domingo, 3 de diciembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXVII)

“Por tanto mi mandato fue felicidad, que un hombre no tiene cosa mejor bajo el sol que comer, y beber, y ser feliz, y que esto lo acompañe en su labor todos los días de su vida que el Eterno le dio bajo el sol.
(Eclesiastés 8:15)

Uno de los mensajes esenciales de Kohelet es repetido para enfatizar que debemos abordar la vida con y para el bien que Dios nos manda disfrutar en este mundo, ya que se trata de ser, tener y procurar el bien  como nuestra labor diaria en este mundo material bajo el sol.

“Cuando apliqué mi corazón a conocer la sabiduría y ver los quehaceres realizados sobre la tierra, para que los hombres no se duerman con sus ojos ni de día ni de noche, entonces vi toda la obra del Eterno; que el hombre no pueda escudriñar la obra que ha sido hecha bajo el sol, porque aunque un hombre labore para entenderla, aun así no la habrá de encontrar. Sí, todavía más, aunque un hombre sabio crea conocerla, aun así no podrá encontrarla. (8:16-17)

El mandamiento general de perseguir el bien, sus modos, medios, atributos y expresiones es lo que importa para nosotros, porque en estos nos fortalecemos para desempeñar nuestra labor de cumplir con lo que Dios quiere para nosotros, que es nuestro bienestar. No hay mejor labor que esa, porque las obras del Creador son inescrutables para el discernimiento humano que no las puede encontrar.

Entonces asimilamos que el bien es suficiente por sí mismo y que no hay necesidad ni ganancia en buscarlo más allá del mundo que Dios creó para nosotros.

“Porque todo esto está puesto en mi corazón, para esclarecer todo esto: que el justo y el sabio, y sus obras, están en la mano del Eterno; ya sea amor u odio, el hombre no lo sabe; todo está ante ellos. (9:1)

Estes es uno de los mensajes más profundos de Kohelet, porque se trata de la conexión que tiene el bien procedente de lo humano con el bien proveniente del Creador.

En este conocimiento todas nuestras buenas acciones hablan por sí solas, porque son el propósito del bien del que proceden. De hecho el bien ama las acciones positivas y constructivas, al mismo tiempo que rechaza u odia lo opuesto a estas.

Así entendemos que rechazar expresiones, tendencias o rasgos negativos es inherente al amor y el bien. En este contexto “todo” es lo que está disponible ante nosotros para abordarlo con la actitud apropiada en aras del bien.

“Todas las cosas nos vienen a todos por igual. No hay un acontecer para los justos y otro para los malvados, para el bueno y para el limpio y para el impuro; para el que trae ofrendas de sacrificio y para el que no las trae; como es el bueno y como es el pecador, y al que ha dado juramento como al que teme un juramento. (9:2)

Todas las situaciones se presentan para todos, sin importar su condición. La diferencia radica en cómo las afrontamos. Inclusive para una situación u obra positiva hay uno que elige pecar o transgredir contra ellas, y también hay uno que elige actuar con la misma bondad que tiene ante él; uno que debe hacer lo correcto bajo promesa o juramento, y otro que prefiere no hacerlo ni por honor ni compromiso.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.