En
nuestro comentario anterior sobre Yitro:
“Entendiendo
el Amor de Dios”
(5
de febrero de 2012
en
este blog)
dijimos
que debimos haber sido idólatras expertos para poder recibir la
Torá. De ahí que nuestros Sabios expliquen que sin la presencia de
Yitro en Sinaí la Torá no hubiese sido dada a los hijos de Israel.
De igual manera, sin la esclavitud en Egipto no hubiese libertad para nosotros por parte de Dios.
En este sentido entendemos que las tinieblas son el preludio para la Luz, y exilio el preámbulo de la Redención. Cuando decimos que tenemos que asimilar totalmente lo que significa ser idólatra, es porque la idolatría es la razón subyacente para recibir la Torá. Vemos claramente esta razón en los Diez Mandamientos, al igual que en el resto de la Torá de principio a fin.
En este sentido entendemos que las tinieblas son el preludio para la Luz, y exilio el preámbulo de la Redención. Cuando decimos que tenemos que asimilar totalmente lo que significa ser idólatra, es porque la idolatría es la razón subyacente para recibir la Torá. Vemos claramente esta razón en los Diez Mandamientos, al igual que en el resto de la Torá de principio a fin.
En
este contexto reflexionemos una vez más en torno al Decálogo. El
Mandamiento más importante es el primero, porque lo abarca todo, ya
que todo lo que existe proviene de Dios. De ahí que Él es Dios:
“Yo
soy el Eterno, tu Dios”,
y
Él lo dice en Su relación con nosotros:
“Quien
te sacó de la tierra de Egipto”,
indicando
que Él nos liberó “de
la casa de esclavitud”
(20:2), un
cautiverio bajo aquello que está en contra de los modos y atributos
del Creador.
En este sentido podemos entender tal cautiverio bajo las
fantasías e ilusiones de ego, contrarias a Amor como manifestación
material del Amor de Dios.
De
ahí que Amor es la libertad que vivimos cuando separamos nuestra
conciencia de la agenda de ego.
El
Amor de Dios nos libera de los apegos de ego a las ilusiones
materialistas que llamamos ídolos. Por lo tanto, “No tendrás los
dioses de otros en Mi Presencia”
(20:3) como
obvia consecuencia del dominio absoluto de Dios. Entonces, como hemos
indicado muchas veces, Amor no cohabita con nada diferente a sus
modos y atributos.
Los
modos de Amor están en directa oposición a las fantasías e
ilusiones de ego como los falsos dioses que nos separan de nosotros
mismos y de los demás. Se entiende la idolatría como el resultado
de una actitud egoísta ante la vida. Nos apegamos a ilusiones,
fantasías y deseos con nuestros sentidos en proporción a nuestra
separación de Amor como nuestra Esencia y verdadera identidad.
Entre
más nos concentramos en nuestro beneficio individual a expensas de
otros y de nuestro entorno, más nos separamos de los atributos
integradores de Amor. De ahí que, “No
te harás para
ti
una
imagen
tallada o cualquier semejanza de lo que está en los Cielos arriba, y
de lo que está en la Tierra abajo, o de lo que está en el agua
debajo de la tierra.”
(20:4-5).
Considerando
que el Amor de Dios es infinito y lo abarca todo, no hay espacio para
separación a menos que sea otra ilusión creada para
nosotros. Así
entendemos la exclusividad de los modos y atributos del Creador,
cuando Él dice que es celoso:
“No
te postrarás ante ellos ni los adorarás porque Yo, el Eterno tu
Dios, soy un Dios celoso
(...)” (20:5).
Mientras
nos inclinemos a ilusiones materiales, negamos la Fuente de donde
proviene todo.
Vivimos
de Dios y nos debemos a Él. Su Nombre es la Esencia que no debemos tomar como algo vano, ni abusarla o despreciarla. Después de todo,
Él es nuestra vida de donde existimos:
“No
tomarás el Nombre del Eterno tu Dios en vano, porque el Eterno no
considerará inocente a quien tome Su Nombre en vano”
(20:7).
Tal
como lo hemos destacado, el Amor de Dios es nuestra Esencia e
identidad, y el Shabat es una de sus definiciones. Sagrado como es,
debemos santificarlo para hacer una clara diferencia entre lo profano
y lo sagrado.
El
Shabat
es
el tiempo y espacio en el que vivimos permanentemente con el Amor de
Dios.
Todos deseamos vivir este máximo deleite próximos a
nuestro Creador, en directa oposición a vivir en las ilusiones de
ego:
“Recuerda
el Shabat para santificarlo”
(20:8). El
Shabat,
igual
de exclusivo como el celo de nuestro Dios, no permite pensamientos,
emociones o sentimientos apegados al mundo material, porque el Shabat
es para
Él.
Esto incluye las fantasías, deseos e ilusiones de ego:
“pero
el séptimo día es un Shabat
para
el
Eterno, tu Dios;
[por
tanto]
no
realizarás ninguna labor.
(…) Por
lo tanto, el Eterno bendijo el Shabat
y
lo santificó”
(20:10-11). No
hay lugar para apegos a ídolos que nos separan de los modos y
atributos de Amor.
El
mensaje es reiterado una vez más en nuestra relación con nuestros
progenitores, como portadores del legado y herencia de nuestros
antepasados:
“Honrarás
a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días en la
tierra que el Eterno, tu Dios, te da.”
(20:12).
Este
legado es el nexo permanente con nuestro Creador y Su Amor. En este
sentido comprendemos la bondad de Sus caminos y atributos, como la
tierra que él nos da
constantemente.
Mientras
los honremos, estaremos rechazando los ídolos que niegan nuestra
preciada herencia.
Los
cinco Mandamientos restantes del Decálogo son advertencias
específicas para no caer en la idolatría de ilusiones negativas
derivadas de falsos sentimientos de carencia:
“No
matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso
testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo.
No codiciarás la esposa de tu prójimo, su sirviente, su sirvienta,
su buey, su asno, o lo que le pertenezca a tu prójimo.”
(20:13-14)
La
magnificencia del Amor de Dios se manifiesta en las palabras de
Moisés a los hijos de Israel:
“Pero
Moisés dijo al pueblo, 'No temáis, porque el Eterno ha venido para
exaltaros, y para que Su Reverencia esté sobre vuestros rostros,
para que no pequéis'.”
(20:17).
Dios nos ama para que nos acerquemos a Él.
Esta
es la manera como Él nos exalta (eleva) a Su Presencia, haciéndonos
reverentes a Él. Al vivir Su Amor, no hay modo de separarnos de Sus
caminos y atributos.
En
el Amor de Dios no hay separación ni lugar para las ilusiones que
llamamos pecados y transgresiones,
ya
que no hay carencia en Amor como manifestación material del Amor de
Dios.
Si
Dios está con nosotros, ¿quién podría estar en contra?
Solamente
nuestras propias ilusiones pueden separarnos de Él.
De ahí que la
porción concluya, como hemos dicho arriba, con otra advertencia
contra la idolatría:
“No
harás
[imágenes
de nada que sea]
ante
Mí.
Dioses
de plata o dioses de oro no os haréis para vosotros”
(20:20).
El
Creador nos recuerda nuevamente que mientras vivamos por, con y para
Sus caminos y atributos, estamos bendecidos por Él porque Dios es la
bendición de la que provienen todas las bendiciones:
“Donde
sea que Yo permita que Mi Nombre sea mencionado, Yo vendré a ti y te
bendeciré.”
(20:21).
El
Profeta reitera para nosotros esto en su visión del Trono de Gloria:
“Y
uno a otro se llamaban y decían,
'Sagrado,
sagrado, sagrado es el Eterno de las Multitudes; toda la Tierra está
llena de Su gloria'.”
(Isaías
6:3) y
como hemos dicho, Su gloria es Su Amor.