domingo, 30 de diciembre de 2012

Shemot: Nombrando Nuestro Nexo con el Creador

En nuestro comentario anterior acerca de esta porción (Shemot: “Nuestra Verdadera Identidad como Redención” del 2 de enero de 2012 en este blog) también nos referimos a fondo sobre nuestra identidad judía, a partir de nuestros nombres: “Y estos son los nombres de los hijos de Israel, que vinieron a Egipto con Jacob (...)” (Éxodo 1:1) porque estos identifican quiénes somos.

Esa es la idea de tener un nombre, que a su vez integra lo que pueda significar en todos los niveles de la conciencia. Entonces como judíos la identidad hebrea es nuestro nombre. Ser judío define las referencias para relacionarme conmigo mismo, con los demás y con mi entorno; y especialmente con mi Creador.

Dios es el eje, el centro, la Fuente que forma nuestra identidad, por el hecho de que emanamos de Él. Mediante este principio fundamental definimos quiénes verdaderamente somos. Esta es la manera más excelsa de abordar nuestra identidad.

El segundo libro de la Torá delínea la identidad judía a partir de nuestra relación con Dios, como individuos y como Nación. Nos hacemos judíos en el libro del Éxodo, comenzando con los nombres que nos hicieron el pueblo que Dios nombra y cuenta para el destino que quiere que compartamos con Él.

Nuestros Sabios se refieren al exilio en Egipto como antecedente para asimilar lo que significa una libertad real con la que podamos tener una vida realmente plena. En este sentido, el exilio es la oscuridad que padecemos con el propósito de vivir plenamente la Luz. A menudo decimos que la maldad y lo negativo existen no como opciones sino como referencias para que podamos elegir lo bueno y lo positivo en la vida.

Exilio no necesariamente significa lo malo o negativo, sino una situación que conlleva a valorar y añorar el lugar al que verdaderamente pertenecemos. Hemos visto que a través de nuestra historia hebrea muy pocos han añorado de corazón retornar a ese lugar. Nuestra tradición oral da cuenta de que sólo el 20% de la población judía salió de Egipto durante el Éxodo. Inclusive aun menos regresaron a Israel del exilio en Babilonia, y la mayoría de los judíos originales terminaron asimilándose a otras naciones.

En este sentido, la identidad judía nos sugiere que todo depende de lo que queramos ser, tener y hacer, además de dónde queramos vivir. De todo esto se trata el libro de los Nombres (conocido como Éxodo) como punto de partida de nuestra identidad.

Así el exilio nos hace conscientes de quiénes verdaderamente somos. Ya sea que abracemos lo que nos ofrece una vida en el exilio (para bien o para mal) como nuestro, o que procuremos el lugar adonde realmente pertenecemos. La decisión es nuestra.

Dijimos que nuestro exilio en Egipto fue una experiencia negativa necesaria para llegar a apreciar el valor de la identidad judía como la conexión permanente con nuestro Dios. Mientras reclamemos nuestro nexo con Él, estaremos reclamando nuestra identidad. El exilio nos hace conscientes de dónde está nuestro hogar.

Lo mismo ocurre cuando visitamos un país con costumbres, lengua y creencias diferentes, que nos empujan a darnos cuenta de las nuestras. Nos relacionamos con ellos a partir de nuestras perspectivas y principios, porque somos diferentes. El exilio funciona del mismo modo, hasta alienarnos a tal punto que llegamos a perder nuestra identidad original. Nos vemos obligados, ya sea asimilarnos a condiciones alienantes o a escapar de ellas y retornar adonde pertenecemos.

Igualmente nos pasa con pensamientos, emociones y sentimientos negativos derivados de las fantasías e ilusiones de ego. Una vez quedamos atrapados en ellas, nos vemos obligados a buscar la salida. Gritamos a voz en cuello para ser redimidos de nuestro exilio en las tinieblas, y sabemos que Amor es la salida.

Estos versículos abarcan la identidad a la que nos estamos refiriendo: “Y el Eterno oyó su clamor, y el Eterno recordó Su Pacto con Abraham, con Isaac, y con Jacob. Y el Eterno vio a los hijos de Israel, y el Eterno los reconoció” (2:24-25).

Esta identidad se trata de nuestra conexión con el Creador y de reconocer nuestro nexo con Él. Así como recordamos a Dios y clamamos a Él, nos responde porque también reconoce que pertenecemos a Él. Nuestro exilio termina cuando retornamos a Él como El Lugar de donde vinimos (El Lugar, HaMakom, es uno de los Nombres hebreos de Dios en el judaísmo).

Esto acontece cuando hay un Pacto, un acuerdo para vivir en los caminos y atributos que compartimos con Aquel que nos da la vida para hacerla significativa. Lo que hace significativa la vida es precisamente la identidad que Dios nos da, comenzando con nuestros Patriarcas: “Y Él dijo, 'Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob'.” (3:6).

Este es también el punto de partida para conocer al Creador como el Eterno que es: “El Eterno dijo a Moisés, 'Yo seré lo que Yo seré', y Él dijo, 'Para que tú les digas a los hijos de Israel, “Yo seré” me ha enviado a vosotros'. (…) este es Mi Nombre para siempre, y este es mi recordatorio para todas las generaciones.” (3:14-15) porque nuestro nexo con Él ha sido, es y será siempre.

Este Pacto eterno es fundamental para asimilar nuestra identidad judía más allá de tiempo y espacio. Nuestra vida en el mundo material no circunscribe o limita nuestra relación con Dios. Después de todo, nuestro tránsito en este plano físico se limita a espacio y tiempo como un exilio fuera del infinito Amor de Dios. Este Amor nos hace trascender barreras, limitaciones y restricciones (en hebreo Egipto significa “restricciones”) de las fantasías e ilusiones derivadas de los deseos negativos de ego, representados por el faraón:

“Y Yo sé que el rey de Egipto no te dará permiso para ir, excepto mediante una mano poderosa.” (3:19).

Cuando nuestro Amor alcanza el Amor de Dios, Él nos libera del cautiverio de los aspectos negativos de la conciencia (de esto trata parte de nuestro comentario sobre la parshat Shemot: “Despertando a la Conciencia del Amor de Dios” del 19 de diciembre de 2010 en este blog).

Necesitamos a Moisés como nuestro máximo conocimiento del Creador y Su Amor para encender el fuego que elimina las ilusiones que nos hacen creer y sentir que estamos separados de Él. Moisés también sabe que el mayor conocimiento de Dios no siempre es el medio para liberarnos de nuestras propias tinieblas: “y él [Moisés] dijo: 'Oh Eterno, te suplico que Tú envíes, por la mano de él, a quien Tú enviarás'.” (4:13).

Nuestros Sabios explican que en este versículo Moisés se refiere al rey Mesías, mediante quien la Redención Final será revelada. Esto quiere decir que, además de poseer el máximo conocimiento del Amor de Dios, tendremos que manifestarlo mediante nuestro propio Amor. Lo realizamos siendo y haciendo los modos y atributos de Amor en todos los aspectos y dimensiones de la vida. El Rey Mesías es quien conduce todos los niveles de la conciencia en los modos y atributos de Amor.


De esto se trata la conciencia mesiánica: Redención total y completa de las ilusiones negativas e innecesarias del mundo material. Una conciencia en la que único interés humano sea el conocimiento del Creador y Su Amor:

“Porque la Tierra estará llena del conocimiento de la gloria del Eterno, como las aguas llenan el mar.” (Habacuc 2:14).

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.