domingo, 10 de diciembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXVIII)

“Este es un mal que se hace bajo el sol, que hay que acontece para todos. Sí, también que el corazón de los hijos de los hombres está lleno de maldad, y la locura está en su corazón mientras vivan hasta cuando vayan a los muertos. Porque para el que se une a los vivos hay esperanza, porque es mejor un perro vivo que un león muerto.
(Eclesiastés 9:3-4)

Todos enfrentamos la maldad en este mundo bajo el sol, porque nos pasa a todos. El mal habita en nosotros como una referencia necesaria para elegir el bien, como parte de la conciencia humana para poder ejercer el libre albedrío.

Cuando hacemos de la maldad nuestra opción, llena nuestros corazones y mentes para hacernos caer en las fantasías e ilusiones de ego que son expresiones de la locura por la que vivimos y por las que eventualmente moriremos.

Esto nuevamente nos hace conscientes de que una vida significativa está asociada al bien, mientras que la vanidad y la futilidad del mal nos hacen muertos en vida.

Es mejor vivir en el bien, aunque sea poco, que muertos en la abundancia como ocurrió en la generación del Diluvio y los pueblos de Sodoma y Gomorra, quienes en su extrema abundancia vivieron en la perversión y depravación como muertos en vida.

“Porque los vivos saben que morirán pero los muertos no saben nada, ni tienen recompense porque su recuerdo es olvidado. Al igual que su amor, su odio y su envidia perecidos desde hace tiempo; ni tienen ninguna porción para siempre de nada hecho bajo el sol. (9:5-6)

Se nos enseña sutilmente aquí que el bien es acumulable, agrega y multiplica, porque siempre es recordado y alabado por el beneficio que otorga a la condición humana.

Aquellos que viven en, con, por y para el bien, saben que es su única posesión porque es parte de lo que son. En este conocimiento sus vidas se completan en su propósito cuando mueren.

El bien que han hecho los hace siempre vivos, porque su recuerdo es bendecido y honrado aún después de morir; mientras que el recuerdo de los vivos es borrado porque sus acciones negativas son únicamente recordatorios de lo que debe ser eliminado de la vida.

“Anda tu camino, come tu pan con regocijo, y bebe tu vino con un corazón contento; porque el Eterno ya ha aceptado tus [buenas] obras. Que tus vestiduras estén siempre blancas y que no falte aceite en tu cabeza. (9:7-8)

Estos versículos también evocan la redención final en el judaísmo y la era mesiánica que estamos destinados a vivir, más pronto que más tarde, ya que el bien es el propósito de la creación de Dios, la cual incluye la vida en este mundo.

El bien es el propósito y la motivación para andar en el mundo y disfrutar las cosas que nos hacen felices, y para regocijarnos en un corazón contento sabiendo que cosechamos los frutos y beneficios del bien por el que vivimos.


Esta es la realización de que el bien es el nexo con nuestro Creador que nos mantiene puros, completos y plenos. Así estamos permanentemente iluminados por el aceite de nuestro conocimiento de Dios.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.