domingo, 12 de junio de 2011

Parshat Shelaj: Encaminándonos en el Amor de Dios

Asentarse en la Tierra Prometida (vivir en la verdad de los caminos y atributos del Creador) es un empeño que virtualmente toma toda una vida. Todos sabemos que la vida en el mundo material no es una tarea fácil, por ello algunos la llaman bendición y otros maldición, dependiendo qué tan llevadera o complicada sea o resulte. En el caso de la Tierra Prometida el empeño conlleva un proceso de aprendizaje encaminado a crear un espacio para que el Creador more con nosotros.

Esta misión es sólo nuestra en el sentido de que ella depende únicamente de nuestro libre albedrío: es una elección que hacemos o no. En este contexto está claro que una cosa son los Mandamientos del Creador y otra es realizarlos por nuestro propio albedrío. Esto es parte de la naturaleza humana y las decisiones que tomamos son el resultado de lo que queremos en nuestra vida. No se trata de lo que necesitamos hacer sino de lo que queremos hacer.

Moisés, nuestro maestro, conoce bastante bien la fibra con la que nos hizo el Creador y por ello actúa como corresponde. Como representante de nuestro más elevado conocimiento del Creador y Su Amor, Moisés tiene que dirigir los aspectos más refinados de nuestra conciencia, como los apropiados para conducir las demás dimensiones de nuestra vida.

El Creador entonces encomienda a Moisés: "(…) 'envía para ti (shelaj lejá) hombres que explorarán la Tierra de Canaán, la cual Yo doy a los hijos de Israel. Tú enviarás un hombre por cada Tribu de su padre; cada uno será un príncipe en su entorno" (Números 13:2), y Moisés es quien envía los más aptos para informarse de los rasgos, cualidades y expresiones de cada nivel de nuestra conciencia con el objeto de encauzarlos en los caminos y atributos de Dios:


"Veréis lo que la tierra es, y la gente que habita en ella; ¿son [acaso] fuertes o débiles? ¿Son pocos o numerosos? ¿Y qué parte de la tierra habitan? ¿Es buena o mala? ¿Y las ciudades en que viven están en campos o amuralladas? (13:18-19), refiriéndose a la naturaleza de nuestros pensamientos, ideas, creencias, hábitos, gustos, estados de ánimo, tendencias, emociones, sentimientos, pasiones e instintos.

La vida de hecho es buena, a pesar de la actitud negativa hacia ella que tengamos en algún momento, y en últimas se trata de nuestra actitud y no la del Creador. Nuestra actitud y no la Suya es la que nos hace percibir la vida y el mundo como los vemos. En la actitud de Amor todo es bueno:


"Ellos le contaron [a Moisés] y dijeron, 'Vinimos a la tierra a la que nos enviaste, y en la que fluyen leche y miel, y este es el fruto de ella'." (13:27), y aquellos que dirigieron su conocimiento en el Amor de Dios la encontraron aun mucho mejor: "Ellos hablaron a toda la congregación de los hijos de Israel, diciendo, 'La tierra que atravesamos para explorar es una tierra excesivamente buena'." (14:7). Cuando guiamos todos los aspectos de la conciencia en los caminos del Creador, Su Amor lo hace para nosotros: "Si el Eterno nos desea, Él nos traerá a esta tierra y nos la da, una tierra en la que fluyen leche y miel." (14:8).

Con el propósito de vivir en los caminos y atributos del Creador no debemos nunca separarnos de Su Amor: "Pero no os rebelaréis contra el Eterno, y no temeréis a la gente de esa tierra porque ellos son [como] nuestro pan. Su protección es retirada de ellos, y [entonces] el Eterno está con nosotros; no les temáis." (14:9), porque cada faceta de nuestra conciencia es ciertamente una parte esencial de nuestra vida. En este sentido nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, etc. también nos alimentan como lo hace el pan.


Cuando los limpiamos de sus expresiones negativas Amor está con nosotros y por lo tanto no tenemos nada de qué temer. Si nuestra voluntad no es suficientemente fuerte para eliminar de nuestros actos las expresiones negativas de nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos, caemos en las tinieblas de la ilusión que es la negatividad: "Porque los amalecitas y los cananeos están allí delante de vosotros, y caeréis por la espada, porque habéis dado la espalda al Eterno, y el Eterno no estará con vosotros". (14:43) y nos alejamos de Su Amor cuando rechazamos Sus caminos.

La experiencia del episodio de los exploradores (también llamados "espías") nos indica que nuestra naturaleza voluble debe estar encaminada a procurar las delicias sublimes de los caminos del Creador. La guía y dirección de Su Amor también deben estar siempre presentes en cada aspecto de la conciencia:


"(…) esto será como filacterias para vosotros, y cuando los veáis, habréis de recordar todos los Mandamientos del Eterno para realizarlos, y no iréis tras vuestros corazones y tras vuestros ojos [los deseos y fantasías materialistas de ego] tras los cuales os desviáis. Para que recordéis y cumpláis todos Mis Mandamientos y seáis sagrados para vuestro Dios. [Porque] Yo soy el Eterno, vuestro Dios, que os saqué [con Su Amor] de la tierra de Egipto [ilusiones de ego] para ser vuestro Dios [para que viváis en la Verdad]; [porque] Yo soy el Eterno, vuestro Dios." (15:39-40).

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.