La porción anterior, Balak, termina con el comienzo de un episodio que continúa en la porción de esta semana, Pinjas. Nos cuenta las circunstancias en las que “Pinjas el hijo de Elazar el hijo de Aarón” (Números 25:11) mató a Zimri, el príncipe de la tribu de Shimón y a Cozbi, hija de uno de los príncipes de Madián. La principal lección para aprender de esta parshá es acerca de lealtad y fidelidad a nuestro Creador. Es evidente que el israelita con esta conciencia superior de tales cualidades inherentes al Amor de Dios, que nos pide que seamos Uno con Él, es Pinjas. Usamos el presente indicativo aquí para honrar nuestra creencia común de que Pinjas es el profeta Elías que sigue vivo. Como Pinjas y como Elías, este israelita único se caracterizó por su profundo apego a Dios, el cual trasciende las ilusiones materiales en todos los niveles de la conciencia.
Tal como hemos mencionado, los “celos” proverbiales de Dios son la expresión emocional que indica la exclusiva e inquebrantable lealtad y fidelidad que Él nos tiene, y que exige de nosotros para estar siempre unidos a Él. 24 mil israelitas perecieron por cohabitar con mujeres idólatras e inclinarse a sus ídolos. La lujuria, al igual que la ira, la arrogancia, la envidia y demás pensamientos, emociones, pasiones y sentimientos negativos son descritos por nuestros Sabios como ídolos; y mientras los adoremos estaremos separados de los modos y atributos de Amor. En este contexto podemos entender los celos como algo necesario para garantizar la eterna vigilancia de la lealtad y fidelidad que Amor exige de nosotros.
Si somos una emanación del Amor de Dios, que además provee nuestro sustento, la fuente con la que vivimos y disfrutamos lo bueno de la vida, ¿cómo es posible que elijamos las fantasías e ilusiones de ego como los ídolos que nos conducen a nuestra separación del Creador? Debemos ser más sensatos y aprender de la experiencia. Sentido común, prueba y error, útil vs. inútil, y otras dualidades desafían nuestro libre albedrío cada momento para discernir entre correcto e incorrecto.
El dilema sobre tomar la decisión correcta parece depender más de la terquedad que del sentido común. La sensatez nos hace conscientes de lo que elegimos, y este conocimiento se trata de saber que Amor es el guía natural que mantiene el balance armónico de todos los niveles de conciencia. Este equilibrio es la recompensa por mantener a Amor dirigiendo nuestras vidas, y de eso se trata el Pacto de Paz del Eterno. Rashi y otros exégetas hebreos explican que este Pacto de Paz es inherente al Sumo Sacerdote, el cual representa el nivel más elevado de nuestra conciencia de conexión permanente con el Creador. Mientras mantengamos Amor en nosotros, la paz siempre estará presente.
La porción prosigue con un nuevo censo de los hijos de Israel, y la distribución de la Tierra Prometida de acuerdo a sus Tribus. En esta parte de la historia la presencia femenina en la Tierra es reconocida como elemento esencial de la misión de Israel para ser Luz de las naciones, y crear un lugar para que Dios more en este mundo. Las hijas de Zelofejad se presentaron a reclamar su herencia (27:1-11), y nos enseñan no sólo a reconocer la igualdad de sus derechos sino también el valor de las contribuciones de las mujeres a la identidad israelita. Históricamente las mujeres judías se han destacado por sus virtudes, compromiso, lealtad y devoción al Creador, mucho más y mejor que sus hombres. La Torá y las Escrituras hebreas ilustran este hecho, lo cual nos invita a reflexionar sobre cuán negligentes hemos sido con el principio femenino de la Creación en la misión que nos ha sido encomendada por mandato Divino.
Más adelante el texto relata la transferencia de liderazgo de Moisés a Yehoshua: “Impondrás parte de tu majestad sobre él para que toda la congregación de los hijos de Israel lo sepa. (…) puso sus manos sobre él y le ordenó de acuerdo a lo que el Eterno le había hablado a Moisés” (27:20, 23) e inmediatamente se refiere a las ofrendas de sacrificio. El contexto en que estos sacrificios son mencionados es bastante claro: tenemos que mantener la fortaleza de nuestra conexión con Dios constantemente. Es por ello que se enfatizan nuestras ofrendas diarias y los sacrificios adicionales para ocasiones especiales como el Shabat, el primero del mes (Rosh Hodesh), y los festivales.
Mencionamos en comentarios anteriores sobre el libro de Levítico que los sacrificios representan nuestro conocimiento de ser y hacer lo que es sagrado para el Creador: "ofrendas hechas por fuego, de un dulce aroma para Mí" (28:2, 6, 8, 13, 24, 27; 29:2, 6, 13, 36). También dijimos que fuego representa Amor como el catalizador que transforma tinieblas en Luz, proclamando así la Presencia Divina en la dimensión material de la Creación. Esta Presencia, Su Gloria manifestada, es el "dulce aroma" para Él. La frase está escrita diez veces enfatizando que las ofrendas deben hacerse constantemente.
Nos lo recordamos con los rezos diarios, vistiendo tzitzit, poniendo tefilín, y cubriendo la cabeza. Son buenos recordatorios y la sensatez que inspiran mantiene la eterna vigilancia de nuestra conexión con los modos y atributos de Amor, y su guía en todo lo que somos y hacemos. Cuando estamos conscientes de esta conexión, el Pacto de Paz del Creador está con nosotros.
Tal como hemos mencionado, los “celos” proverbiales de Dios son la expresión emocional que indica la exclusiva e inquebrantable lealtad y fidelidad que Él nos tiene, y que exige de nosotros para estar siempre unidos a Él. 24 mil israelitas perecieron por cohabitar con mujeres idólatras e inclinarse a sus ídolos. La lujuria, al igual que la ira, la arrogancia, la envidia y demás pensamientos, emociones, pasiones y sentimientos negativos son descritos por nuestros Sabios como ídolos; y mientras los adoremos estaremos separados de los modos y atributos de Amor. En este contexto podemos entender los celos como algo necesario para garantizar la eterna vigilancia de la lealtad y fidelidad que Amor exige de nosotros.
Si somos una emanación del Amor de Dios, que además provee nuestro sustento, la fuente con la que vivimos y disfrutamos lo bueno de la vida, ¿cómo es posible que elijamos las fantasías e ilusiones de ego como los ídolos que nos conducen a nuestra separación del Creador? Debemos ser más sensatos y aprender de la experiencia. Sentido común, prueba y error, útil vs. inútil, y otras dualidades desafían nuestro libre albedrío cada momento para discernir entre correcto e incorrecto.
El dilema sobre tomar la decisión correcta parece depender más de la terquedad que del sentido común. La sensatez nos hace conscientes de lo que elegimos, y este conocimiento se trata de saber que Amor es el guía natural que mantiene el balance armónico de todos los niveles de conciencia. Este equilibrio es la recompensa por mantener a Amor dirigiendo nuestras vidas, y de eso se trata el Pacto de Paz del Eterno. Rashi y otros exégetas hebreos explican que este Pacto de Paz es inherente al Sumo Sacerdote, el cual representa el nivel más elevado de nuestra conciencia de conexión permanente con el Creador. Mientras mantengamos Amor en nosotros, la paz siempre estará presente.
La porción prosigue con un nuevo censo de los hijos de Israel, y la distribución de la Tierra Prometida de acuerdo a sus Tribus. En esta parte de la historia la presencia femenina en la Tierra es reconocida como elemento esencial de la misión de Israel para ser Luz de las naciones, y crear un lugar para que Dios more en este mundo. Las hijas de Zelofejad se presentaron a reclamar su herencia (27:1-11), y nos enseñan no sólo a reconocer la igualdad de sus derechos sino también el valor de las contribuciones de las mujeres a la identidad israelita. Históricamente las mujeres judías se han destacado por sus virtudes, compromiso, lealtad y devoción al Creador, mucho más y mejor que sus hombres. La Torá y las Escrituras hebreas ilustran este hecho, lo cual nos invita a reflexionar sobre cuán negligentes hemos sido con el principio femenino de la Creación en la misión que nos ha sido encomendada por mandato Divino.
Más adelante el texto relata la transferencia de liderazgo de Moisés a Yehoshua: “Impondrás parte de tu majestad sobre él para que toda la congregación de los hijos de Israel lo sepa. (…) puso sus manos sobre él y le ordenó de acuerdo a lo que el Eterno le había hablado a Moisés” (27:20, 23) e inmediatamente se refiere a las ofrendas de sacrificio. El contexto en que estos sacrificios son mencionados es bastante claro: tenemos que mantener la fortaleza de nuestra conexión con Dios constantemente. Es por ello que se enfatizan nuestras ofrendas diarias y los sacrificios adicionales para ocasiones especiales como el Shabat, el primero del mes (Rosh Hodesh), y los festivales.
Mencionamos en comentarios anteriores sobre el libro de Levítico que los sacrificios representan nuestro conocimiento de ser y hacer lo que es sagrado para el Creador: "ofrendas hechas por fuego, de un dulce aroma para Mí" (28:2, 6, 8, 13, 24, 27; 29:2, 6, 13, 36). También dijimos que fuego representa Amor como el catalizador que transforma tinieblas en Luz, proclamando así la Presencia Divina en la dimensión material de la Creación. Esta Presencia, Su Gloria manifestada, es el "dulce aroma" para Él. La frase está escrita diez veces enfatizando que las ofrendas deben hacerse constantemente.
Nos lo recordamos con los rezos diarios, vistiendo tzitzit, poniendo tefilín, y cubriendo la cabeza. Son buenos recordatorios y la sensatez que inspiran mantiene la eterna vigilancia de nuestra conexión con los modos y atributos de Amor, y su guía en todo lo que somos y hacemos. Cuando estamos conscientes de esta conexión, el Pacto de Paz del Creador está con nosotros.