La
Torá prosigue indicándonos con nuevas situaciones y circunstancias
que, para conectarnos con nuestro Creador, debemos integrar nuestra
conciencia: “Y él [Jacob] llegó al lugar y pernoctó
ahí porque el sol se había puesto, y
él tomó las piedras del lugar y las puso en [lit. de] su cabeza, y
se acostó en ese lugar” (Génesis 28:11).
Nuestra
tradición oral judía al igual que nuestros Sabios se refieren
a las piedras con
diferentes significados que van desde que protegían a Jacob de
los animales salvajes alrededor hasta que simbolizaban sus hijos, y
para demarcar el sitio donde sería construido el Templo
de Jerusalén. En un sentido más profundo, las piedras
corresponden a los aspectos materiales de la vida que tomamos y
juntamos para servir a Dios.
El significado literal de poner las
piedras de su
cabeza nos lleva a entender que estas también corresponden a rasgos,
cualidades y características inherentes al discernimiento,
pensamiento, emociones, sentimientos, pasión e instinto. En
este contexto tenemos que ponerlas juntas para
presentarnos como una conciencia funcional unificada ante Dios.
En
esta integración y totalidad nos conducimos hacia cumplir el destino
que Dios nos ofrece en el mundo material. Este
es el lugar donde
estamos ya sea parados o acostados en nuestra conciencia. Así vemos
que estas piedras también son las cualidades potencialmente
positivas representadas por las Tribus hebreas con las que Israel
construye el Templo de Jerusalén como el lugar y el tiempo que nos
conecta con Dios.
“(...) la
tierra en la que estás acostado a ti la daré y a tu descendencia.”
(29:13). La
tierra como la realización de nuestro nexo permanente con Dios, así
como dice: “Y
he aquí que Yo estoy contigo, y Yo te protegeré donde vayas (...)”
(29:15) y
ciertamente debemos hacer de esta realización algo permanente,
tan real como lo es. La
mayor parte del tiempo nos la pasamos inconscientes de que Dios es la
razón y el significado de todo lo que existe, al estar cautivos
dentro de las ilusiones y sueños que nos separan de nuestra Esencia
y verdadera identidad: “Y Jacob despertó
de su sueño, y dijo, 'De
hecho el Eterno está en este lugar, y yo no [lo] sabía'.”
(29:16).
Las
palabras de Jacob quieren
recordarnos que debemos saber quiénes somos y nuestro propósito en
este mundo. Para
lograr este conocimiento permanente tenemos que unificar todos los
aspectos, niveles y dimensiones de la conciencia. Estas son las
“piedras” “en” y “de” nuestra cabeza, que
juntamos (“tomamos”) en
el “lugar” donde
nos unimos con Dios. En
este proceso convertimos las piedras en una sola:
“(...) y
él tomó la piedra que
él había puesto en su cabeza, y la erigió como un monumento, y él
derramó aceite sobre ella.”
(29:18). La
Torá claramente nos dice que las piedras se volvieron una sola
después que Jacob despertó.
La
lección se repite otra vez para enseñarnos que, para venir a la
Casa de Dios como el nexo permanente con Él, tenemos que unificar y
armonizar nuestra conciencia. Lo
hacemos a través de Amor como la manifestación material del Amor de
Dios, en aras de Sus modos y atributos como los medios de cumplir Su
voluntad: “Y él llamó al
lugar Bet-El, pero Luz era
el nombre original de la ciudad.” (29:19).
Interesante
señalar que Luz quiere también
quiere decir Luz en español, ¡y sí que hay Luz en la Casa de Dios!
Nuestro padre Jacob lo llamó por
el significado real de Luz: el lugar
donde mora el Creador. La Torá indica
que ese era “el nombre de la ciudad”.
Como
hemos mencionado en este blog, nuestros
Sabios místicos enseñan que ciudades simbolizan principios, valores
y fundamentos mediante los cuales se expresa la conciencia. De
ahí que Luz/Amor como realización del Amor de Dios dentro de
nosotros sea la piedra angular/piedra fundamental que unifica todos
los aspectos y dimensiones de la conciencia, en
donde “derramar aceite” como conocimiento para iluminar nuestra
conexión consciente con Dios.
Basamos
nuestra entera existencia sobre este conocimiento permanente en el
que establecemos y reconocemos nuestro nexo eterno con Dios:
“Y Jacob emitió
una promesa diciendo, 'Si Dios estará
conmigo, y Él me guarde en este camino por donde voy, y Él me dé
pan para comer y ropa para vestir; Y si retorno en paz a la casa de
mi padre, y el Eterno será mi Dios” (29:20-21).
En
este nexo nos damos cuenta que Dios es nuestro escudo contra la
ilusión del insaciable sentimiento y creencia de carencia. Amor
siempre sacia nuestra hambre y sed de sus modos y atributos, porque
Amor es el verdadero sustento de todos los aspectos de la
conciencia. Amor genera el pan para
comer y la ropa para vestir. Retornamos
a nuestra verdadera identidad, la Esencia de donde nacimos, “la
casa de mi padre”. En esta
conciencia armonizada y unificada el Eterno es mi Dios,
la razón, el significado y el propósito de la vida.
Esta
es la conciencia unificada que se convierte en una sola
en la que estamos plenamente conscientes de que todo proviene de Dios
y es sustentado por Su Amor. Aquí es
donde verdaderamente sabemos que todo lo que somos, tenemos y hacemos
le pertenece a Dios, por lo tanto se lo “damos” de vuelta a
Él. Este es un espacio sin tiempo y
sin fin, donde y cuando vivimos en Su lugar. Esta
es la piedra fundamental sobre la que es construido el cimiento de
nuestra vida. Este es el Templo donde
vivimos enteramente Amor como nuestro nexo común con el Amor de
Dios: “Entonces esta piedra, que he
puesto como un monumento, será una casa de Dios, y [de] todo
lo que Tú me des ciertamente el diezmo te daré [de vuelta] a
Ti'.” (29:22).
Este
conocimiento es “la escalinata” que une nuestro Amor con el Amor
de Dios. Dijimos anteriormente acerca
de esta porción de la Torá (ver
en este blog nuestro
comentario sobre Vayeitzei: “En la Casa del Amor de Dios” del 27
de noviembre de 2011) que los
ángeles que descienden y ascienden por esta escalinata representan
las bendiciones del Amor de Dios como ángeles que descienden, y
nuestras buenas acciones motivadas por los modos y atributos de Amor
(el Amor de Dios manifestado en el mundo material) son los ángeles
que ascienden de vuelta al Creador.
Esta
de hecho es la dinámica de nuestra relación amorosa con Él. Dios
nos ama para hacernos conscientes de que Su Amor es nuestra Esencia y
verdadera identidad, para que manifestemos lo que realmente somos
como seres amorosos. Al realizar esta
Verdad comenzamos a cumplir nuestro propósito en la vida como Su
voluntad.
Nuestro
padre Jacob nos enseña que salimos (vayeitzei),
a partir del conocimiento de que somos criaturas del Amor de Dios,
hacia el mundo donde encontramos ilusiones y fantasías materiales
que oscurecen el significado y objetivo real de la vida. Mientras
tengamos un conocimiento claro e inequívoco de los modos de Amor
como la luz que disipa las tinieblas de la agenda separatista de ego,
no tendremos nada que dudar, cuestionar o temer, porque sabemos que
el Amor de Dios sustenta nuestro Amor.
Una
vez más tengamos siempre presente que mientras discernamos,
pensemos, sintamos, percibamos, hablemos y actuemos con, por y en
aras de Amor, no solamente seremos lo que realmente somos sino que
también estaremos cumpliendo los caminos y atributos de Dios como Su
voluntad en Su Creación. Seamos Amor para transformar aquello que es
diferente de sus atributos, aquello que nos separa de lo que
verdaderamente somos.