La distinción entre vida y muerte es recalcada nuevamente en esta porción: "Y el Eterno dijo a Moisés: Declara (emor) a los sacerdotes, los hijos de Aarón, y diles: 'Que nadie de vosotros se contamine por una persona muerta entre su pueblo'." (Levítico 21:1) y vida es la prioridad imperativa para el mayor conocimiento de nuestra conexión con Dios. En este sentido la vida abarca todos los atributos positivos y bondad que son inherentes a Amor como la Esencia común que compartimos con nuestro Creador, y que además nos hace parte de Él.
Amor es el Pacto, la precondición divina con la que tenemos que manejar la vida y la actitud ante el mundo material. La Esencia de la vida es Amor con el que Dios nos creó, y Amor es la manera de protegerla y proyectarla en nuestro entorno individual y colectivo. A diferencia de la vida, la muerte representa lo opuesto a los modos y atributos de Amor.
Lo sagrado es exaltado e inherente a Amor como la manera de santificar la vida en el mundo material: "Ellos (los sacerdotes) deberán ser sagrados a su Dios, y no profanarán el Nombre de su Dios, porque ellos elevan las ofrendas de fuego del Eterno, las ofrendas de alimento de su Dios, por lo tanto deberán ser sagrados.". (21:6). En este contexto el Nombre de Dios abarca los caminos y atributos para consagrar la vida.
El conocimiento de nuestra conexión permanente con Dios (representado por el sacerdote) es lo que eleva nuestras cualidades y rasgos humanos, la ofrenda de alimento del Eterno. Este conocimiento es lo sagrado que nos apega a Él: "Vosotros lo santificaréis [al sacerdote], porque él eleva la ofrenda de alimento de vuestro Dios; él será sagrado para vosotros, porque Yo, el Eterno que os santifica, soy Sagrado." (21:8) y Su Amor es lo que nos hace sagrados, "(…) porque la corona de aceite de unción de su Dios está sobre él. Yo soy el Eterno." (21:11-12). Nuestros Sabios místicos enseñan que, en el contexto de las Escrituras Hebreas, el aceite representa conocimiento y conciencia del Creador como etapa inicial de iluminación, representada por el aceite que arde en las lámparas del Tabernáculo.
Estos versículos que enfatizan lo sagrado que es nuestro más alto conocimiento del Creador están acompañados del obvio rechazo de cualquier rasgo o cualidad separada de su exclusivo propósito de estar en los modos y atributos de Amor: "Habla a Aarón, diciendo: Cualquier hombre entre vuestros hijos a través de sus generaciones que tenga un defecto, no se acercará a elevar ofrendas de alimento de Su Dios." (21:17) porque tenemos que ser completos, íntegros en nuestra conciencia cuando nos acercamos a nuestro Creador.
En esa entereza e integridad como suma de todos los aspectos de la conciencia no hay defectos, porque nada hace falta o es inadecuado cuando dirigimos todas las dimensiones de nuestra vida hacia Él. Si somos "ciegos" con nuestra indisposición a enfrentar la verdad, "lisiados" para discernir lo correcto de lo equivocado, "atrofiados" para diferenciar entre verdadero y falso, nunca seremos capaces de abrazar el Amor de Dios porque Amor no cohabita con nada distinto a Sus modos y atributos.
"[Un animal que tiene] ceguera, o quebrado [sus huesos], o partido [párpado o labio], o lesiones, o heridas secas, o adolorido, no los ofreceréis al Eterno, ni los ofreceréis como ofrendas de fuego [elevación] sobre el altar para el Eterno." (22:22). De ahí que tengamos que ofrecer nuestra percepción, honestidad, devoción, ternura y sensibilidad en su totalidad con la entera intención y compromiso de convertirse en vasijas del Amor de Dios, y no con limitaciones ni fracturas.
Esto igualmente significa que tenemos que ir más allá de nuestras limitaciones físicas y fisiológicas, comprometiendo nuestro potencial, capacidad y talentos en los modos y atributos de Amor, porque esa es la manera de consagrar a nuestro Creador: "No profanaréis Mi Nombre sagrado. Yo seré santificado entre [en] los hijos de Israel. [Porque] Yo soy el Eterno que os santifica." (22:32).
La porción continúa con un capítulo (23) dedicado a las festividades judías mayores: "Habla a los hijos de Israel y diles a ellos: Los [días festivos] nombrados del Eterno que vosotros designaréis como ocasiones sagradas (…)" (23:2) para renovar periódicamente nuestra cercanía a Él, y entre ellas se nos recuerda otra vez: "Cuando recojas la cosecha de tu Tierra, no recogerás completamente la esquina de tu campo durante la cosecha, y no recogerás los frutos caídos de tu cosecha. Los dejarás estos para el pobre y el forastero. (Porque) Yo soy el Eterno, tu Dios." (23:22) y como hemos mencionado, esto se refiere a nuestro deber sagrado y encomendado de compartir los frutos de nuestra conciencia individual de conexión con el Amor de Dios, con aquellos que no están cercanos a Él.
Seremos verdaderamente sagrados cuando nuestro Amor toque y eleve a otros en nuestra tarea de hacer un mundo mejor para todos, lo cual es nuestra misión colectiva para crear un espacio donde el Amor de Dios habite en el mundo. Esta misión es cumplida cuando todos mantengamos encendida la Luz de Amor permanentemente en quienes somos y en lo que hacemos: "Manda a los hijos de Israel, y que tomen para ti aceite de oliva puro, prensado para iluminar, para encender las lámparas continuamente." (24:2-4).
Emor concluye reiterando nuestra exclusión de Dios cuando profanamos Su Nombre. Este Nombre abarca todo lo que Él representa para nosotros y para toda la Creación: Su Amor. Al profanar Amor estamos eligiendo muerte, lo cual nos convierte en piedras. Ese es el significado simbólico de "muerte por lapidación" en el contexto bíblico hebreo: "Y Moisés dijo [todo esto] a los hijos de Israel. Entonces ellos llevaron al profanador afuera del campamento y lo apedrearon, y los hijos de Israel hicieron exactamente como el Eterno le había ordenado a Moisés." (24:23).
De la misma manera, cuando hay un rasgo negativo en nuestra conciencia que traiciona o pone en peligro nuestro sendero en el Amor de Dios tenemos que expulsarlo del campo de nuestra conciencia de Amor, y llevarlo a la inexistencia de la muerte de donde vino. Muerte es el campo de las fantasías e ilusiones de ego, y Amor es el campo de vida cuando la vivimos en sus modos y atributos.
Amor es el Pacto, la precondición divina con la que tenemos que manejar la vida y la actitud ante el mundo material. La Esencia de la vida es Amor con el que Dios nos creó, y Amor es la manera de protegerla y proyectarla en nuestro entorno individual y colectivo. A diferencia de la vida, la muerte representa lo opuesto a los modos y atributos de Amor.
Lo sagrado es exaltado e inherente a Amor como la manera de santificar la vida en el mundo material: "Ellos (los sacerdotes) deberán ser sagrados a su Dios, y no profanarán el Nombre de su Dios, porque ellos elevan las ofrendas de fuego del Eterno, las ofrendas de alimento de su Dios, por lo tanto deberán ser sagrados.". (21:6). En este contexto el Nombre de Dios abarca los caminos y atributos para consagrar la vida.
El conocimiento de nuestra conexión permanente con Dios (representado por el sacerdote) es lo que eleva nuestras cualidades y rasgos humanos, la ofrenda de alimento del Eterno. Este conocimiento es lo sagrado que nos apega a Él: "Vosotros lo santificaréis [al sacerdote], porque él eleva la ofrenda de alimento de vuestro Dios; él será sagrado para vosotros, porque Yo, el Eterno que os santifica, soy Sagrado." (21:8) y Su Amor es lo que nos hace sagrados, "(…) porque la corona de aceite de unción de su Dios está sobre él. Yo soy el Eterno." (21:11-12). Nuestros Sabios místicos enseñan que, en el contexto de las Escrituras Hebreas, el aceite representa conocimiento y conciencia del Creador como etapa inicial de iluminación, representada por el aceite que arde en las lámparas del Tabernáculo.
Estos versículos que enfatizan lo sagrado que es nuestro más alto conocimiento del Creador están acompañados del obvio rechazo de cualquier rasgo o cualidad separada de su exclusivo propósito de estar en los modos y atributos de Amor: "Habla a Aarón, diciendo: Cualquier hombre entre vuestros hijos a través de sus generaciones que tenga un defecto, no se acercará a elevar ofrendas de alimento de Su Dios." (21:17) porque tenemos que ser completos, íntegros en nuestra conciencia cuando nos acercamos a nuestro Creador.
En esa entereza e integridad como suma de todos los aspectos de la conciencia no hay defectos, porque nada hace falta o es inadecuado cuando dirigimos todas las dimensiones de nuestra vida hacia Él. Si somos "ciegos" con nuestra indisposición a enfrentar la verdad, "lisiados" para discernir lo correcto de lo equivocado, "atrofiados" para diferenciar entre verdadero y falso, nunca seremos capaces de abrazar el Amor de Dios porque Amor no cohabita con nada distinto a Sus modos y atributos.
"[Un animal que tiene] ceguera, o quebrado [sus huesos], o partido [párpado o labio], o lesiones, o heridas secas, o adolorido, no los ofreceréis al Eterno, ni los ofreceréis como ofrendas de fuego [elevación] sobre el altar para el Eterno." (22:22). De ahí que tengamos que ofrecer nuestra percepción, honestidad, devoción, ternura y sensibilidad en su totalidad con la entera intención y compromiso de convertirse en vasijas del Amor de Dios, y no con limitaciones ni fracturas.
Esto igualmente significa que tenemos que ir más allá de nuestras limitaciones físicas y fisiológicas, comprometiendo nuestro potencial, capacidad y talentos en los modos y atributos de Amor, porque esa es la manera de consagrar a nuestro Creador: "No profanaréis Mi Nombre sagrado. Yo seré santificado entre [en] los hijos de Israel. [Porque] Yo soy el Eterno que os santifica." (22:32).
La porción continúa con un capítulo (23) dedicado a las festividades judías mayores: "Habla a los hijos de Israel y diles a ellos: Los [días festivos] nombrados del Eterno que vosotros designaréis como ocasiones sagradas (…)" (23:2) para renovar periódicamente nuestra cercanía a Él, y entre ellas se nos recuerda otra vez: "Cuando recojas la cosecha de tu Tierra, no recogerás completamente la esquina de tu campo durante la cosecha, y no recogerás los frutos caídos de tu cosecha. Los dejarás estos para el pobre y el forastero. (Porque) Yo soy el Eterno, tu Dios." (23:22) y como hemos mencionado, esto se refiere a nuestro deber sagrado y encomendado de compartir los frutos de nuestra conciencia individual de conexión con el Amor de Dios, con aquellos que no están cercanos a Él.
Seremos verdaderamente sagrados cuando nuestro Amor toque y eleve a otros en nuestra tarea de hacer un mundo mejor para todos, lo cual es nuestra misión colectiva para crear un espacio donde el Amor de Dios habite en el mundo. Esta misión es cumplida cuando todos mantengamos encendida la Luz de Amor permanentemente en quienes somos y en lo que hacemos: "Manda a los hijos de Israel, y que tomen para ti aceite de oliva puro, prensado para iluminar, para encender las lámparas continuamente." (24:2-4).
Emor concluye reiterando nuestra exclusión de Dios cuando profanamos Su Nombre. Este Nombre abarca todo lo que Él representa para nosotros y para toda la Creación: Su Amor. Al profanar Amor estamos eligiendo muerte, lo cual nos convierte en piedras. Ese es el significado simbólico de "muerte por lapidación" en el contexto bíblico hebreo: "Y Moisés dijo [todo esto] a los hijos de Israel. Entonces ellos llevaron al profanador afuera del campamento y lo apedrearon, y los hijos de Israel hicieron exactamente como el Eterno le había ordenado a Moisés." (24:23).
De la misma manera, cuando hay un rasgo negativo en nuestra conciencia que traiciona o pone en peligro nuestro sendero en el Amor de Dios tenemos que expulsarlo del campo de nuestra conciencia de Amor, y llevarlo a la inexistencia de la muerte de donde vino. Muerte es el campo de las fantasías e ilusiones de ego, y Amor es el campo de vida cuando la vivimos en sus modos y atributos.