domingo, 5 de septiembre de 2010

Parshat Haazinu: Escuchemos al Amor de Dios

La porción de esta semana, Haazinu (¡Atiendan!), contiene las últimas palabras que Moisés nuestro maestro pronunció al Pueblo de Israel el día de su muerte. “Los hechos de la Roca son perfectos porque todos Sus caminos son justos, un Dios fidedigno sin injusticia, justo y recto” (Deuteronomio 32:4) Una vez más el mayor Profeta que ha tenido Israel reitera algunos de los atributos esenciales de nuestro Creador, los atributos de Su Amor hacia nosotros. Y continúa: “La destrucción no es de Él, ella es el defecto de Sus hijos” (32:5) Rashi también reafirma que el Amor de Dios jamás es destructivo, diciendo que “¡la destrucción es de ellos, no de Él!” Esto es esencialmente importante asimilarlo porque, como hemos dicho muchas veces, la elección es sólo nuestra cuando tenemos ante nosotros las bendiciones del Amor de Dios, y las maldiciones de las fantasías e ilusiones de ego.

Hemos indicado aquí que toda la Creación, incluidos nosotros, somos una emanación del Amor de Dios, y Moisés nos lo recuerda: “¿No es acaso Él vuestro Padre, vuestro Amo? Él os ha creado y Él os ha establecido” (32:6) Fuimos escogidos para recibir la Torá y el privilegio de conocer Sus caminos y atributos: “Porque la porción del Eterno es Su Pueblo Jacob, la porción de Su herencia. (…) Él los recogió y les dio conocimiento” (32:9-10) En este conocimiento sabemos que Amor, como manifestación material del Amor de Dios, no cohabita con nada diferente a sus modos y atributos: “El Eterno los guió solo, y no había ninguna deidad extraña con Él” (32:12), y en Sus sublimes caminos nos conduce (32:13-14) hasta que los abandonamos para vivir en las tinieblas del materialismo: “Sacrificaron a demonios, no a Dios; a deidades que no conocían, a nuevos dioses venidos de cerca que no habían reverenciado vuestros padres. Olvidaste la Roca que te creó, olvidaste el Dios que te liberó” (32:17-18)

Cuando nos rendimos a las ilusiones y fantasías del mundo material, al espejismo de las vanidades del orgullo, envidia, indolencia, lujuria y demás sentimientos negativos de carencia, de hecho nos separamos de la Esencia que nos creó y nos sustenta: “Provocaron Mi celo con aquello que no es Dios, provocaron Mi enojo con sus vanidades. También provocaré su celo con un pueblo que no es pueblo, provocaré su enojo con una nación insensata” (32:21) Amor es nuestro único Redentor cuando elegimos retornar a sus modos y atributos, y estas son las palabras finales de la parshá: “Porque Él vengará la sangre de Sus siervos, Se vengará de Sus adversarios, y expiará por Su Tierra [y] por Su Pueblo” (32:43)

La haftará complementa la lectura de la Torá de esta semana con pensamientos del Rey David: “El Eterno es mi roca y mi fortaleza, y mi Redentor; el Eterno es mi roca, en Él me refugio; mi escudo y el cuerno de mi Redención, mi torre elevada y mi refugio; mi Salvador, Tú me redimiste de la violencia. Alabado, y lo grito, es el Eterno y estoy redimido de mis enemigos” (2 Samuel 1:2-4) Cuando somos tan conscientes como el salmista de nuestra verdadera identidad y conexión con el Creador, vivimos en las delicias de Su Amor.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.