domingo, 29 de julio de 2012

Va'etjanán: El Eterno es nuestro Dios, el Eterno es Uno (y Único)

Debemos concebir nuestra conexión y relación con Dios como parte de Él. Esta es la lección principal de esta porción cuando leemos la declaración y principio fundamental del judaísmo: “Oye [entiende] Israel, el Eterno es nuestro Dios, el Eterno es Uno [y único]” (Deuteronomio 6:4) que también define nuestra identidad individual y colectiva como judíos, ya que son las primeras palabras que oímos cuando nacimos, y las últimas palabras que decimos y oímos cuando morimos.

De esta declaración identificadora entendemos quiénes somos y cuál es nuestro propósito en la vida. Mientras seamos conscientes del Creador en todas las dimensiones de la conciencia, podremos vivir nuestra verdadera Esencia e identidad que provienen del Él porque somos parte de Él.

Los versículos siguientes nos encomiendan cómo amar la Fuente de nuestra identidad, porque Amor determina esta identidad. La Torá nos encomienda amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, y con todas nuestras fuerzas (6:5) lo que también quiere decir con todos los niveles y aspectos de la conciencia, porque cada dimensión de nosotros también es parte del Amor de Dios adonde pertenecemos.

Es así como entendemos y asimilamos que Amor es nuestro nexo común con Dios. Estos versículos son decisivos para hacernos conscientes de nuestra Esencia e identidad a partir de nuestra conexión y relación con Dios.

También están íntimamente relacionados con los primeros dos Mandamientos del Decálogo, también mencionados en esta porción antes de la declaración fundamental indicada al principio.

Yo soy el Eterno que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud. No tendrás otros dioses ante Mí. No te harás para ti imágenes talladas, ni ninguna imagen de lo que esté en el cielo arriba o esté en la tierra abajo, o que esté en el agua bajo la tierra. No te inclinarás ante ellas, ni las servirás (...)” (5:6-8)

En estos Mandamientos Dios define Su conexión con nosotros, lo que Él es para nosotros, y lo que Él quiere de nosotros basados en nuestra relación con Él, claramente especificada por la Unidad y Unicidad del Amor de Dios. De ahí que amarlo a Él es afirmar nuestro nexo común con Él.

Si no asimilamos este principio jamás entenderemos el significado de nuestra identidad judía como está definida arriba (ver nuestros comentarios sobre la Parshat Va'etjanán: “La Unidad de Israel y el Amor de Dios” del 18 de julio de 2010 y “Nuestro Nexo con el Amor de Dios” del 8 de julio de 2011).

Nuestra verdadera libertad depende de los modos y atributos de Amor como la manifestación material del Amor de Dios. Solamente en esta libertad podemos conocer a Dios y vivir nuestra relación con Él, a diferencia de vivir bajo el dominio de fantasías e ilusiones materialistas en las que estamos esclavizados como lo estuvieron nuestros antepasados en Egipto.

En ese entonces los trabajos forzados construían pirámides para el faraón, y en nuestros días estamos forzados a trabajar para mantener las fantasías e ilusiones derivadas de la explotación de los deseos de ego por parte de la sociedad de consumo (el faraón de estos tiempos). Fantasías e ilusiones que no ven, no oyen, no huelen y no gustan; ni piensan ni se mueven por sí solas, porque son los mismos ídolos del pasado y del presente.

En nuestra Unidad con el Creador estamos plenamente conscientes de que todo proviene de Él y es sustentado por Él, y nada más. Así nos damos cuenta que Él es la única realidad de la que existimos, y no hay ninguna otra.

La Torá Oral y Escrita, ambas como una, nos instruye cómo conocer a Dios además de decirnos que pertenecemos a Él. Primero tenemos que conocer quiénes somos como parte de Su Amor, y luego debemos saber cómo relacionarnos con Sus caminos y Su voluntad para nosotros.

El segundo Mandamiento del Decálogo nos advierte acerca de vivir bajo el dominio y control de ilusiones creadas por los deseos de ego, derivadas de una creencia de carencia ya sea falsa o impuesta. No hay carencia en nuestro nexo permanente con Dios porque Él es suficiente para todo lo que Él ha creado. Vivimos divididos y separados cuando no vivimos en la unidad de los modos y atributos de Amor en todos los aspectos de la conciencia.

La Torá nos encomienda amar a Dios porque a través de Amor estamos unidos a Su Amor, y en esta Unidad no hay fantasías ni ilusiones de ninguna clase. En este conocimiento Amor es la única realidad y el único propósito de la vida en este mundo. El Amor de Dios es Su Gloria que cubre la Tierra.

Sólo necesitamos estar conscientes de esto para verdaderamente conocerlo a Él. Primero tenemos que dejar que los modos y atributos de Amor conduzcan y guíen nuestro discernimiento y pensamientos, creencias e ideas, sentimientos y emociones, pasiones e instintos, lo que decimos y hacemos.

Este es el comienzo para despertar nuestra conciencia a la Presencia Divina en todo lo que Dios ha creado. A través de Amor es que revelamos Su Presencia ocultada en el mundo, porque Amor es el medio de descubrir Su Amor en Su Creación.

Nuestros Profetas nos dicen que Dios mora en Sión, en el Templo de Jerusalén, y es la misma Verdad cuando declaramos que el Eterno es nuestro Dios y el Eterno es Uno [y Único]. Dios vive en nosotros mientras nos demos cuenta que así es. En este sentido depende de nosotros saber y vivir que la Torá saldrá de Sión y la palabra del Eterno de Jerusalén, cuando finalmente decidamos entronizarlo a Él en el más elevado conocimiento de nuestra conexión con Él, representada por Sión-Jerusalén.

Primero debemos liberar nuestra conciencia de las ataduras de las fantasías y deseos materialistas, y retornar a la libertad que Amor es. Amor es el medio y el camino de nuestra verdadera libertad, y en esta podremos reconocer y abrazar el Amor de Dios como la Fuente de nuestro Amor y de nuestra libertad.

Este es el significado y la implicación del primer y segundo Mandamientos, en los que se basa nuestra relación con Dios. Reflexionemos con mayor profundidad sobre la declaración que oímos al nacer y que recitamos al menos dos veces al día.

Debemos discernir a fondo sobre nuestra Esencia y verdadera identidad. Reflexionemos intensamente sobre por qué Dios nos encomienda amarlo a Él con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, y con todas nuestras fuerzas.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.