domingo, 22 de julio de 2012

Devarim: Afrontando el Mundo Material

“El Eterno nuestro Dios nos habló en Joreb [Sinaí], y dijo: 'Habéis estado lo suficiente asentados en este monte. Volteaos y dirigíos (...)'” (Deuteronomio 1:6-7)

Estas dos oraciones conforman uno de los aspectos esenciales de la relación entre Israel y el Creador. De hecho estamos unidos al Él como lo estuvieron nuestros antepasados en el desierto de Sinaí durante los cuarenta años después del Éxodo de Egipto. Ellos fueron los que iniciaron esta conexión con Él, la cual seguimos teniendo mientras querramos estar conscientes de la misma.

Estamos lo suficiente con el Creador en nuestro estudio de la Torá, en el que aprendemos a conocer la identidad que Él definió para nosotros, y en su pleno conocimiento debemos salir al mundo conducidos por esta identidad. La clave de este conocimiento es vivir la voluntad de Dios para nosotros en cada aspecto de la conciencia. Como lo hemos reiterado frecuentemente, Su voluntad son Sus Mandamientos que cumplimos con Sus atributos de compasión, gracia y amorosa bondad, porque son nuestro nexo común con Su Amor.

En este conocimiento nos damos cuenta que los modos y atributos de Amor son la manifestación material del Amor de Dios, que deben dirigir constantemente nuestro discernimiento, pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos, y también en lo que decimos y hacemos. Se trata de un proceso práctico en el que Amor es la Luz que disipa la oscuridad de la indiferencia, el miedo, la aprehensión, la duda, la incertidumbre, la carencia, el desamparo, la desesperación y los demás aspectos potencialmente negativos de la conciencia humana.

Mientras confrontemos las fantasías e ilusiones de la actitud materialista de ego ante la vida con los atributos de Amor, aseguramos nuestra conexión con el Amor de Dios. Vemos esta confrontación simbolizada por los hijos de Israel en sus guerras contra las naciones corruptas asentadas en la Tierra Prometida.

Tenemos que estar en plena conciencia de nuestra unidad con el Amor de Dios para ser capaces de subyugar los aspectos inferiores de la conciencia y encaminarlos hacia fines positivos y constructivos. Si dudamos del Amor de Dios y de los atributos de Amor como medios para nuestra Redención individual y colectiva, viviremos bajo el dominio del egoísmo, la separación, la indiferencia, la crueldad, la lujuria, la envidia, la indolencia y todo aquello que nos aparta de la unidad integradora que es Amor. Este es uno de los significados del siguiente versículo.

“El Eterno vuestro Dios va delante de vosotros, Él luchará por vosotros, tal como lo hizo por vosotros en Egipto ante vuestros ojos (...) (1:30)

A veces estamos abrumados y sometidos por fantasías e ilusiones negativas que nos vemos incapaces de superar. Parecen como adicciones a drogas que nos dominan completamente. En este punto crítico debemos confiar en Amor como nuestra salida, como nuestro Redentor y liberador, porque Amor lucha y gana nuestras guerras contra las decisiones negativas que tomamos y sus consecuencias.

“No los temáis, porque es el Eterno vuestro Dios quien lucha por vosotros.”(3:22)

Volvamos a referirnos a las dos oraciones indicadas arriba porque en nuestra conexión con el Creador comprendemos el poder que experimentamos cuando andamos en Sus caminos. Tenemos que conocer Sus caminos para asimilar plenamente el poder de la amorosa bondad, la compasión y la gracia, como algunos de los atributos primordiales de Amor como la manifestación material del Amor de Dios.

La vida es una jornada y debemos vivirla abrazando lo bueno que son los modos y atributos de Amor. Nacimos para ser amados, nutridos, cuidados y protegidos para que igualmente podamos amar, nutrir, cuidar y proteger a otros. Esa es la razón por la que estamos en este mundo material. Amor es su causa y su efecto, y mientras sepamos esta Verdad estaremos listos para vivir la vida a pesar de las ilusiones de negatividad, violencia y hostilidad que muchos viven en este mundo.

Sin embargo muchos de nosotros preferimos vivir en las bondades de la vida sin prestar atención a la maldad y evitando negatividad e iniquidad, separándonos de su influencia y predicamento. Esta parece la mejor manera de mantener nuestra armonía individual, protegiéndonos del peligro y el daño eventual. Pero esta no es la manera que el Creador quiere para nosotros, y eso es lo que quieren decir las dos líneas mencionadas al principio. Así lo era entonces en el desierto y así lo es ahora.

La idea es no sólo disfrutar del Amor de Dios y Su bondad para nosotros en los modos y atributos de Amor, sino manifestarlos donde no los encontremos. Dicho de otro modo, el propósito de Amor – al igual que de la Luz – es disipar las tinieblas y crear un espacio y tiempo donde sus atributos estén plenamente manifestados.

En el desierto el Amor de Dios proveyó todo lo que nuestros ancestros necesitaron, y en ese tiempo y espacio nada los hizo diferentes unos de otros, porque todos ellos vivían bajo el cuidado y protección de Dios. De la misma manera, cuando todos vivimos en los modos y atributos de Amor, nada nos diferencia porque todos compartimos la misma visión y actitud hacia cada uno. Nada nos hace mejores o superiores a otros porque compartimos la misma identidad.

El desafío comienza cuando salimos a un mundo lleno de ilusiones y fantasías materialistas que nos separan de Amor como nuestra Esencia común y actitud entre nosotros. En este punto nos vemos obligados a confrontar tales ilusiones con la fortaleza y el poder del conocimiento de lo que verdaderamente somos.

La rectitud, justicia, compasión, equidad, gracia y bondad de Amor son nuestras referencias además de sus otros atributos, para confrontar los rasgos opuestos a ellos. Si no hay justicia y equidad, debemos hacerlas prevalecer; si hay maldad, hacemos que prevalezcan la rectitud y la bondad; y así con todo lo demás. Amor nos hace mejores a todos, porque Amor es mejor que todo lo diferente a sus modos y atributos. Estos nos definen la manera en que vivimos, de la misma manera que el Amor de Dios da forma y sustenta a Su Creación.

En la libertad que Amor nos da (porque Amor es nuestra libertad), amamos a nuestro Creador y Su voluntad hacia nosotros. Sólo en total libertad podremos realmente amar a Dios y Sus caminos. Es por esto que debemos liberarnos de las fantasías e ilusiones materialistas que nos mantienen cautivos en los aspectos inferiores de la conciencia, y Amor es la llave de nuestra libertad para vivir en la libertad que es Amor.

Esta tarea o misión comienza con nosotros individualmente, y lo hacemos aprendiendo los caminos y atributos de Dios como los enseña Su Torá, y cómo Él se relaciona con Su Creación. Una vez adquiramos este conocimiento, lo integramos en todos los niveles y dimensiones de la conciencia, para luego manifestarlo en lo que discernamos, creamos, pensemos, sintamos, hablemos y hagamos. Es así como nos redimimos a nosotros y a aquellos en nuestro entorno, haciendo de los modos de Amor, nuestros modos.

Cuando hacemos esto individualmente y colectivamente, surge la Redención. Hemos señalado muchas veces que Maimónides dice que la Redención Final (la era Mesiánica) se manifiestará cuando comencemos a amarnos unos a otros sin precondiciones ni reservas, a lo que él se refiere como “amor gratuito” (como lo opuesto a odio gratuito). Lo hacemos como la manera de disipar las tinieblas de todo lo opuesto a los modos de Amor.

Para algunos esto suena como misión imposible. No se pueden imaginar que la maldad pueda ser totalmente erradicada mediante los atributos de Amor. En otras palabras, creen que Amor no es tan fuerte o aun más que la maldad, y prefieren ser indiferentes y aislarse de lo que crean negativo.

Este esfuerzo no significa que tengamos que obligar a todos a abandonar su maldad y abrazar los modos de Amor, porque Amor no se impone a nada ni a nadie. Amor no necesita promotores ni defensores porque se presenta a sí mismo como una opción y no como como un arma.

De la misma manera que la maldad se presenta ante nosotros como una opción, Amor también es una opción. Sin embargo la idea es considerar la maldad no como una opción sino como una referencia, y hacer de Amor la única y exclusiva elección para vivir felices siempre. Y para vivir felices siempre debemos subyugar los impulsos y deseos de ego bajo la conducción de Amor, para asegurar todo lo bueno, paz y armonía en las decisiones que tomamos cada momento. 

Esta es la tarea de Amor y al realizarla, el Amor de Dios también está de nuestro lado ayudándonos a luchar en nuestras guerras contra los aspectos potencialmente negativos de la conciencia, representados por las naciones que ocupaban la Tierra Prometida. Recordemos que esta Tierra es también el espacio y el tiempo donde y cuando Amor conduce y guía todas las dimensiones de la vida para que vivamos felices siempre. También lo llamamos Redención.


Entonces aceptemos y ejecutemos el Mandamiento del Creador de dirigirnos en la jornada donde confrontamos las fantasías e ilusiones del mundo material con el conocimiento de Sus caminos. Transformemos nuestra conciencia mediante los modos, medios, cualidades y atributos de Amor, para asentarnos permanentemente en la Tierra Prometida que es nuestra Redención.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.