Hemos dicho que los mensajes de los Profetas hebreos están divididos en tres aspectos o niveles. En general están presentados en el orden siguiente: La separación de Israel de Dios y sus consecuencias, el comienzo de su retorno a Él como resultado de esas consecuencias (también conocido como "arrepentimiento"), y la reunificación con Él como culminación de la Redención Final (lo que aquí llamamos la Conciencia Mesiánica). Viéndolo con una perspectiva más amplia, estos tres niveles abarcan un proceso de aprendizaje mediante el cual nos hacemos conscientes de la conexión con el Creador y nuestra relación con Él. También hemos mencionado que todo este proceso depende completamente del libre albedrío que Dios puso en nuestra conciencia. En este contexto, el libre albedrío es una de las cualidades esenciales que honran nuestra imagen y semejanza de Él.
Con libre albedrío elegimos separarnos de nuestro Creador, Sus caminos y atributos con los que Él se relaciona con nosotros; y también con libre albedrío elegimos regresar a aquellos. Sin embargo debemos ser conscientes de que la dinámica del libre albedrío está ligada a causa y efecto, no como una ley inmutable sino como un proceso de aprendizaje. Así la conciencia humana se desenvuelve dentro de los parámetros de causa y efecto. Igualmente hemos dicho que lo que experimentamos como negativo, inicuo, destrucitvo, restringente y substrayente, existe como referencias para elegir lo opuesto a ellos. Son referencias y no opciones. Este proceso de aprendizaje está diseñado para que finalmente conozcamos y vivamos lo que es bueno y positivo, como modos y atributos que el Creador quiere que elijamos para cada aspecto y dimensión de la vida en el mundo material. El Profeta nos lo recuerda.
“Y Yo dejaré entre vosotros un pueblo afligido y pobre, y ellos se refugiarán en el Nombre de Dios” (Sofonías 3:12)
Nuestra separación de Dios es el resultado directo de inclinarnos a las fantasías e ilusiones de ego, que terminan afligiéndonos y empobreciéndonos a expensas de Amor como nuestra Esencia y verdadera identidad. Esto es un recordatorio del segundo Mandamiento del Decálogo, el cual es una advertencia contra servir a otros dioses e ídolos ante la Presencia de Dios. Esto significa que Su Presencia ante la que vivimos, que nos creó y nos sustenta, no cohabita con nada diferente a Sus modos y atributos hacia nosotros. Al vivir el dolor y el sufrimiento derivados de las fantasías e ilusiones que nos afligen, el Amor de Dios aguarda nuestro retorno a Él en el refugio de Su Nombre.
“El remanente de Israel no hará maldad, ni hablará mentiras, ni tampoco una lengua engañosa habrá en su boca; porque ellos comerán y descansarán, y no habrá quien los atemorice” (3:13)
Una vez más el segundo nivel nos conduce en un proceso de limpieza donde removemos individualmente y colectivamente las tendencias y los rasgos negativos de nuestra conciencia. Aquello que siempre permanece con nosotros, tras despojarnos de lo que no es necesario, es nuestra Esencia y verdadera identidad que comienza a revelar sus cualidades y atributos. Entonces Amor, como la manifestación material del Amor de Dios, expresa su bondad como lo opuesto a la maldad, la mentira y el engaño, derivados de las ilusiones de ego. Nutrimos nuestra bondad de los modos y atributos de Amor, y descansamos en paz y tranquilidad donde no hay espacio para temores, dudas o incertidumbres. Nos regocijamos en la paz de los atributos de Amor.
“Canta, oh hija de Sión, grita oh Israel; alégrate y regocíjate con todo tu corazón, oh hija de Jerusalén. El Eterno ha quitado tus juicios, Él ha expulsado a tu enemigo. El Eterno es Rey de Israel en medio de ti. Nunca más verás maldad” (3:14-15)
Como hemos indicado frecuentemente en este blog, Jerusalén representa nuestra conciencia de conexión permanente con Dios. En este contexto la hija de Jerusalén es el fruto de esta conciencia, la cual adquirimos al retornar a los caminos y atributos del Creador, que son Su voluntad hacia nosotros. Esto nos libera de nuestras fantasías e ilusiones.
“El Eterno tu Dios está en medio de ti, el Poderoso que te redimirá; Él se regocijará en ti, Él callará de amor, Él se regocijará en ti con cántico” (3:17)
En nuestro conocimiento de la Presencia de Dios como guía regente de la conciencia logramos la verdadera libertad como la Redención Final que añoramos. Ese es el jubileo final tras completar los años, semanas y días de nuestras vidas. Moisés nuestro maestro lo articuló de esta manera:
“Enséñanos a contar nuestros días, para que podamos adquirir un corazón sabio. ¡Vuélvete, Eterno! ¿Hasta cuándo será? Ten compasión de tus servidores. Sácianos en la mañana con tu amorosa bondad, y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días. Alégranos conforme a los días que Tú nos has afligido [con nuestra separación de Ti], por los años que vimos maldad. Que Tus obras se manifiesten a Tus servidores, y Tu esplendor sobre sus hijos. Y que la placidez del Eterno nuestro Dios esté sobre nosotros; y dispón para nosotros la obra de nuestras manos; confirma para nosotros la obra de nuestras manos” (Salmos 90:12-17)
Y confiamos que cumpla Su promesa de redimirnos pronto en nuestros días, mediante la gracia de Su Amor.
“Yo los reuniré a quienes están lejos de los días asignados, aquellos de Ti, quienes han llevado de ella la carga de oprobio.” (Sofonías 3:18)
Al integrar la Presencia Divina en todos los aspectos y facetas de la vida, a través de Sus caminos y atributos, entramos en la Conciencia Mesiánica como la promesa de Su Redención Final. Seremos todos congregados como Israel, integrados y unidos. La diversidad de nuestro potencial creativo multidimensional será completamente manifestada como los reunidos hijos de Israel.
“En ese tiempo Yo los traeré, y en ese tiempo Yo los reuniré; porque Yo haré que tú seas un nombre y una alabanza entre todos los pueblos de la Tierra, cuando Yo te haga retornar de tu cautiverio ante tus ojos, dice el Eterno” (3:20)