La
porción de esta semana comienza relatando: "Y Dios dijo a
Abram: 'Ve
a ti (lej
lejá)
y deja tu tierra, y tus parientes, y la casa de tu padre, y ve a la
tierra que Yo te mostraré (…)'." (Génesis 12:1) ¿Quién es
este hombre elegido para escuchar al Amo del Universo? La tradición
oral judía nos cuenta que Abraham era uno de los pocos individuos que en su tiempo creían en la Unicidad de Dios, y que rechazaban la
idolatría. Nóaj y sus hijos aún vivían cuando Abraham escuchó este
llamado divino. Este es el llamado que todos los que reconocemos al
Creador como el único Dios, y que también negamos la idolatría,
debemos escuchar en cada momento. Este es el más preciado
conocimiento porque es la porción que hace feliz a cualquiera en
este mundo. Este llamado es la invitación para hacer permanente ese
conocimiento en nuestra conciencia: Ve a
ti mismo, a tu Esencia y verdadera identidad, a la porción tuya que te hace feliz, realmente y a plenitud. Y
logramos esa permanencia en una tierra especial que el Creador quiere
darnos a los hijos del Pacto, los que reconocemos Su Unicidad.
La Tierra Prometida es el lugar tanto físico como espiritual donde podemos lograr la conciencia permanente de nuestra conexión con el Creador, una tierra que tenemos que conquistar para vivir en paz y armonía en ella: "Y Yo haré de ti una gran Nación; Yo te bendeciré, y haré grande tu nombre; y tú serás [una] bendición" (12:2) Cuando andamos en los caminos y atributos de Amor, de hecho nos convertimos en bendición porque Amor es bendición. Abraham es considerado la personificación de la amorosa bondad (jésed en hebreo), que es uno de los atributos de Dios (Éxodo 34:6-7); y como dijimos en el comentario sobre la parshat Nóaj, en este contexto el Amor de Abraham se encontró con el Amor de Dios. La amorosa bondad de Abraham era una bendición para aquellos que lo rodeaban, y nosotros debemos ser y manifestar ese atributo ya que es lo que nos hace imagen y semejanza de Dios.
Decimos reiteradamente que el Amor de Dios nos creó, y es mediante nuestra conciencia de Amor que podemos conocer al Creador. Para Abraham este principio fundamental estaba tan claro que pudo superar todas las pruebas que le tocó enfrentar a lo largo de su vida: "No temas, Abram, Yo soy un escudo protector para ti; tu recompensa es muy grande" (Génesis 15:1). Por lo tanto, si el Amor de Dios es nuestro escudo… ¿quién podría estar en contra de nosotros? Amor es la Luz con la que disipamos las tinieblas en el mundo material, y mientras seamos y manifestemos Sus modos y atributos no habrá mejor recompensa: "Yo soy el Todopoderoso, camina ante Mí y sé íntegro. Yo estableceré Mi Pacto entre Yo y tú, y te multiplicaré grandemente" (17:1-2)
La Torá y las escrituras hebreas son en su totalidad un manifiesto Divino que proclama la Unicidad del Creador, y constantemente nos advierte de las consecuencias de la idolatría. Desde la transgresión en el Jardín del Edén hasta nuestro actual exilio, la idolatría ha sido la causa de todos los males de la humanidad. La saga de nuestros Patriarcas y Profetas ha sido una permanente batalla contra lo que nos separa del Creador, los "enemigos" de Dios que también son los enemigos de Israel.
Nuestros Sabios señalan a Abraham como el verdadero padre de la humanidad, y no a Adán o Nóaj, porque él y Sara fueron los primeros que verdaderamente caminaron ante Dios, y eran verdaderamente íntegros ante Sus ojos. De estos dos seres humanos excepcionales tenemos que aprender cómo concebir a nuestro Creador, y cómo relacionarnos con Él.
La persona más mencionada en nuestra tradición oral judía es Abraham, aún más que cualquier otro personaje bíblico, porque una de sus cualidades fue su implacable rechazo a la idolatría. Su lealtad al Creador era intachable, y su compromiso con Sus caminos era incondicional. Es interesante notar que este mismo Amor incondicional que Dios tiene a Su Creación es como el aire que respiramos, el sol que ilumina cada día y la lluvia, que no preguntan cuándo ni dónde ni para quién.
Dios ama a toda Su Creación, y también espera un Amor similar por parte de nosotros, Sus criaturas. Esto no significa que Él necesite nuestro Amor. Dios nos dio libre albedrío para que podamos elegir Su Amor en vez de las fantasías e ilusiones del mundo material. Su Amor, que también es nuestro Amor, es lo que nos engrandece y multiplica como las estrellas del cielo y el polvo de la tierra. Esa es la expansión que el Amor de Dios nos ofrece con Sus caminos y atributos. Abraham sabía que las bendiciones del Creador para él y sus descendientes no eran acerca de números sino de rasgos y cualidades que nos hacen crecer como portadores de Luz para el mundo.
Podemos comprender que la Tierra de Canaán es la vida misma, pero para ser vida de verdad tenemos que conquistar y dominar las "naciones" que la ocupan, los rasgos inferiores que debemos elevar para que sirvan al alto propósito que Amor es. Tenemos que ser como Abraham y nunca ceder a nada que no sea la amorosa bondad de Dios, siendo también amorosa bondad constantemente en cada aspecto de nuestra conciencia. Para lograrlo tenemos que confiar en el Amor de Dios y también en nuestra propia conciencia de Amor, como lo hizo Abraham.
Abraham temía al destino que enfrentarían sus descendientes durante su esclavitud en Egipto y en sus otros exilios, porque no somos tan fuertes como él contra las fantasías materialistas de ego. Él rezó por nosotros para que no pereciéramos en las tinieblas del mundo material, pero es nuestra responsabilidad y nuestra elección apegarnos al Creador como lo hicieron Abraham, Isaac y Jacob. Ese es el verdadero legado de nuestros Patriarcas, el legado debemos honrar y realizar.
Vayamos a nuestro propio ser, a la verdadera identidad que nos espera en la Tierra que el Amor de Dios nos muestra. La Tierra que es el mismo Amor que clama por Él para que una vez más nos haga recostar en la bondad de sus praderas.
La Tierra Prometida es el lugar tanto físico como espiritual donde podemos lograr la conciencia permanente de nuestra conexión con el Creador, una tierra que tenemos que conquistar para vivir en paz y armonía en ella: "Y Yo haré de ti una gran Nación; Yo te bendeciré, y haré grande tu nombre; y tú serás [una] bendición" (12:2) Cuando andamos en los caminos y atributos de Amor, de hecho nos convertimos en bendición porque Amor es bendición. Abraham es considerado la personificación de la amorosa bondad (jésed en hebreo), que es uno de los atributos de Dios (Éxodo 34:6-7); y como dijimos en el comentario sobre la parshat Nóaj, en este contexto el Amor de Abraham se encontró con el Amor de Dios. La amorosa bondad de Abraham era una bendición para aquellos que lo rodeaban, y nosotros debemos ser y manifestar ese atributo ya que es lo que nos hace imagen y semejanza de Dios.
Decimos reiteradamente que el Amor de Dios nos creó, y es mediante nuestra conciencia de Amor que podemos conocer al Creador. Para Abraham este principio fundamental estaba tan claro que pudo superar todas las pruebas que le tocó enfrentar a lo largo de su vida: "No temas, Abram, Yo soy un escudo protector para ti; tu recompensa es muy grande" (Génesis 15:1). Por lo tanto, si el Amor de Dios es nuestro escudo… ¿quién podría estar en contra de nosotros? Amor es la Luz con la que disipamos las tinieblas en el mundo material, y mientras seamos y manifestemos Sus modos y atributos no habrá mejor recompensa: "Yo soy el Todopoderoso, camina ante Mí y sé íntegro. Yo estableceré Mi Pacto entre Yo y tú, y te multiplicaré grandemente" (17:1-2)
La Torá y las escrituras hebreas son en su totalidad un manifiesto Divino que proclama la Unicidad del Creador, y constantemente nos advierte de las consecuencias de la idolatría. Desde la transgresión en el Jardín del Edén hasta nuestro actual exilio, la idolatría ha sido la causa de todos los males de la humanidad. La saga de nuestros Patriarcas y Profetas ha sido una permanente batalla contra lo que nos separa del Creador, los "enemigos" de Dios que también son los enemigos de Israel.
Nuestros Sabios señalan a Abraham como el verdadero padre de la humanidad, y no a Adán o Nóaj, porque él y Sara fueron los primeros que verdaderamente caminaron ante Dios, y eran verdaderamente íntegros ante Sus ojos. De estos dos seres humanos excepcionales tenemos que aprender cómo concebir a nuestro Creador, y cómo relacionarnos con Él.
La persona más mencionada en nuestra tradición oral judía es Abraham, aún más que cualquier otro personaje bíblico, porque una de sus cualidades fue su implacable rechazo a la idolatría. Su lealtad al Creador era intachable, y su compromiso con Sus caminos era incondicional. Es interesante notar que este mismo Amor incondicional que Dios tiene a Su Creación es como el aire que respiramos, el sol que ilumina cada día y la lluvia, que no preguntan cuándo ni dónde ni para quién.
Dios ama a toda Su Creación, y también espera un Amor similar por parte de nosotros, Sus criaturas. Esto no significa que Él necesite nuestro Amor. Dios nos dio libre albedrío para que podamos elegir Su Amor en vez de las fantasías e ilusiones del mundo material. Su Amor, que también es nuestro Amor, es lo que nos engrandece y multiplica como las estrellas del cielo y el polvo de la tierra. Esa es la expansión que el Amor de Dios nos ofrece con Sus caminos y atributos. Abraham sabía que las bendiciones del Creador para él y sus descendientes no eran acerca de números sino de rasgos y cualidades que nos hacen crecer como portadores de Luz para el mundo.
Podemos comprender que la Tierra de Canaán es la vida misma, pero para ser vida de verdad tenemos que conquistar y dominar las "naciones" que la ocupan, los rasgos inferiores que debemos elevar para que sirvan al alto propósito que Amor es. Tenemos que ser como Abraham y nunca ceder a nada que no sea la amorosa bondad de Dios, siendo también amorosa bondad constantemente en cada aspecto de nuestra conciencia. Para lograrlo tenemos que confiar en el Amor de Dios y también en nuestra propia conciencia de Amor, como lo hizo Abraham.
Abraham temía al destino que enfrentarían sus descendientes durante su esclavitud en Egipto y en sus otros exilios, porque no somos tan fuertes como él contra las fantasías materialistas de ego. Él rezó por nosotros para que no pereciéramos en las tinieblas del mundo material, pero es nuestra responsabilidad y nuestra elección apegarnos al Creador como lo hicieron Abraham, Isaac y Jacob. Ese es el verdadero legado de nuestros Patriarcas, el legado debemos honrar y realizar.
Vayamos a nuestro propio ser, a la verdadera identidad que nos espera en la Tierra que el Amor de Dios nos muestra. La Tierra que es el mismo Amor que clama por Él para que una vez más nos haga recostar en la bondad de sus praderas.