domingo, 28 de octubre de 2012

Vayeirá: Nuestra Esencia e Identidad como Ofrenda Perfecta a Dios

Hemos dicho que nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob personifican la relación entre el Creador e Israel. Aprendemos esta relación cuando reflexionamos en torno a cada episodio y situación narradas en la Torá. También dijimos que en el conocimiento de los caminos y atributos de Dios nos acercamos a Él. La culminación y punto más elevado de este conocimiento están representados por la akedá, la ofrenda de Isaac a Dios.

Aprendemos en la Torá que nuestros tres Patriarcas representan cualidades primordiales de la conciencia, al igual que aspectos específicos de nuestra relación con el Creador. Abraham significa nuestro Pacto con Él, Isaac nuestra conexión permanente con Él, y Jacob (Israel) la manifestación material de los anteriores para realizar el Pacto en pleno conocimiento de nuestra conexión con Dios (Ver en este blog nuestros comentarios sobre la Parshat Vayeirá: “Amor como Ofrenda al Creador” del 17 de octubre de 2010 y “Vivir en la Unidad del Amor de Dios” del 6 de noviembre de 2011).

En este contexto Isaac es el más importante ya que representa nuestro nexo eterno con el Creador. Nosotros como Israel concebimos este nexo en el pleno conocimiento de que Dios es Uno y Único, de que todo lo que existe proviene de Él, es sustentado por Él, y le pertenece a Él. Estos principios son el fundamento y la razón que llevaron a presentar a Isaac como una ofrenda al Dueño de todo. Tanto Abraham como Isaac comparten este sublime conocimiento: “(...) y ellos ambos fueron juntos (Génesis 22:6).

Esta realización es la clave para liberar nuestra conciencia del cautiverio bajo la dictadura de ego. Cuando nos damos cuenta que Dios es la única realidad que existe, desaparecen todas las fantasías e ilusiones que creamos en el mundo material. Nuestros Sabios llaman a Isaac “la ofrenda perfectaporque es intachable, transparente, clara, íntegra, completa, recta, total. Estas son cualidades y rasgos inherentes a los caminos y atributos del Creador, que son la ofrenda que elevamos a Aquel que nos las da para que vivamos por ellos, con ellos y para ellos.

Como señalamos antes, nos convertimos en estas ofrendas cuando nos hacemos plenamente conscientes de que la vida y todos sus niveles y dimensiones no nos pertenecen a nosotros sino al Creador. Nos convertimos en este conocimiento cuando verdaderamente podemos diferenciar entre la bendición del Amor de Dios, como Amor en el mundo material, y la maldición como resultado de los deseos e ilusiones materialistas de ego.

Una vez entronizamos Amor como el regente y conductor de todos los aspectos de la vida, el mandato y dominio de ego desaparecen. Dicho de otro modo, tan pronto como nos hacemos conscientes de que cada aspecto y dimensión de lo que llamamos existencia pertenecen al Creador, nos damos cuenta que también pertenecen a Sus caminos y atributos: “(...) y tú no retuviste a tu hijo, tu único, de Mí.” (22:12).

Del mismo modo, al seguir Sus caminos, atributos y Mandamientos, nos regocijamos en el deleite de saber que le pertenecemos a Él. El nombre de Isaac (que quiere decir reiré/me regocijaré) es la experiencia de este conocimiento, tal como lo dice su madre Sara: "El Eterno me ha regocijado; [y] quien lo oiga se reirá por mí [debido a mí]" (21:6). Esta es la enseñanza primordial del significado de la akedá, la ofrenda de Isaac en la que nos regocijamos cuando con nuestro Amor nos compenetramos con el Amor de Dios.

Amor nos hace buenos, íntegros, completos, justos, rectos, totales, intachables, y todo aquello que convierte oscuridad en Luz, negativo en positivo, equivocado en correcto, carencia en abundancia, depresión en satisfacción, odio en solidaridad, indiferencia en cuidado, indolencia en protección, crueldad en generosidad, envidia en compartir, avaricia en plenitud, egoísmo en bondad. Amor es el catalizador, el fuego que transforma maldiciones en bendiciones. Amor es la ofrenda perfecta que nos une con la Fuente de su bondad. De ahí que amemos para estar con el Amor de Dios. Amamos porque Dios nos ama para que compartamos Sus caminos y atributos.

Nuestros padres Abraham e Isaac vivieron esta Verdad trascendental asimilada mediante su entrega incondicional al CreadorEsto es parte esencial de su legado a nosotros, a través del cual asimilamos que somos los elegidos del Creador, precisamente debido a ese legado. Con este también reconocemos que pertenecemos a Él, y que nuestra recompensa es alegrarnos en Su Amor como nuestra Esencia y verdadera identidad: “Y a través de tus hijos [descendientes] serán bendecidas las todas las naciones del mundo, porque tú has atendido a Mi voz.” (22:18).

Esto es quienes somos y tenemos, la porción que nos hace contentos. Amor es nuestra porción de la Torá que diariamente pedimos a Dios que nos dé, ya que es nuestro sustento y medio de conocer Su Amor en Sus caminos, atributos y Mandamientos: “concédenos nuestra porción en Tu Torá, y haz que nuestros corazones ansíen apegarse a Tus Mandamientos”, porque nuestros Sabios dicen que aquel que estudia la Torá todos los días, “los modos del mundo son suyos [las leyes de la Torá]”. Lo mismo va para Amor porque los modos del mundo son suyosTambién nuestros Sabios dicen que quien estudia la Torá [la instrucción y los caminos de Dios] aumentan la paz en el mundo. De igual manera, Amor aumenta la paz en nosotros y nuestro entorno cuando permitimos que conduzca todas las dimensiones de la vida.

Esto es lo que los demás ven en nosotros cuando nos convertimos en los caminos y atributos de Dios: Abimélej y Pijol su general declararon a Abraham, diciendo 'El Eterno está contigo en todo lo que tú haces'.” (21:22) porque cuando andamos en Sus caminos revelamos Su Presencia en el mundo material. Esta es la razón por la que Dios escogió a Abraham, Isaac y Jacob como los portadores de Su Amor por la humanidad y por toda Su Creación.

Esta realización tiene un tiempo y un espacio que ocupan todas las dimensiones de la vida y de la conciencia. Ese tiempo y ese espacio significan siempre y en todas partes, ya que este conocimiento trasciende la realidad material. Esta es una de las razones de que el Pacto (a través de la circuncisión) que Dios nos ordena lo efectuemos el octavo día después de nacer. En el judaísmo el octavo día simboliza la existencia más allá de tiempo y espacio, libre de toda limitación que podamos concebir.

Seamos siempre conscientes de que elevamos Amor como nuestra Esencia e identidad al Amor de Dios. Ambos Amores se vuelven uno en un tiempo y lugar en la conciencia que también son eternos: “Y Abraham llamó al lugar, El Eterno verá, tal como se dice hasta hoy: En la montaña el Eterno será visto [aparecerá].” (22:14). En este tiempo y lugar eternos en la conciencia, Dios nos verá y lo veremos a Él.

Esto tiene lugar en Jerusalén, en Sión, en el monte del Templo que está en la capital eterna e indivisible de Israel. El tiempo siempre es ahora y el lugar siempre es el Templo de Jerusalén, donde realizamos el pleno conocimiento de nuestra conexión permanente con el Creador. Esta es nuestra completa libertad de las fantasías e ilusiones del mundo material.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.