La santidad que
el Creador exige de los hijos de Israel incluye a los sacerdotes, y esta
porción de la Torá se refiere al servicio que estos últimos realizan en el
Santuario o Templo.
La separación de
funciones para los sacerdotes de ninguna manera implica que haya diferencias o
categorías de santidad entre los hijos de Israel. Sin embargo esta santidad es
enfatizada para los sacerdotes porque ellos representan la plena conciencia de
nuestra conexión permanente con el Creador y Su Amor, del cual
somos creados y sustentados.
Debido a su
naturaleza esta conciencia es sagrada, ya que nuestro apego a Su Amor depende
de ella.
“Ellos serán
sagrados para su Dios, y ellos no profanarán el Nombre de Su Dios, por lo tanto
ellos serán sagrados.” (Levítico 21:6)
Hemos dicho en
comentarios pasados (ver en este blog Parshat Emor:
“Restituir Vida con Vida” del 25 de marzo 2010 y “Entrega Total al Amor de
Dios” del 1 de mayo 2011) que a través de nuestras ofrendas, que son
nuestros mejores pensamientos, sentimientos y acciones, nos santificamos
nosotros mismos y consecuentemente nuestra relación con Dios.
Este conocimiento mayor, que es la conciencia representada por el
sacerdote, debemos santificarlo todo el tiempo.
“Tú lo santificarás [al sumo sacerdote] porque él trae la ofrenda del
pan de tu Dios; él será sagrado para ti porque Yo, el Eterno que te
santifica, soy sagrado” (21:8)
El pan
de nuestro Dios es Su Amor.
Esta conciencia sublime es encendida por el conocimiento que el Creador nos
da para elevar todos nuestros niveles y dimensiones a Su servicio, el cual
realizamos mediante los caminos y atributos de Amor. Dios sustenta toda Su
Creación, y nosotros también debemos nutrir nuestras vidas y el mundo material
donde vivimos con Amor como nuestra verdadera Esencia e identidad, la
manifestación material del Amor de Dios, Su pan para nosotros.
Ese es nuestro servicio en el mundo para rendir honor a Su Amor por
nosotros.
“(...) porque la corona del aceite de unción de su Dios está
sobre él [el sacerdote]. Yo soy el Eterno” (21:12)
Otra vez el Creador reafirma Sus caminos y medios para seguirlo y emularlo a
Él cuando nos dice “Yo soy el Eterno”. En esta declaración nos está
diciendo “Haz como te digo porque te lo estoy diciendo”. Esto también significa
que todo lo que hacemos en nuestras vidas debe tener como único fin
santificarlo a Él.
“No profanaréis Mi Sagrado Nombre. Yo seré santificado en los hijos de
Israel. Yo soy el Eterno que os saqué de la tierra de Egipto para ser vuestro
Dios. Yo soy el Eterno.” (22:32-33)
Ya mencionamos el versículo donde el Creador unge (ilumina nuestra
conciencia elevada con el conocimiento de Él) al sacerdote con Su aceite, y en
el último capítulo (24) de esta porción Él expande esta iluminación para todo
Israel habilitándonos también para encender la menorá del Santuario.
“Ordena a los hijos de Israel y que ellos tomen para ti aceite puro de oliva,
triturada para iluminar, para encender las lámparas [de la menorá] continuamente.” (24:1)
Esto también quiere decir que el mayor potencial de amor y bondad en todos
los niveles de conciencia (los hijos de Israel) están encomendados por el
Creador para proveer y traer el aceite, la iluminación para el sacerdote. En
otras palabras, la motivación para vivir y disfrutar nuestra conexión
permanente con Él debe provenir del Amor y la bondad que infundamos en nuestro
intelecto, mente, pensamientos, emociones, sentimientos, palabras y acciones.
Todas las dimensiones y cualidades están convocadas para este propósito.
Esta conciencia mayor tiene el propósito de guiar y dirigir, como está
reiterado.
“Y para Mi pueblo ellos [los sacerdotes] les enseñarán la diferencia
entre lo sagrado y lo profano, y les harán discernir entre lo puro y lo impuro.” (Ezequiel 44:23)
La manera práctica de hacerlo es siguiendo los modos y atributos de Amor
como medios para santificar nuestra conciencia y nuestro entorno inmediato. Es
importante destacar que la conciencia que Israel representa es multidimensional
y abarca cualidades, rasgos, aspectos y atributos que están destinados a
revelar totalmente la Presencia Divina en el mundo material.
La revelación de Dios a Israel en Sinaí sirve un doble propósito. Uno es
para que los hijos de Israel asumieran su verdadera Esencia e identidad desde
ese entonces, y el otro es para que a partir de su identidad desde ese entonces
revelen la Presencia Divina en el mundo.
Una vez Israel tuvo la experiencia del Creador, Sus caminos y atributos en
Sinaí, nuestro destino es proclamar en la tierra Su soberanía y Su gloria, que
están manifiestas en los atributos de Amor que deben ser los únicos conductores
de la conciencia humana.
Este conocimiento nos enseña a unificar todas las dimensiones de la
conciencia en el servicio del Amor de Dios, y este servicio significa
manifestar los modos y atributos de Amor como los únicos medios para remover lo
inmundo y lo impuro con el fin de hacer prevalecer Amor como nuestra verdadera
Esencia e identidad. En este sentido los hijos de Israel están unidos bajo el
conocimiento permanente de nuestra conexión con el Creador, y
este conocimiento nos hace sacerdotes.
Es así como entendemos el Mandamiento de Dios, “y seréis para Mí un reino
de sacerdotes, y una nación sagrada” (Éxodo 19:6) y esta identidad nos diferencia
de las demás naciones. La Torá es la instrucción con la que nuestra identidad
judía enseña a las naciones, las cuales representan rasgos y cualidades sometidas
a las fantasías e ilusiones de ego.
La Torá enseña a toda la humanidad la diferencia entre las ilusiones de ego
y Amor como Verdad, y es así como iluminamos a la conciencia para disipar las
tinieblas en todas sus dimensiones. Nos damos cuenta de esto e implementamos esas
enseñanzas bajo la dirección de nuestra conexión con el Amor de Dios, de donde
proviene todo lo que es. En esta realización y experiencia somos sacerdotes, ya
que santificamos todo lo que somos, tenemos y hacemos con la santidad de Amor
sabiendo que estamos permanente conscientes de nuestra verdadera Esencia e
identidad que es el Amor de Dios.