domingo, 13 de noviembre de 2011

Jayei Sara: La Identidad Judía


Una de las más profundas declaraciones de Abraham plasmadas en la Torá es "Yo soy un extranjero y un residente con vosotros" (Génesis 23:4) y tenemos que entenderla, no sólo como una muestra de la humildad de Abraham hacia sus vecinos, sino como una caracterización del judío basada en su relación con el Creador y respecto al mundo material. Nuestra identidad como judíos está ampliamente definida en la Torá como el Pueblo Elegido, y los vecinos de Abraham le reconocieron como la simiente de una gran nación cuya misión es ser el Pueblo del Eterno: "Escúchanos, mi señor: Tú eres un príncipe del Eterno entre nosotros" (23:6)

Debemos asumir nuestra identidad, no sólo como una definición del Testimonio más importante jamás escrito sino como un significado para nosotros como judíos. Tanto "extranjero" como "residente" son términos que parecen complementarse en lo referente a vivir o habitar en un lugar particular, pero debemos verlos en relación con nuestra identidad, definida de acuerdo a nuestro nexo con el Creador. Este nexo consecuentemente nos hace extranjeros en cualquier lugar donde la Presencia Divina todavía no haya sido totalmente revelada. Somos extranjeros en el sentido de que el Creador nos confía y encomienda construir un lugar para que Él habite en el mundo material. Cumplir Su Mandamiento implica que primero debemos convertirnos en residentes del mundo para poder cumplir nuestra misión.

Como el primer hebreo, Abraham fue reconocido por las naciones vecinas como el hombre que estaba con el Eterno entre aquellas. Este reconocimiento es esencial para poder asimilar la identidad judía. Nosotros sabemos que somos el Pueblo del Eterno, no sólo porque lo diga la Torá sino porque desde nuestros orígenes las naciones lo reconocieron. Sabían que somos extranjeros y residentes con ellos porque ante de todo somos los emisarios del Eterno para ellos. Suena como que podemos habitar en la tierra siempre y cuando sigamos siendo el Pueblo del Eterno ante los ojos de las naciones. En este predicamento nos vemos abocados a reflexionar concienzudamente en la esencia de la identidad judía.

De hecho somos (como también lo son el resto de los mortales no judíos) residentes temporales en este mundo, pero lo que nos hace "diferentes" es nuestra misión de ser Luz para las naciones, una Nación sagrada porque el Eterno es sagrado, y una Nación de sacerdotes que con sus acciones santifican Su Nombre. Nuestro lugar es con el Eterno, y esto también significa que dondequiera que estemos nuestras vidas están encomendadas a cumplir Su voluntad. Lo logramos haciendo que el mundo sea un mejor lugar para todos, de acuerdo a lo que la Torá nos instruye a seguir. Para esa misión el Eterno nos da la Tierra Prometida. Podemos ser extranjeros y residentes con otras naciones, pero tenemos una Tierra asignada a nosotros. En ella podemos desarrollar todo el potencial de nuestra identidad para cumplir la misión que el el Creador nos encomienda.

Hemos indicado en comentarios anteriores que la Tierra Prometida, además de ser un espacio geográfico específico conocido como la Tierra de Israel, representa el conocimiento individual y colectivo de nuestro nexo con el Eterno que nos dio ese territorio. Poseerla es la consecuencia directa de ejercer nuestra identidad de judíos. La Torá afirma este principio, y también nos advierte innumerables veces sobre las consecuencias de perder o despreciar nuestra conexión con el Creador mediante las decisiones que tomamos con libre albedrío.

Nuestra condición de extranjeros y residentes entre las naciones también quiere decir que no nos convertimos en parte de ellas y sus costumbres, ya que nuestros principios están definidos por nuestra relación con Dios. También hemos señalado que las naciones cananeas representan cualidades y rasgos negativos que tenemos que conquistar, derrotar y subyugar para poder asentarnos en la Tierra Prometida. La Torá y los Mandamientos del Creador son los modos y medios de superar los aspectos potencialmente negativos de la conciencia. Cuando logramos ese cometido podemos vivir en pleno conocimiento del Amor de Dios, y por lo tanto vivir en esa Tierra Prometida aquí en el mundo material.

Nuestro destino está al lado del Creador y vemos nuestro tránsito por el mundo como el tiempo para realizar el Pacto con Él. Aunque sepamos que nuestro destino espiritual es vivir con Él, también sabemos que nuestras vidas en el mundo están unidas a la misión de revelar Su Presencia y proclamar Su Gloria. Esto lo hacemos eliminando las ilusiones y fantasías de los deseos materialistas de ego, junto con los rasgos negativos que han mantenido a la humanidad en las tinieblas.

Ciertamente somos forasteros y extraños en las tierras de lo negativo que puede haber en pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Pero estos también pueden reconocer las bendiciones y cualidades que andan tomadas de la mano del Amor de Dios. Como judíos, los Abraham de hoy, debemos manifestar nuestra identidad como emisarios del Amor de Dios. Así despertaremos a los demás al conocimiento de los caminos y atributos de Amor, en medio de las ilusiones materiales, y habremos cumplido nuestro destino como el Pueblo de Dios.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.