en un discernimiento para presentar lo bueno de lo “positivo” a lo malo de lo “negativo”. Una vez todos experimentamos lo “positivo”, todos abandonamos lo “negativo” a partir de nuestra experiencia individual y colectiva de lo que es correcto e incorrecto, falso y verdadero, etc. Hemos dicho que el bien y el mal son referencias para ejercer nuestro libre albedrío, y mediante nuestra experiencia de ambos tomamos nuestras decisiones.

En este sentido discernimos lo que llamamos una unidad armónica, funcional y viable, cuando tratamos con la totalidad de nuestra conciencia. Nos damos cuenta que cada aspecto de ella debe actuar con una dirección común para vivir la vida en el mundo material como una reflexión o proyección del Mundo Venidero. Así es como ganamos en nuestra lucha por heredar las bendiciones de ambos mundos. De hecho es una lucha, un esfuerzo constante para hacer prevalecer lo positivo sobre lo negativo, el bien sobre el mal, lo útil sobre lo inútil. Este es el legado que abrazó Jacob aún antes de nacer, luchando toda su vida para hacer prevalecer la Verdad; y es también el legado para sus descendientes llamados por su nombre, Israel.

Tenemos que rectificar nuestra percepción dividida del mundo material, unificando nuestra conciencia dividida. Esta tarea puede que nos tome muchas vidas por vivir. Nos damos cuenta de ello cuando repasamos nuestra historia judía desde Abraham y Sara. Tantas caídas en nuestros esfuerzos durante la esclavitud, en largos exilios, bajo extensas persecuciones, en una lucha sin fin. Jacob como Israel está destinado a cumplir la voluntad del Creador para hacer del mundo material un lugar para que Él viva entre (en) nosotros. Así es como integramos este mundo con el Mundo Venidero, en la unidad indivisible de Su Creación.

En este proceso debemos conocer quién es Esaú, y quién es Jacob. La Torá nos define quién es quién, y el portador de las bendiciones de Dios. Amor y bondad ganan la lucha porque odio y maldad están destinados a rendirse a Amor y bondad, como las cualidades que prevalecen en la unificación del Cielo y la Tierra como partes de la Creación emanada del Amor de Dios.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.