domingo, 24 de diciembre de 2017

Eclesiastés: La ilusión de la vanidad y la realidad del amor (XXX)

“Esto también he visto como sabiduría bajo el sol, y pareció grande en mí. Había una pequeña ciudad y pocos hombres en ella, y ahí vino un gran rey contra ella y la sitió, y construyó barricadas contra ella. En ella fue encontrado un hombre pobre y sabio, y él por su sabiduría salvo la ciudad; pero ninguno recordó ese mismo hombre pobre. Entonces dije que la sabiduría es mejor que la fuerza; sin embargo, la sabiduría del hombre pobre es despreciada, y sus palabras no escuchadas.
(Eclesiastés 9:13-16)

Esta historia ilustra el mensaje central de Kohelet en sus algorías. Podemos entender la ciudad como nuestra conciencia, frecuentemente sitiada por el poder que las tendencias y rasgos negativos pueden tener sobre nosotros, todos procedentes de la fuerza impulsadora del ego, representada por el rey invasor. El salvador de la ciudad es el bien como su guía natural, porque son el uno para el otro.

Es interesante notar que Kohelet presenta “pobre” y “sabio” como rasgos complementarios, entendiendo el primero como la humildad inherente al bien. Nuestros sabios consideran la humildad como un rasgo intelectual, necesario para adquirir sabiduría como la manera de captar la Torá del Creador, para la humanidad en general y para Israel en particular como el elegido heredero para diseminar dicha instrucción.

La pregunta primordial en la historia es cómo el hombre sabio pobre salvó la ciudad del rey y su ejército. La respuesta es persuasión. El caso hace evidente que el sabio pobre no tenía un ejército ni armas para derrotar al invasor, de ahí que la sabiduría sea la salvación.

La sabiduría generalmente surge diferenciándose de la ignorancia, para traerla de regreso al entendimiento. Es similar a la luz que disipa las tinieblas para convertirlas en parte de su resplandor.

Así vemos que la oscuridad es la condición previa que da sentido a la luz. Lo mismo pasa con el bien y el mal, porque el segundo es la razón para que exista el primero. El propósito del bien es transformar el mal, extrayendo el bien oculto en este, ya que el mal no puede existir sin el bien.

Una vez estemos expuestos a los efectos y consecuencias de las tendencias y rasgos negativos de las fantasías e ilusiones de ego, nos hacemos conscientes de que el mal no es una opción sino una referencia para elegir el bien.

En esta realización nos damos cuenta que la “persuasión” del sabio pobre es un proceso educativo para modificar o transformar las tendencias y rasgos negativos que someten nuestra conciencia a sus efectos y consecuencias destructivas.

La historia nos cuenta que al final el sabio pobre fue olvidado, desconocido e inclusive despreciado. Tal es el destino del bien en el campo de juego de las fantasías e ilusiones de ego.


Tan pronto sabemos que regresar al bien nos trae la liberación largamente añorada, y volvemos momentáneamente a sus modos y atributos, caemos otra vez en la naturaleza adictiva de las tendencias y rasgos negativos. De ahí que Kohelet concluya que vivir en ese círculo vicioso es vanidad y vejación del espíritu que sostiene la vida.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.