Hemos
dicho que la conciencia tiene los potenciales para transformar lo que
percibimos, creemos, sentimos y hacemos. De ahí que estos
potenciales estén ligados al libre albedrío. Somos capaces de
transformar siempre y cuando podamos tener esa opción. Entonces
primero debemos saber lo que nos impide hacer lo correcto, y elaborar
un inventario de los que nos da libertad y lo que nos mantiene
cautivos. Así nos damos cuenta que las fantasías e ilusiones de ego
son nuestras prisiones, y que los modos y atributos de Amor son
nuestra verdadera libertad.
Este es un preámbulo para comprender lo que representa José por un lado, y sus hermanos por otro. Mientras vivamos en la ilusión de envidia, celos, odio, ira y demás pensamientos, emociones, pasiones y sentimientos negativos, no podremos vivir en paz ni expresarnos con paz.
Tal ilusión nos conduce a crueldad y destrucción que nos separan de los modos y atributos de Amor. De ahí que las ilusiones de ego nos impidan reconocer Amor, aunque Amor siempre reconoce las ilusiones con el fin de transformarlas en situaciones y atributos positivos: “Entonces José reconoció a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron a él.” (Génesis 42:8).
Este es un preámbulo para comprender lo que representa José por un lado, y sus hermanos por otro. Mientras vivamos en la ilusión de envidia, celos, odio, ira y demás pensamientos, emociones, pasiones y sentimientos negativos, no podremos vivir en paz ni expresarnos con paz.
Tal ilusión nos conduce a crueldad y destrucción que nos separan de los modos y atributos de Amor. De ahí que las ilusiones de ego nos impidan reconocer Amor, aunque Amor siempre reconoce las ilusiones con el fin de transformarlas en situaciones y atributos positivos: “Entonces José reconoció a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron a él.” (Génesis 42:8).
No podemos reconocer Amor cuando elegimos las ilusiones negativas de ego. Tenemos la tendencia a cometer errores todo el tiempo cuando no discernimos, pensamos, sentimos o actuamos con Amor. Las transgresiones como errores son el resultado de vivir en algo que no es real. Por lo tanto tenemos que hacer el inventario que mencionamos antes para identificar nuestras ilusiones negativas. Lo hacemos a través de Amor, porque nos muestra la salida.
Amor sabe lo que es mejor. Es así como también comprendemos nuestras confusiones, dudas, incertidumbre, y también sueños: “(...) Y despertó el faraón, y he aquí que era [un] sueño. Y aconteció que en la mañana estaba agitado su espíritu; y envió e hizo llamar a todos los necrománticos de Egipto, y a todos sus sabios. Y el faraón les contó sus sueños, pero no había quien los aclarase al faraón.” (41:7-8).
Podríamos llegar a comprender o interpretar ilusiones en las que vivimos, incluidos nuestros sueños, si en particular nuestra vida está atada a ellos. Y esto no podemos hacerlo apelando a más ilusiones producto de falsas concepciones o creencias (los mecrománticos y sabios de Egipto).
Como ya dijimos, Amor conoce la salida y los medios para hacer nuestra vida significativa, útil, productiva, constructiva, fructífera y plena. José demostró ser merecedor de la primogenitura para conducir a sus hermanos en los caminos y atributos del Creador. Del mismo modo reconozcamos Amor como el primogénito entre todos los niveles y dimensiones de la conciencia, el regente destinado a guiar y dirigir todos los aspectos de la vida en el mundo material.
Amor es el catalizador para transformar, redimir y elevar todo lo que somos hacia el Amor de Dios. Hemos indicado que cada personaje y situación presentados en la Torá representan rasgos y cualidades potenciales en nuestra conciencia. Todos tenemos lo que son José y sus hermanos, y es nuestra tarea despertarlos y manifestar sus potenciales positivos.
Hay un potencial de bondad y rectitud dentro de nosotros que nos conduce a andar en los modos y atributos de Amor. Del mismo modo, hay maldad potencial que nos hace caer en las tinieblas de creencias, pensamientos, sentimientos, emociones, pasiones e instintos negativos. Todos están aquí y ahora para recordarnos que el Creador nos dotó con libre albedrío para elegir lo bueno y lo correcto para nosotros, como individuos y como colectividad.
José eligió bondad y rectitud para transformar la negatividad y su potencial destructivo en lo opuesto a ella. Nos referimos a este tema en nuestros comentarios anteriores sobre la Parshat Mikeitz: “Amor, el Gobernante en los Dominios de Ego” del 28 de noviembre de 2010 y Mikeitz: “Cuando el Creador está con Nosotros” del 18 de diciembre de 2011.
Este es el legado de José como la extensión primordial de su padre Israel. Esto explica por qué la Torá se refiere a la descendencia de Jacob como José, porque todos los descendientes de Jacob poseen las cualidades de José. Esto es lo que Jacob y la Torá quieren de todo judío tenga, por lo tanto José es también Israel como nuestra identidad judía.
De ninguna manera quiere decir que despreciemos o rechacemos al resto de los hijos de Jacob. Como ya lo mencionamos, las doce Tribus de Israel representan potenciales específicos en nuestra conciencia para revelar la Presencia Divina en el mundo material. Esto ocurre manifestando Amor en cada aspecto de la vida como expresión material del Amor de Dios:
“Me alegré cuando me dijeron, 'Vamos a la Casa de Eterno'. [En] Nuestros piés parados ante tus portales, Jerusalén Jerusalén, la edificada, ciudad unida y junta, adonde ascendían las Tribus, las Tribus del Eterno, como estatuto para Israel, para dar gracias al Nombre del Eterno.” (Salmos 122:1-4).
Estos versículos definen la unidad e indivisibilidad de Jerusalén como nuestra conciencia de Amor que nos une al Amor de Dios. En este sentido, las Tribus de Israel también están unidas para ascender al conocimiento dirigido a reconocer a Dios como nuestro Creador y razón de ser. De ahí que expresemos nuestra gratitud a Su Amor.
Esto lo realizamos cuando todo el potencial de bondad en cada aspecto de la conciencia está encaminado y armonizado por Amor como el poder que conduce la vida. A su tiempo los hermanos de José rectificaron su envidia, celos, odio y crueldad mediante los modos de Amor manifestados por la manera en la que José unificó las Tribus de Israel hacia el propósito común de santificar el Nombre de Dios.
Este es el contexto de Jerusalén, “la edificada, ciudad unida y junta”, como culminación del ascenso de las Tribus hacia Dios. Dicho de otro modo, no hay Jerusalén sin Israel. Es así como asimilamos el carácter eterno e indivisible de la capital de Israel.
Meiketz termina con el emotivo encuentro de José con su hermano menor. Benjamín representa cualidades especiales, considerando que aún no había nacido cuando sus hermanos se inclinaron ante Esaú, y tampoco participó en la venta de José. Nuestros Sabios señalan que, debido a estas razones y sumadas al hecho de que acompañó a su padre Israel en su vejez, Benjamín fue recompensado con la porción territorial donde sería construido el Templo de Jerusalén:
“Y él [José] levantó sus ojos y vio a Benjamín, su hermano el hijo de su madre, y él dijo, '¿es este vuestro hermano menor, de quien vosotros me hablasteis?' Y él dijo, 'Que el Eterno te agracie, hijo mío'.” (Génesis 43:29) porque somos agraciados por el Amor de Dios cuando no nos inclinamos a lo negativo, evitamos vender la bondad de Amor por ilusiones materiales de ego, y vivimos acompañados del poder regidor de Amor.
Entonces nuestra recompensa es Jerusalén como nuestra conexión permanente con el Amor de Dios. En este conocimiento nos alegramos cuando todos los aspectos y dimensiones de la conciencia están unidos mediante Amor. Este mismo Amor nos convoca para ascender a Jerusalén... ¡Jerusalem!