Probablemente la mayor lección que nos enseñan los
Patriarcas respecto a nuestra relación con el Creador es amarlo y dedicar
nuestras vidas incondicionalmente a Él.
Este es un principio fundamental para asimilar
enteramente el hecho indiscutible que Dios es el Creador de todo, incluidos
nosotros. Una vez comprendamos plenamente que provenimos de Él, que además nos
enseña el significado de la vida en Su Torá, nos damos cuenta que no tiene
sentido poner condiciones para relacionarnos con Él. El momento en que caemos
en la ilusión de ego, de que somos nuestros propios dioses viviendo como
entidades separadas del Creador, perdemos el verdadero significado de nuestra
existencia individual y colectiva.
Nuestros Patriarcas fueron más allá de las
limitaciones de intelecto, entendimiento y sensación, para contemplar al
Creador como lo concibe el judaísmo, precisamente como el Dios que no tiene
definición. De ahí que ello implique y requiera una actitud incondicional hacia
Él en todos los aspectos, comenzando con nuestro Amor por Él.
Amamos a Dios porque provenimos de Su Amor. Esto nos
conduce a que Amor sea nuestro nexo común con Él. Por lo tanto Amor es también
el medio para trascender las limitaciones de la conciencia con el fin de
compenetrarnos con Dios como lo Indefinible que es Él.
Trascendencia es el resultado de Amor cuando es
incondicional. Dicho de otro modo, cuando amamos incondicionalmente
trascendemos las limitaciones (como “condiciones”) de la conciencia
humana. En este contexto, Amor incondicional es la expresión opuesta a una
actitud egocéntrica ante la vida. Ego limita y restringe nuestra conciencia a
sus fantasías e ilusiones.
Entre más egoístas somos, más aislados y comprimidos
vivimos, al extremo de que todo lo demás pierde importancia. La actitud egoísta
es directamente proporcional a qué tan materialistas podamos ser. Nos
apegamos a malos hábitos, comportamiento negativo, adicciones y obsesiones dañinas
en directa proporción a fantasías e ilusiones de ego.
Así es como entendemos cuando nuestros Sabios
indican que el faraón representa la actitud egoísta ante la vida, y Egipto
(como el espacio de los dominios de ego) las restricciones y limitaciones derivadas
de esa actitud. Ego de hecho impone nuestras limitaciones y barreras que nos
separan de nuestro entorno.
Nuestras pretensiones personales son cumplidas
cuando permitimos que ego controle todos los aspectos de la conciencia, para
luego tratar de controlar a las vidas de los demás. Este fue el caso del faraón
de Egipto sobre su pueblo y los hijos de Israel.
Dios responde a la frustración de Moisés tras la
decisión del faraón de recrudecer la esclavitud de los israelitas en Egipto.
Moisés sabía que la decisión del faraón fue causada por el Creador, y por ello
se quejó a Él. La respuesta de Dios en el comienzo de esta porción es, “Yo
aparecí [lit. Yo fui visto] a Abraham, a Isaac,
and a Jacob (...)” (Éxodo 6:3) advirtiendo a Moisés
que los Patriarcas jamás cuestionaron Sus decisiones como el Dios Todopoderoso,
e indicándole que por esa razón el Amor de ellos por Él era incondicional.
Como ya dijimos arriba, la lección aquí es aceptar
los modos y atributos del Creador (revelados y no revelados a nosotros) por el
simple hecho de que Él es nuestro Creador. Mientras mantengamos este
conocimiento permanentemente podremos relacionarnos con Dios, no sólo como
nuestro Creador sino también sabiendo que somos una emanación de Su Amor.
Nuestro Amor por Él debe ser tan incondicional y eterno como lo concebimos a
Él.
No debemos caer en la ilusión de condicionar e
imaginar a Dios según la actitud de ego ante la vida. ¿Deberíamos
engañarnos al crear una ilusión de Dios como se la imagina ego, con sus
deseos y su avidez para controlar? ¿Crearme un dios acorde con lo que
quiero, deseo o necesito, dependiendo de las circunstancias? ¿Y someter
esta ilusión a los caprichos y pretensiones de ego? ¿Al “dame esto,
ese y aquello”... y entonces te amaré, querido dios?
Esta concepción ilusoria de la vida, personificada
por el faraón de Egipto, obtiene su respuesta del verdadero Dios que está en
absoluto control de toda Su Creación. Una respuesta con el fin de revelar
Sus modos y atributos que instruyen a la humanidad acerca del propósito real de
la vida en el mundo material.
Las Diez Plagas como expresión abrumadora del
dominio y control de Dios sobre Su Creación, como no debe tenerlos el ego
sobre la conciencia humana. Nos referimos en este blog al significado
de las Plagas en el comentario del año pasado sobre Vaeirá: “Amor como
Liberación del Dominio de Ego”.
Las Plagas contienen lecciones profundas para
redirigir la tendencia negativa de ego hacia medios y arbitrios que nos hagan
asimilar la vida como una extensión del Amor de Dios, para así relacionarnos
con Él.
Las Plagas no tenían como fin destruir al rey de
Egipto sino enseñarle a él en particular y a la conciencia humana en general,
que los modos y atributos de Amor son los medios con los que ego, como fuerza
motriz de la vida, debe ser conducido.
El espacio al que ego nos limita y restringe
(representado por la tierra de Egipto) debe ser devastado con el fin de salir
de él. Una vez dejamos atrás todas las restricciones del dominio de ego, nos
convertimos en la vasija que debe ser llenada con los modos y atributos de
Creador, revelados en Su Torá. Como ya lo hemos dicho antes, esta vasija
es la humildad.
En este sentido entendemos que humildad nos hacer
ser incondicionales en nuestro Amor ante cada aspecto de la vida. Nuestra
tradición oral da cuenta de Moisés como el “fiel servidor de Dios”, y el más
cercano al Creador debido a su humildad, “el varón más humilde que jamás haya
existido”.
En
conclusión, el mensaje esencial de esta porción es humildad como premisa para
amar a Dios incondicionalmente. Humildad como lo exactamente opuesto a la
agenda separatista de ego. Con frecuencia decimos que Amor no cohabita con nada
opuesto a sus modos y atributos. Nuestros Sabios también dicen que el
Creador no se sienta con el soberbio, porque este no tiene espacio excepto para
él.
El
Profeta resume este mensaje esencial en la haftará para esta porción: “Así ha
dicho Dios el Eterno: 'he aquí que Yo estoy contra ti, faraón rey de
Egipto, el gran dragón que yace en medio de sus ríos, quien ha dicho: “Mi río
es de mí, y yo lo he hecho por mí mismo”'.” (Ezequiel 29:3).