Las diez generaciones entre Nóaj y Abraham nos legan la diversidad inherente a la humanidad. Nos referimos a un
amplio espectro al que llamamos rasgos, cualidades, talentos, destrezas, etc.,
unidos a los también diversos aspectos, niveles y dimensiones de la conciencia
humana. Esta selecta variedad, con todo su potencial, es un reflejo -- dentro de
las limitaciones de lo material -- de la infinita y eterna diversidad de la
creación Divina. Sólo tenemos que echar un vistazo alrededor para darnos cuenta
que no vivimos en un mundo monótono, y que estamos aquí para relacionarnos con
una diversidad multidimensional.
Podemos entenderlo como "soy diverso, luego existo", porque vivimos simultáneamente con pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Nóaj tuvo tres hijos que nuestros Sabios dicen representan los cimientos o raíces del intelecto (Shem), emoción (Jafet), y sensualidad (Ham), con los que actuamos ante una gran variedad de posibilidades para vivirlas como cimientos de lo que llamamos vida.
La visión de la vida en la Torá es inequívocamente ética, y el conductor más apropiado de esta visión es el intelecto como poder discernidor de la conciencia. Nuestros Sabios igualan el intelecto con el alma; entonces entre más discernimos sobre nuestras circunstancias en el mundo material, más vivimos en consonancia con nuestra alma. En este sentido, como ellos bien dicen, "el alma es para el cuerpo lo que el Creador es para el mundo"; dando a entender que el alma es lo que nos conecta a Él. Vivir y actuar en la vida desde el lugar del alma es la única manera de trascender los espejismos e ilusiones de lo material. En un contexto práctico, nuestra alma abarca los atributos Divinos que la Torá nos instruye a emular. Recapitulando esto, entre más diversa y compleja se nos presenta la realidad material, más necesitamos cimientos sólidos para afrontarla con los medios y atributos más positivos, productivos y edificantes.
La mayoría de los descendientes de Nóaj rechazaron la diversidad con la que el Creador dotó al mundo. Este rechazo también fue manifestado por la generación anterior que pereció en el Diluvio, como consecuencia de haber corrompido la vida, volviéndola carente de sentido ante los ojos del Creador. Resulta difícil creer que luego de tan breve transición, la "nueva" generación quisiese cometer el mismo error con la construcción de la torre de Babel. Como creación Divina que somos, los humanos tenemos el potencial de extendernos al Creador siguiendo Sus caminos y manifestando Sus atributos. Seguir las ilusiones y deseos materialistas de ego, y sentirnos autosuficientes, son los ladrillos de la torre que nos hace creer que somos nuestro propio dios. Nuestros Sabios advierten que la arrogancia es la peor forma de idolatría, porque no nos deja ver más allá del ego. El egoísmo se vuelve la manera más fácil de negar algo diferente (y por lo tanto diverso) de nuestra percepción individual.
La peor transgresión de las generaciones previas a Abraham no fue desafiar la conducción del Creador sobre Su Creación cuando proclamaron el dominio del hombre sobre su vida y su devenir, sino haber negado la diversidad y el potencial multidimensional de la vida humana como el regalo Divino más preciado. Un regalo para nuestra apreciación, valoración, alegría y regocijo, algo con lo cual deleitarnos. En este sentido, el peor pecado es privar la conciencia humana de su potencial para abarcar la vida y el mundo material en toda su diversidad, tanto revelada como ocultada.
Después del Diluvio, el Creador sigue dotándonos con libre albedrío para elegir no sólo entre lo que conocemos como bien y mal, como ocurría en el Jardín del Edén, sino entre innumerables posibilidades dentro de cada aspecto, nivel y dimensión de la conciencia. Así, en el conocimiento del Amor de Dios como nuestra Esencia e identidad, somos plenamente capaces de discernir y elegir los atributos de Amor entre la diversidad de posibilidades que nos ofrece el mundo material.
La generación de la torre de Babel se juntó unida para limitar la vida humana a un solo patrón ideológico, social y cultural; en "una" lengua capaz de convertir al hombre en un dios para sí mismo, donde el resto de la Creación sería sólo un accesorio para la "grandeza" del hombre. La respuesta del Creador no fue más destrucción, como en el Diluvio, sino darnos el conocimiento y la conciencia de que cada individuo es tan diverso como las maneras de concebir, pensar, sentir, y responder al mundo también diverso en el que vivimos. De ahí que el desafío para la humanidad es igualmente responder con una actitud acogedora, unificadora y armonizadora ante la diversidad como regalo Divino.
Entre los muchos mensajes de esta porción bíblica, podemos aprender que de hecho la humanidad tiene el potencial de unirse en torno a una ideología, paradigma o creencia; tal como lo vemos con la política, la religión, y hasta en la moda. Ya sea para bien común, como lo vivimos cuando los desastres naturales nos hacen correr para ayudar a los damnificados; o para mal, cuando vemos el sufrimiento de las víctimas de fanatismo religioso y de regímenes totalitarios que profanan la santidad de la vida humana.
Una y otra vez, las opciones que tomamos son sólo nuestras. Ya sea que construyamos torres para elevar las ilusiones y delirios de grandeza del ego, o torres en nuestra conciencia para acercarnos al Creador. Torres no construidas con ladrillos de arcilla sino con nuestro Amor que procura alcanzar el Amor de Dios. Este Amor es nuestra Esencia e identidad, con el que elegimos la bondad revelada y ocultada en la multifacética diversidad que Él nos prodigó.
Podemos entenderlo como "soy diverso, luego existo", porque vivimos simultáneamente con pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos. Nóaj tuvo tres hijos que nuestros Sabios dicen representan los cimientos o raíces del intelecto (Shem), emoción (Jafet), y sensualidad (Ham), con los que actuamos ante una gran variedad de posibilidades para vivirlas como cimientos de lo que llamamos vida.
La visión de la vida en la Torá es inequívocamente ética, y el conductor más apropiado de esta visión es el intelecto como poder discernidor de la conciencia. Nuestros Sabios igualan el intelecto con el alma; entonces entre más discernimos sobre nuestras circunstancias en el mundo material, más vivimos en consonancia con nuestra alma. En este sentido, como ellos bien dicen, "el alma es para el cuerpo lo que el Creador es para el mundo"; dando a entender que el alma es lo que nos conecta a Él. Vivir y actuar en la vida desde el lugar del alma es la única manera de trascender los espejismos e ilusiones de lo material. En un contexto práctico, nuestra alma abarca los atributos Divinos que la Torá nos instruye a emular. Recapitulando esto, entre más diversa y compleja se nos presenta la realidad material, más necesitamos cimientos sólidos para afrontarla con los medios y atributos más positivos, productivos y edificantes.
La mayoría de los descendientes de Nóaj rechazaron la diversidad con la que el Creador dotó al mundo. Este rechazo también fue manifestado por la generación anterior que pereció en el Diluvio, como consecuencia de haber corrompido la vida, volviéndola carente de sentido ante los ojos del Creador. Resulta difícil creer que luego de tan breve transición, la "nueva" generación quisiese cometer el mismo error con la construcción de la torre de Babel. Como creación Divina que somos, los humanos tenemos el potencial de extendernos al Creador siguiendo Sus caminos y manifestando Sus atributos. Seguir las ilusiones y deseos materialistas de ego, y sentirnos autosuficientes, son los ladrillos de la torre que nos hace creer que somos nuestro propio dios. Nuestros Sabios advierten que la arrogancia es la peor forma de idolatría, porque no nos deja ver más allá del ego. El egoísmo se vuelve la manera más fácil de negar algo diferente (y por lo tanto diverso) de nuestra percepción individual.
La peor transgresión de las generaciones previas a Abraham no fue desafiar la conducción del Creador sobre Su Creación cuando proclamaron el dominio del hombre sobre su vida y su devenir, sino haber negado la diversidad y el potencial multidimensional de la vida humana como el regalo Divino más preciado. Un regalo para nuestra apreciación, valoración, alegría y regocijo, algo con lo cual deleitarnos. En este sentido, el peor pecado es privar la conciencia humana de su potencial para abarcar la vida y el mundo material en toda su diversidad, tanto revelada como ocultada.
Después del Diluvio, el Creador sigue dotándonos con libre albedrío para elegir no sólo entre lo que conocemos como bien y mal, como ocurría en el Jardín del Edén, sino entre innumerables posibilidades dentro de cada aspecto, nivel y dimensión de la conciencia. Así, en el conocimiento del Amor de Dios como nuestra Esencia e identidad, somos plenamente capaces de discernir y elegir los atributos de Amor entre la diversidad de posibilidades que nos ofrece el mundo material.
La generación de la torre de Babel se juntó unida para limitar la vida humana a un solo patrón ideológico, social y cultural; en "una" lengua capaz de convertir al hombre en un dios para sí mismo, donde el resto de la Creación sería sólo un accesorio para la "grandeza" del hombre. La respuesta del Creador no fue más destrucción, como en el Diluvio, sino darnos el conocimiento y la conciencia de que cada individuo es tan diverso como las maneras de concebir, pensar, sentir, y responder al mundo también diverso en el que vivimos. De ahí que el desafío para la humanidad es igualmente responder con una actitud acogedora, unificadora y armonizadora ante la diversidad como regalo Divino.
Entre los muchos mensajes de esta porción bíblica, podemos aprender que de hecho la humanidad tiene el potencial de unirse en torno a una ideología, paradigma o creencia; tal como lo vemos con la política, la religión, y hasta en la moda. Ya sea para bien común, como lo vivimos cuando los desastres naturales nos hacen correr para ayudar a los damnificados; o para mal, cuando vemos el sufrimiento de las víctimas de fanatismo religioso y de regímenes totalitarios que profanan la santidad de la vida humana.
Una y otra vez, las opciones que tomamos son sólo nuestras. Ya sea que construyamos torres para elevar las ilusiones y delirios de grandeza del ego, o torres en nuestra conciencia para acercarnos al Creador. Torres no construidas con ladrillos de arcilla sino con nuestro Amor que procura alcanzar el Amor de Dios. Este Amor es nuestra Esencia e identidad, con el que elegimos la bondad revelada y ocultada en la multifacética diversidad que Él nos prodigó.
Debemos escuchar a nuestro Creador y extendernos a
Él expandiendo nuestra conciencia de Su Amor (representada por Jerusalén y su
Templo) en la diversidad de todos sus aspectos y dimensiones: "Ensancha el
espacio de tus tiendas, expande las cortinas de tus moradas, sin detenerte;
alarga tus sogas, y refuerza tus clavijas. Porque hacia el sur y hacia el norte
te expandirás con pujanza, tus hijos heredarán las naciones, y ellos habitarán
en ciudades desoladas" (Isaías 54:2-3)