“¡Ay
de aquella que está ensuciada y corrompida,
la
ciudad opresora! No escuchó la voz, no fue corregida; no confió en
el Eterno, no se acercó a su Dios.”
(Sofonías 3:1-2)
Hemos dicho que ciudades (creencias, principios), ciudadelas (apegos, adicciones, hábitos), montañas y colinas (ideas, ideales) todas representan aspectos de la conciencia. Del mismo modo, pueblos y naciones representan las tendencias hacia actuar de acuerdo malos pensamientos, sentimientos, emociones, pasiones e instintos.
En la tercera parte de su mensaje a Israel, el Profeta se refiere a creencias negativas que ensucian, corrompen y oprimen todos los aspectos de la conciencia. Estas concepciones negativas se derivan de elegir las fantasías e ilusiones materialistas de ego como ídolos a servir, en lugar de los modos y atributos de Amor como manifestación material del Amor de Dios consignados en Su Torá y Mandamientos. Idolatría es la causa y efecto de nuestra separación de los atributos del Creador. Esto ocurre cuando confiamos más en los deseos y fantasías de ego que en los caminos de Dios.
“Sus príncipes en medio de ella son leones que rugen, sus jueces son lobos del desierto que no dejan hueso para la mañana.” (3:3)
Las maneras como implementamos los deseos de ego están simbolizados por reyes, príncipes, gobernantes y jueces. Satisfacemos las ilusiones y fantasías de ego cuando nuestra conciencia está controlada por el orgullo y la soberbia, que actúan como leones y lobos que devoran completamente su presa. Su actitud y las circunstancias en las que actúan son desoladoras como un desierto. Fantasías, espejismos e ilusiones que provienen de la nada de donde las imaginamos. Todas provienen de una falsa creencia o sentimiento de carencia, de un lugar desolado en nuestra conciencia.
“Sus Profetas son personas caprichosas y traicioneras; sus Sacerdotes han profanado lo que es sagrado, ellos falsearon la Torá.” (3:4)
En nuestra propia desolación no hay un claro discernimiento bajo creencias, ideas, pensamientos, emociones, pasiones e instintos negativos. Cualquier consejo posible para escapar de ellos se vuelve en contra nuestra, impidiéndonos la salida y oponiéndose a nuestra añoranza de liberarnos de ellos. Al negar y rechazar los modos y atributos de Amor, profanamos lo que es sagrado en nosotros. Nos hacemos traidores de nosotros mismos sin que lo sepamos.
Nuestro mejor discernimiento y juicio (representados por los Profetas y Sacerdotes), capaces de acercar nuestra conciencia al Creador, se mueven contra nosotros. Los aspectos adulterados, corrompidos y opresores de la conciencia transgreden y falsean los caminos y atributos del Creador, que Él nos instruye en la Torá.
“El Eterno es justo en medio de ella, Él no contraviene lo justo; cada mañana Él trae Su rectitud a la Luz, la cual no falla; pero los malvados no conocen la vergüenza.” (3:5)
Este versículo significa que Dios mantiene Su amorosa bondad y rectitud, y jamás se separa de nosotros. No actúa traicioneramente como nosotros, porque Sus modos no son los nuestros. Él hace que el sol salga cada mañana en Su Amor incondicional, pero nosotros no reciprocamos con la misma amorosa bondad. No tenemos vergüenza al rechazar Su Amor en los caminos y atributos que Él nos instruye.
“Hice cortar naciones, sus confines están desolados; hice desiertas sus calles para que nadie pase por ellas; sus ciudades están destruidas para que no haya ningún hombre, para que no haya habitante.” (3:6)
El Amor de Dios disipa la negatividad que acumulamos en nuestra conciencia. La metáfora del desierto tiene doble sentido. Por un lado representa la desolación que creamos en nuestra vida cuando reina la negatividad. Por el otro simboliza el vacío que debemos crear en cada aspecto y dimensión de la conciencia para ser llenado con los modos y atributos de Dios. Nuestros antepasados pasaron cuarenta años en el desierto para transformar su conciencia en vasijas para que el Creador revele Su Presencia en el mundo material. El Profeta destaca esto como el preludio para invitar al Amor de Dios a que habite permanentemente en nuestra conciencia.
“Por lo tanto esperad por Mí, dice el Eterno, hasta el día en que Me levantaré a la presa; porque Mi determinación es reunir las naciones, que Yo congregaré reinos, para poner sobre ellos Mi indignación, hasta todo el fuego de Mi ira; porque toda la tierra será devorada por el fuego de Mi celo.” (3:8)
Una vez más es reiterado el principio de que los caminos del Creador no cohabitan con nada diferente a ellos. Todos los aspectos, potenciales y tendencias de la conciencia, representados por naciones y reinos, deben ser congregados por los caminos de Dios. Este es el inicio de la Redención. El proceso comienza cuando nos damos cuenta que debemos transformar nuestra conciencia a través del fuego de Amor. Amándonos unos a otros y cumpliendo los demás Mandamientos del Creador en Su Torá estaremos cerca de Él. En esta cercanía no hay celos, porque no hay separación.
“Porque entonces Yo haré para los pueblos una lengua limpia, para que ellos puedan llamar el Nombre del Eterno, para servir a Él en un solo consentimiento.” (3:9)
Somos devorados y desolados por nuestra separación del Amor de Dios. Al darnos cuenta de esto comenzamos a retornar a Su Unidad. Esto significa una conexión permanente con nuestro Creador en un solo lenguaje, un solo acuerdo en el que andamos no sólo en los caminos de Dios sino que lo hacemos con Él.
Iniciamos nuestra Redención individual y colectiva al unificar todos los aspectos y dimensiones de la conciencia en lo que somos, tenemos y hacemos. Esta unificación surge al permitir que Amor dirija y guíe todas las facetas de la vida. Así es como llamamos en Nombre del Creador. Hemos dicho que el Nombre de Dios y la Gloria de Dios son el Amor de Dios: Toda la Tierra (al igual que toda Su Creación) está llena de Su Gloria.
“En ese día no serás avergonzada por ninguna de las cosas que transgrediste contra Mí; porque entonces Yo quitaré de en medio de ti tus soberbios, y tú nunca más tendrás soberbia en Mi montaña sagrada” (3:11)
Solamente Amor, como la manifestación del Amor de Dios en el mundo material, tiene el poder para transformar las tendencias negativas en la conciencia (nuestras transgresiones contra Él). Para que el Amor de Dios nos redima debemos eliminar las fantasías e ilusiones de ego. Estas son los soberbios, los arrogantes que no pueden coexistir con los modos y atributos del Creador. Debemos ser conscientes que en el tiempo y lugar donde nos compenetramos con Dios, Su montaña sagrada (Sión, el Templo de Jerusalén), no hay espacio para la agenda de ego.
Hemos dicho que ciudades (creencias, principios), ciudadelas (apegos, adicciones, hábitos), montañas y colinas (ideas, ideales) todas representan aspectos de la conciencia. Del mismo modo, pueblos y naciones representan las tendencias hacia actuar de acuerdo malos pensamientos, sentimientos, emociones, pasiones e instintos.
En la tercera parte de su mensaje a Israel, el Profeta se refiere a creencias negativas que ensucian, corrompen y oprimen todos los aspectos de la conciencia. Estas concepciones negativas se derivan de elegir las fantasías e ilusiones materialistas de ego como ídolos a servir, en lugar de los modos y atributos de Amor como manifestación material del Amor de Dios consignados en Su Torá y Mandamientos. Idolatría es la causa y efecto de nuestra separación de los atributos del Creador. Esto ocurre cuando confiamos más en los deseos y fantasías de ego que en los caminos de Dios.
“Sus príncipes en medio de ella son leones que rugen, sus jueces son lobos del desierto que no dejan hueso para la mañana.” (3:3)
Las maneras como implementamos los deseos de ego están simbolizados por reyes, príncipes, gobernantes y jueces. Satisfacemos las ilusiones y fantasías de ego cuando nuestra conciencia está controlada por el orgullo y la soberbia, que actúan como leones y lobos que devoran completamente su presa. Su actitud y las circunstancias en las que actúan son desoladoras como un desierto. Fantasías, espejismos e ilusiones que provienen de la nada de donde las imaginamos. Todas provienen de una falsa creencia o sentimiento de carencia, de un lugar desolado en nuestra conciencia.
“Sus Profetas son personas caprichosas y traicioneras; sus Sacerdotes han profanado lo que es sagrado, ellos falsearon la Torá.” (3:4)
En nuestra propia desolación no hay un claro discernimiento bajo creencias, ideas, pensamientos, emociones, pasiones e instintos negativos. Cualquier consejo posible para escapar de ellos se vuelve en contra nuestra, impidiéndonos la salida y oponiéndose a nuestra añoranza de liberarnos de ellos. Al negar y rechazar los modos y atributos de Amor, profanamos lo que es sagrado en nosotros. Nos hacemos traidores de nosotros mismos sin que lo sepamos.
Nuestro mejor discernimiento y juicio (representados por los Profetas y Sacerdotes), capaces de acercar nuestra conciencia al Creador, se mueven contra nosotros. Los aspectos adulterados, corrompidos y opresores de la conciencia transgreden y falsean los caminos y atributos del Creador, que Él nos instruye en la Torá.
“El Eterno es justo en medio de ella, Él no contraviene lo justo; cada mañana Él trae Su rectitud a la Luz, la cual no falla; pero los malvados no conocen la vergüenza.” (3:5)
Este versículo significa que Dios mantiene Su amorosa bondad y rectitud, y jamás se separa de nosotros. No actúa traicioneramente como nosotros, porque Sus modos no son los nuestros. Él hace que el sol salga cada mañana en Su Amor incondicional, pero nosotros no reciprocamos con la misma amorosa bondad. No tenemos vergüenza al rechazar Su Amor en los caminos y atributos que Él nos instruye.
“Hice cortar naciones, sus confines están desolados; hice desiertas sus calles para que nadie pase por ellas; sus ciudades están destruidas para que no haya ningún hombre, para que no haya habitante.” (3:6)
El Amor de Dios disipa la negatividad que acumulamos en nuestra conciencia. La metáfora del desierto tiene doble sentido. Por un lado representa la desolación que creamos en nuestra vida cuando reina la negatividad. Por el otro simboliza el vacío que debemos crear en cada aspecto y dimensión de la conciencia para ser llenado con los modos y atributos de Dios. Nuestros antepasados pasaron cuarenta años en el desierto para transformar su conciencia en vasijas para que el Creador revele Su Presencia en el mundo material. El Profeta destaca esto como el preludio para invitar al Amor de Dios a que habite permanentemente en nuestra conciencia.
“Por lo tanto esperad por Mí, dice el Eterno, hasta el día en que Me levantaré a la presa; porque Mi determinación es reunir las naciones, que Yo congregaré reinos, para poner sobre ellos Mi indignación, hasta todo el fuego de Mi ira; porque toda la tierra será devorada por el fuego de Mi celo.” (3:8)
Una vez más es reiterado el principio de que los caminos del Creador no cohabitan con nada diferente a ellos. Todos los aspectos, potenciales y tendencias de la conciencia, representados por naciones y reinos, deben ser congregados por los caminos de Dios. Este es el inicio de la Redención. El proceso comienza cuando nos damos cuenta que debemos transformar nuestra conciencia a través del fuego de Amor. Amándonos unos a otros y cumpliendo los demás Mandamientos del Creador en Su Torá estaremos cerca de Él. En esta cercanía no hay celos, porque no hay separación.
“Porque entonces Yo haré para los pueblos una lengua limpia, para que ellos puedan llamar el Nombre del Eterno, para servir a Él en un solo consentimiento.” (3:9)
Somos devorados y desolados por nuestra separación del Amor de Dios. Al darnos cuenta de esto comenzamos a retornar a Su Unidad. Esto significa una conexión permanente con nuestro Creador en un solo lenguaje, un solo acuerdo en el que andamos no sólo en los caminos de Dios sino que lo hacemos con Él.
Iniciamos nuestra Redención individual y colectiva al unificar todos los aspectos y dimensiones de la conciencia en lo que somos, tenemos y hacemos. Esta unificación surge al permitir que Amor dirija y guíe todas las facetas de la vida. Así es como llamamos en Nombre del Creador. Hemos dicho que el Nombre de Dios y la Gloria de Dios son el Amor de Dios: Toda la Tierra (al igual que toda Su Creación) está llena de Su Gloria.
“En ese día no serás avergonzada por ninguna de las cosas que transgrediste contra Mí; porque entonces Yo quitaré de en medio de ti tus soberbios, y tú nunca más tendrás soberbia en Mi montaña sagrada” (3:11)
Solamente Amor, como la manifestación del Amor de Dios en el mundo material, tiene el poder para transformar las tendencias negativas en la conciencia (nuestras transgresiones contra Él). Para que el Amor de Dios nos redima debemos eliminar las fantasías e ilusiones de ego. Estas son los soberbios, los arrogantes que no pueden coexistir con los modos y atributos del Creador. Debemos ser conscientes que en el tiempo y lugar donde nos compenetramos con Dios, Su montaña sagrada (Sión, el Templo de Jerusalén), no hay espacio para la agenda de ego.