Nuestro
Patriarca Abraham es la personificación de la relación entre Israel
y el Creador. Él es el escogido para el Pacto entre ambas partes, el
sello de esta Alianza. Debemos tener esto presente en nuestras
mentes, almas y corazones.
Abraham representa la conciencia superior que reconoce la Unidad y Unicidad de Dios, la persona que rechaza toda clase de idolatría como fantasías e ilusiones de ego. Porque sabe que la entera y única realidad es el Creador, Sus caminos, Su voluntad y Sus atributos. Dios elige a Abraham como Israel para sellar el Pacto eterno con el que Israel proclama y manifiesta la Presencia Divina en Su Creación.
Esta es la herencia de Abraham y el legado de Israel para el mundo. Este Pacto determina el destino de Israel en el mundo material, y define nuestra grandeza como el pueblo hebreo: “Y Yo haré de ti una gran Nación, y Yo te bendeciré, y Yo engrandeceré tu nombre, y [tú llegarás a] ser una bendición.” (Genesis 12:2).
Como ya lo señalamos en un comentario anterior en este blog (Lej Lejá: “Las Bendiciones de Nuestra Verdadera Identidad” del 30 de octubre de 2011), esta es la identidad de Israel con la cual asimilamos que Dios es la mayor bendición, porque todas las bendiciones provienen de Él. En este conocimiento Israel es bendecido y se convierte en la bendición de Dios para ser manifestada en el mundo.
Nosotros en nuestra identidad como Israel somos los portadores de la bendición que es revelar la Presencia Divina, para celebrar y regocijarnos en la realización de que Su Amor es nuestra Esencia. Que esta es también nuestra Redención de las ilusiones, espejismos y fantasías que nos separan de Él.
Amor, como la manifestación material del Amor de Dios, de hecho es lo que nos redime porque es el sustento primordial de nuestra vida. Nuestro Amor es la bendición del Amor de Dios. Así nos damos cuenta que Amor no cohabita con nada diferente a sus modos, medios y atributos. Esto quiere decir que las bendiciones no ocupan el mismo tiempo y espacio con maldiciones, porque la bondad de Amor no coexiste con la maldad de la iniquidad. Es así como entendemos las palabras de Dios en este contexto: “Y Yo bendeciré a quienes te bendigan, y maldeciré a quienes te maldigan, y todas las familias de la tierra serán bendecidas en ti.” (12:3).
Bondad, al igual que todas las cualidades, rasgos, aspectos y dimensiones de los modos y atributos de Amor, son la bendición en la que todos somos bendecidos. ¡Qué privilegio y honor ser los portadores de la bendición de revelar la Presencia Divina en el mundo material! Está dicho que “privilegios y honores exigen obligaciones y responsabilidades”, y no debemos necesariamente entenderlos como algo que se nos fuerce a ser y hacer. Simplemente lo asimilamos como una parte esencial de nuestra identidad.
De ese modo fluimos con la bendición en lo que discernimos, pensamos, creemos, sentimos, decimos y hacemos. Este es el legado fundamental de Abraham a nosotros (complementar con nuestro comentario sobre Parshat Lej Lejá: “Caminando ante el Creador” del 10 de octubre de 2010).
La tradición oral hebrea nos cuenta que desde temprana edad Abraham se dio cuenta de la futilidad inherente a los deseos materialistas de ego, derivados de una creencia o sentimiento de carencia en cualquier dimensión de la conciencia. Aprendió que de esa actitud ilusoria ante la vida surgen los ídolos que seguimos y obedecemos, cayendo bajo su dominio y control. Estos nos hacen despreciar e inclusive negar nuestra Esencia y verdadera identidad. En este sentido, el pre-requisito para conocer y abrazar a Dios es el rechazo a las fantasías e ilusiones de ego. Así es como asimilamos lo que la Torá señala como idolatría.
El rechazo total a la idolatría por Abraham lo condujo a reconocer y entender al Creador no sólo como Uno y Único, sino también como total y única realidad por la que debemos vivir como la bendición que es Él para nosotros y Su Creación. Logramos esta realización conociendo Sus caminos y atributos también como nuestros, en lo que somos y hacemos. Este conocimiento es la tierra interior que Él nos da para vivir en ella eternamente: “Porque esta tierra que tú ves, Yo la daré a ti y a tu simiente por toda la eternidad.” (13:15).
Mientras vivimos esta bendición asimilamos su eternidad, porque Dios que la da es el Eterno y por ello no debemos temer al asombro que nos causa en nuestra conciencia. La bendición que es Dios es también nuestro escudo. Este escudo no sólo nos protege de las ilusiones de ego, sino que también es parte de nuestra identidad. Este escudo nos identifica en lo que estamos destinados a hacer en este mundo: “(...) la palabra del Eterno vino a Abram en una visión, diciendo 'No temas, Abram; Yo soy un escudo para ti, [por lo tanto] tu recompensa es excesivamente grande'.” (15:1).
Aquí entendemos esta identidad como nexo con el Creador, porque Sus caminos y atributos son nuestra dirección y destino, para vivirlos y disfrutarlos en este mundo. Como dijimos antes, estos caminos no coexisten con nada diferente a ellos, porque son senderos de bondad, rectitud y justicia. En esta dirección encontramos nuestra abundancia, prosperidad y felicidad excesivamente: “(…) y Él le dijo, 'Yo soy el Dios Altísmo, camina ante Mí y sé íntegro. Y Yo pondré Mi Pacto entre Yo y Tú, y Yo te multiplicaré grandemente'.” (17:1-2).
Este primer diálogo entre Dios y Abraham nos recuerda también eliminar todo aquello que es inútil en nuestra conciencia, lo que no necesitamos en nuestro destino para conocer al Creador y revelar Su Presencia y Gloria en el mundo. Aquello que obstruye nuestro camino para redimirnos de todos los males, a través de los modos y atributos de Amor como nuestra Esencia y verdadera identidad. Eso es lo que representa el prepucio en el cuerpo y en nuestra conciencia: “Y tú circuncidarás la carne de tu prepucio, y será la señal de un Pacto entre Yo y tú.” (17:11).
Con esto sellamos nuestro Pacto para procurar, vivir, y deleitarnos en los caminos del Creador: “Pero tú, Israel Mi servidor, Jacob a quien Yo he escogido, la simiente de Abraham, Mi amado, a quien tomé de los confines de la tierra, y de sus nobles Yo te llamé, y Te dije 'Tú eres Mi servidor'; Yo te escogí a ti, y no te desprecié.” (Isaías 41:8-9).
En este conocimiento todas las fantasías, espejismos e ilusiones del mundo material se disipan, porque el Amor de Dios fortalece nuestro Amor para despejarlas todas:
“He aquí que Yo te he puesto como trillo, como rastrillo nuevo lleno de dientes. Trillarás los montes y los harás polvo; y a las colinas dejarás como hojarasca. Los aventarás, el viento se los llevará, y la tempestad los dispersará; pero tú te regocijarás en el Eterno, en el Sagrado de Israel te glorificarás.” (41:15-16).
Abraham representa la conciencia superior que reconoce la Unidad y Unicidad de Dios, la persona que rechaza toda clase de idolatría como fantasías e ilusiones de ego. Porque sabe que la entera y única realidad es el Creador, Sus caminos, Su voluntad y Sus atributos. Dios elige a Abraham como Israel para sellar el Pacto eterno con el que Israel proclama y manifiesta la Presencia Divina en Su Creación.
Esta es la herencia de Abraham y el legado de Israel para el mundo. Este Pacto determina el destino de Israel en el mundo material, y define nuestra grandeza como el pueblo hebreo: “Y Yo haré de ti una gran Nación, y Yo te bendeciré, y Yo engrandeceré tu nombre, y [tú llegarás a] ser una bendición.” (Genesis 12:2).
Como ya lo señalamos en un comentario anterior en este blog (Lej Lejá: “Las Bendiciones de Nuestra Verdadera Identidad” del 30 de octubre de 2011), esta es la identidad de Israel con la cual asimilamos que Dios es la mayor bendición, porque todas las bendiciones provienen de Él. En este conocimiento Israel es bendecido y se convierte en la bendición de Dios para ser manifestada en el mundo.
Nosotros en nuestra identidad como Israel somos los portadores de la bendición que es revelar la Presencia Divina, para celebrar y regocijarnos en la realización de que Su Amor es nuestra Esencia. Que esta es también nuestra Redención de las ilusiones, espejismos y fantasías que nos separan de Él.
Amor, como la manifestación material del Amor de Dios, de hecho es lo que nos redime porque es el sustento primordial de nuestra vida. Nuestro Amor es la bendición del Amor de Dios. Así nos damos cuenta que Amor no cohabita con nada diferente a sus modos, medios y atributos. Esto quiere decir que las bendiciones no ocupan el mismo tiempo y espacio con maldiciones, porque la bondad de Amor no coexiste con la maldad de la iniquidad. Es así como entendemos las palabras de Dios en este contexto: “Y Yo bendeciré a quienes te bendigan, y maldeciré a quienes te maldigan, y todas las familias de la tierra serán bendecidas en ti.” (12:3).
Bondad, al igual que todas las cualidades, rasgos, aspectos y dimensiones de los modos y atributos de Amor, son la bendición en la que todos somos bendecidos. ¡Qué privilegio y honor ser los portadores de la bendición de revelar la Presencia Divina en el mundo material! Está dicho que “privilegios y honores exigen obligaciones y responsabilidades”, y no debemos necesariamente entenderlos como algo que se nos fuerce a ser y hacer. Simplemente lo asimilamos como una parte esencial de nuestra identidad.
De ese modo fluimos con la bendición en lo que discernimos, pensamos, creemos, sentimos, decimos y hacemos. Este es el legado fundamental de Abraham a nosotros (complementar con nuestro comentario sobre Parshat Lej Lejá: “Caminando ante el Creador” del 10 de octubre de 2010).
La tradición oral hebrea nos cuenta que desde temprana edad Abraham se dio cuenta de la futilidad inherente a los deseos materialistas de ego, derivados de una creencia o sentimiento de carencia en cualquier dimensión de la conciencia. Aprendió que de esa actitud ilusoria ante la vida surgen los ídolos que seguimos y obedecemos, cayendo bajo su dominio y control. Estos nos hacen despreciar e inclusive negar nuestra Esencia y verdadera identidad. En este sentido, el pre-requisito para conocer y abrazar a Dios es el rechazo a las fantasías e ilusiones de ego. Así es como asimilamos lo que la Torá señala como idolatría.
El rechazo total a la idolatría por Abraham lo condujo a reconocer y entender al Creador no sólo como Uno y Único, sino también como total y única realidad por la que debemos vivir como la bendición que es Él para nosotros y Su Creación. Logramos esta realización conociendo Sus caminos y atributos también como nuestros, en lo que somos y hacemos. Este conocimiento es la tierra interior que Él nos da para vivir en ella eternamente: “Porque esta tierra que tú ves, Yo la daré a ti y a tu simiente por toda la eternidad.” (13:15).
Mientras vivimos esta bendición asimilamos su eternidad, porque Dios que la da es el Eterno y por ello no debemos temer al asombro que nos causa en nuestra conciencia. La bendición que es Dios es también nuestro escudo. Este escudo no sólo nos protege de las ilusiones de ego, sino que también es parte de nuestra identidad. Este escudo nos identifica en lo que estamos destinados a hacer en este mundo: “(...) la palabra del Eterno vino a Abram en una visión, diciendo 'No temas, Abram; Yo soy un escudo para ti, [por lo tanto] tu recompensa es excesivamente grande'.” (15:1).
Aquí entendemos esta identidad como nexo con el Creador, porque Sus caminos y atributos son nuestra dirección y destino, para vivirlos y disfrutarlos en este mundo. Como dijimos antes, estos caminos no coexisten con nada diferente a ellos, porque son senderos de bondad, rectitud y justicia. En esta dirección encontramos nuestra abundancia, prosperidad y felicidad excesivamente: “(…) y Él le dijo, 'Yo soy el Dios Altísmo, camina ante Mí y sé íntegro. Y Yo pondré Mi Pacto entre Yo y Tú, y Yo te multiplicaré grandemente'.” (17:1-2).
Este primer diálogo entre Dios y Abraham nos recuerda también eliminar todo aquello que es inútil en nuestra conciencia, lo que no necesitamos en nuestro destino para conocer al Creador y revelar Su Presencia y Gloria en el mundo. Aquello que obstruye nuestro camino para redimirnos de todos los males, a través de los modos y atributos de Amor como nuestra Esencia y verdadera identidad. Eso es lo que representa el prepucio en el cuerpo y en nuestra conciencia: “Y tú circuncidarás la carne de tu prepucio, y será la señal de un Pacto entre Yo y tú.” (17:11).
Con esto sellamos nuestro Pacto para procurar, vivir, y deleitarnos en los caminos del Creador: “Pero tú, Israel Mi servidor, Jacob a quien Yo he escogido, la simiente de Abraham, Mi amado, a quien tomé de los confines de la tierra, y de sus nobles Yo te llamé, y Te dije 'Tú eres Mi servidor'; Yo te escogí a ti, y no te desprecié.” (Isaías 41:8-9).
En este conocimiento todas las fantasías, espejismos e ilusiones del mundo material se disipan, porque el Amor de Dios fortalece nuestro Amor para despejarlas todas:
“He aquí que Yo te he puesto como trillo, como rastrillo nuevo lleno de dientes. Trillarás los montes y los harás polvo; y a las colinas dejarás como hojarasca. Los aventarás, el viento se los llevará, y la tempestad los dispersará; pero tú te regocijarás en el Eterno, en el Sagrado de Israel te glorificarás.” (41:15-16).