“Y
vio el Eterno que la Luz era buena, y el Eterno separó entre la Luz
y entre la oscuridad”
(Génesis
1:4). Luz
es el principio y la referencia de la Creación de Dios, porque a
través de la Luz percibimos, concebimos, comprendemos y asimilamos
cada rasgo, dimensión y aspecto de la Creación. En la ausencia de
Luz simplemente no podemos vivir en lo que es real y verdadero dentro
y fuera de nosotros.
La
Luz como metáfora nos revela la naturaleza de la oscuridad, de
aquello que oculta la Luz. En este sentido todo
realmente es Luz, la cual percibimos ya sea totalmente revelada u
ocultada en las tinieblas. De ahí que dependa de nosotros revelar la
Luz, y esa elección es de hecho la principal que nos enseña el
Creador cuando leemos en la Torá cómo Él hizo Su Creación.
Luz es la primera lección que Él quiere que aprendamos y abracemos como el principio fundamental que debemos incorporar en todas las dimensiones de la conciencia. Esto lo decimos porque, como hemos indicado, está claro que la Luz es el principio y la referencia para revelar y descubrir la Esencia real de la Creación de Dios, la cual nos incluye a cada uno de nosotros. La Luz se revela y nos conduce al entendimiento, la sabiduría y el conocimiento, guiando nuestro discernimiento hacia “aclarar” algo con el fin “esclarecer” su razón y propósito en la vida. Es así como comprendemos que la Luz es buena, porque es el fundamento para establecer la diferencia entre lo bueno y aquello que lo oculta, lo niega, lo rechaza y hasta lo combate. Así entendemos la Luz ante la oscuridad.
La Luz como discernimiento se convierte en la premisa y referencia para distinguir entre lo claro como positivo, y lo oscuro como negativo: “La Luz iluminará tus caminos” (Job 22:28). Visto de manera práctica, la Luz de hecho es la Verdad que estamos destinados a perseguir y entronizar en todos los aspectos de la conciencia, y esta Verdad es lo que el Creador nos enseña a procurar como la referencia y la elección que estamos destinados a realizar.
En este sentido la Luz es la razón de la Creación de Dios, y es el propósito de la vida porque la Luz es la bendición de la vida. Estamos bendecidos cuando la Luz está en nosotros, con nosotros y para nosotros. Seamos plenamente conscientes de que la Luz es el principal y máximo Principio de la Creación de Dios, el cual precede al resto de Su Creación. Dios nos creó a partir de Su Luz para enseñarnos que somos Luz para ser la Luz y vivir en la Luz, y que la única razón de la oscuridad es para que nos hagamos conscientes de lo que es la Luz.
El Amor de Dios nos creó con libre albedrío, el cual requiere algo distinto a la Luz para poder reconocerla y apreciarla. Esto es lo que damos a entender cuando decimos que la oscuridad, la maldad y la negatividad son referencias y no opciones, porque la verdadera opción es la Luz como lo bueno y lo positivo. De ahí que haga perfecto sentido que Dios llamara buena a la Luz, e igualmente hace perfecto sentido para nosotros procurar la Luz como lo bueno que también vemos y vivimos en los modos y atributos de Amor, ya que todos ellos están contenidos en la bondad de la Luz de Dios, la cual es Amor de Dios en su forma Divina abstracta.
Mientras Dios realiza Su Creación aprendemos cómo se relaciona con ella, y esto define para nosotros Sus modos y atributos que debemos abrazar en nuestra conciencia. Esto es lo que significa haber sido creados a Su imagen y semejanza, porque estas son las maneras en las que Él se revela a nosotros. Por lo tanto nuestra Esencia e identidad están definidas como la imagen y semejanza que el Creador menciona dos veces en la Torá: “Y el Eterno dijo, 'Hagamos al hombre a nuestra imagen, a nuestra semejanza' (…) Y el Eterno creó al hombre en Su imagen; en la imagen del Eterno, Él lo creó; hombre y mujer Él los creó.” (Génesis 1:26-27).
Esto es dulcemente reafirmado cuando Él infunde Su propia Esencia, Su aliento, dentro de nosotros: “Y el Eterno formó al hombre de polvo de la tierra, y Él exhaló en los orificios de su nariz el alma de vida, y el hombre se convirtió en un alma viviente.” (2:7), porque Dios es la Fuente de toda vida, y esta es nuestra mayor bendición porque Dios es la bendición: “Y el Eterno los bendijo, y el Eterno les dijo, 'Creced y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla (...)” (1:28).
Este Mandamiento nos revela que, como Sus criaturas dotadas con vida proveniente de Él, también estamos dotados para generar vida; entonces el propósito de la vida es crear vida y expandirla. A través de la vida llenamos la tierra como el campo de la realidad material que también estamos encomendados a someter en todos sus aspectos y manifestaciones. Seamos conscientes de que el mundo material tiene cualidades particulares que lo distinguen de las otras dimensiones de la Creación.
Dios creó el mundo material con reglas diferentes de los mundos no materiales, y bajo esas reglas estamos instados a llenar la tierra y someterla. En un sentido más profundo, estamos ligados a las fuerzas de la naturaleza y a niveles de conciencia que abarcan intelecto, mente, pensamiento, emociones, sentimientos, pasión es instinto, los cuales estamos comandados y destinados a someter con el propósito de vivir bajo la conducción del Creador: “Entonces el Eterno Dios tomó al hombre y lo puso en el Jardín del Edén para trabajarlo y cuidarlo.” (2:15). La vida humana tiene un propósito Divino, hacia el que tenemos que trabajar para cumplirlo (ver en este blog nuestros comentarios sobre la parshat Bereshit: “¡Hágase la Luz!” del 26 de septiembre de 2010 y “En el Principio” del 16 de octubre de 2011).
“Y el Eterno vio todo lo que Él había hecho, y he aquí que era muy bueno, y fue noche y fue día, el sexto día.” (1:31). La vida al igual que toda la Creación es ciertamente muy buena, y por ello tenemos que cuidarla y protegerla. Lo bueno es algo en lo que tenemos que trabajar y proteger. En este contexto, el Jardín del Edén representa las “muy buenas” cualidades de la vida en nuestra conciencia, que debemos construir y cuidar como lo bueno de la Luz revelado a nosotros en el mundo material. Leemos esta primera porción de la Torá y en sus versículos vemos lo bueno de Dios y lo bueno de Sus obras.
Nos damos cuenta que la causa de la Creación de Dios es bondad en aras de la bondad, como manifestación del Amor de Dios en aras del Amor. Esta es la identidad que Dios creó para nosotros con el fin de ser buenos para honrar el hecho que seamos Su imagen y semejanza. Dios nos dice en Su Torá que provenimos de Él, de Su Luz, de Su Amor, y de Su Esencia que infundió en nosotros para hacernos vivir y conocer lo buena que es Su Creación. Esto es lo que somos, y lo que estamos destinados a vivir y a realizar. El Amor de Dios tiene un propósito, y Amor como su manifestación material también tiene un propósito que es conocer a Dios y revelar Su Presencia ocultada en la oscuridad que estamos comandados a disipar con la Luz de la que estamos hechos.
En vez de caer bajo la ilusiones de la oscuridad y permanecer atrapados en ellas, despertemos al conocimiento de Luz y Amor como muestra verdadera Esencia e identidad.
Luz es la primera lección que Él quiere que aprendamos y abracemos como el principio fundamental que debemos incorporar en todas las dimensiones de la conciencia. Esto lo decimos porque, como hemos indicado, está claro que la Luz es el principio y la referencia para revelar y descubrir la Esencia real de la Creación de Dios, la cual nos incluye a cada uno de nosotros. La Luz se revela y nos conduce al entendimiento, la sabiduría y el conocimiento, guiando nuestro discernimiento hacia “aclarar” algo con el fin “esclarecer” su razón y propósito en la vida. Es así como comprendemos que la Luz es buena, porque es el fundamento para establecer la diferencia entre lo bueno y aquello que lo oculta, lo niega, lo rechaza y hasta lo combate. Así entendemos la Luz ante la oscuridad.
La Luz como discernimiento se convierte en la premisa y referencia para distinguir entre lo claro como positivo, y lo oscuro como negativo: “La Luz iluminará tus caminos” (Job 22:28). Visto de manera práctica, la Luz de hecho es la Verdad que estamos destinados a perseguir y entronizar en todos los aspectos de la conciencia, y esta Verdad es lo que el Creador nos enseña a procurar como la referencia y la elección que estamos destinados a realizar.
En este sentido la Luz es la razón de la Creación de Dios, y es el propósito de la vida porque la Luz es la bendición de la vida. Estamos bendecidos cuando la Luz está en nosotros, con nosotros y para nosotros. Seamos plenamente conscientes de que la Luz es el principal y máximo Principio de la Creación de Dios, el cual precede al resto de Su Creación. Dios nos creó a partir de Su Luz para enseñarnos que somos Luz para ser la Luz y vivir en la Luz, y que la única razón de la oscuridad es para que nos hagamos conscientes de lo que es la Luz.
El Amor de Dios nos creó con libre albedrío, el cual requiere algo distinto a la Luz para poder reconocerla y apreciarla. Esto es lo que damos a entender cuando decimos que la oscuridad, la maldad y la negatividad son referencias y no opciones, porque la verdadera opción es la Luz como lo bueno y lo positivo. De ahí que haga perfecto sentido que Dios llamara buena a la Luz, e igualmente hace perfecto sentido para nosotros procurar la Luz como lo bueno que también vemos y vivimos en los modos y atributos de Amor, ya que todos ellos están contenidos en la bondad de la Luz de Dios, la cual es Amor de Dios en su forma Divina abstracta.
Mientras Dios realiza Su Creación aprendemos cómo se relaciona con ella, y esto define para nosotros Sus modos y atributos que debemos abrazar en nuestra conciencia. Esto es lo que significa haber sido creados a Su imagen y semejanza, porque estas son las maneras en las que Él se revela a nosotros. Por lo tanto nuestra Esencia e identidad están definidas como la imagen y semejanza que el Creador menciona dos veces en la Torá: “Y el Eterno dijo, 'Hagamos al hombre a nuestra imagen, a nuestra semejanza' (…) Y el Eterno creó al hombre en Su imagen; en la imagen del Eterno, Él lo creó; hombre y mujer Él los creó.” (Génesis 1:26-27).
Esto es dulcemente reafirmado cuando Él infunde Su propia Esencia, Su aliento, dentro de nosotros: “Y el Eterno formó al hombre de polvo de la tierra, y Él exhaló en los orificios de su nariz el alma de vida, y el hombre se convirtió en un alma viviente.” (2:7), porque Dios es la Fuente de toda vida, y esta es nuestra mayor bendición porque Dios es la bendición: “Y el Eterno los bendijo, y el Eterno les dijo, 'Creced y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla (...)” (1:28).
Este Mandamiento nos revela que, como Sus criaturas dotadas con vida proveniente de Él, también estamos dotados para generar vida; entonces el propósito de la vida es crear vida y expandirla. A través de la vida llenamos la tierra como el campo de la realidad material que también estamos encomendados a someter en todos sus aspectos y manifestaciones. Seamos conscientes de que el mundo material tiene cualidades particulares que lo distinguen de las otras dimensiones de la Creación.
Dios creó el mundo material con reglas diferentes de los mundos no materiales, y bajo esas reglas estamos instados a llenar la tierra y someterla. En un sentido más profundo, estamos ligados a las fuerzas de la naturaleza y a niveles de conciencia que abarcan intelecto, mente, pensamiento, emociones, sentimientos, pasión es instinto, los cuales estamos comandados y destinados a someter con el propósito de vivir bajo la conducción del Creador: “Entonces el Eterno Dios tomó al hombre y lo puso en el Jardín del Edén para trabajarlo y cuidarlo.” (2:15). La vida humana tiene un propósito Divino, hacia el que tenemos que trabajar para cumplirlo (ver en este blog nuestros comentarios sobre la parshat Bereshit: “¡Hágase la Luz!” del 26 de septiembre de 2010 y “En el Principio” del 16 de octubre de 2011).
“Y el Eterno vio todo lo que Él había hecho, y he aquí que era muy bueno, y fue noche y fue día, el sexto día.” (1:31). La vida al igual que toda la Creación es ciertamente muy buena, y por ello tenemos que cuidarla y protegerla. Lo bueno es algo en lo que tenemos que trabajar y proteger. En este contexto, el Jardín del Edén representa las “muy buenas” cualidades de la vida en nuestra conciencia, que debemos construir y cuidar como lo bueno de la Luz revelado a nosotros en el mundo material. Leemos esta primera porción de la Torá y en sus versículos vemos lo bueno de Dios y lo bueno de Sus obras.
Nos damos cuenta que la causa de la Creación de Dios es bondad en aras de la bondad, como manifestación del Amor de Dios en aras del Amor. Esta es la identidad que Dios creó para nosotros con el fin de ser buenos para honrar el hecho que seamos Su imagen y semejanza. Dios nos dice en Su Torá que provenimos de Él, de Su Luz, de Su Amor, y de Su Esencia que infundió en nosotros para hacernos vivir y conocer lo buena que es Su Creación. Esto es lo que somos, y lo que estamos destinados a vivir y a realizar. El Amor de Dios tiene un propósito, y Amor como su manifestación material también tiene un propósito que es conocer a Dios y revelar Su Presencia ocultada en la oscuridad que estamos comandados a disipar con la Luz de la que estamos hechos.
En vez de caer bajo la ilusiones de la oscuridad y permanecer atrapados en ellas, despertemos al conocimiento de Luz y Amor como muestra verdadera Esencia e identidad.