domingo, 9 de junio de 2013

La Conciencia Mesiánica en la Profecía Judía (VIII) Zacarías

Hemos reiterado muchas veces que nuestro destino es conocer al Creador de todo. Hay momentos en la vida cuando nos hacemos las típicas preguntas existenciales. Quién soy, de dónde vengo, cuál es el propósito de mi vida, y hacia dónde se supone tengo que ir el resto de ella. Mientras creamos en un Creador, todas las respuestas apuntan hacia Él. En este contexto debemos entender el retorno a Dios, evocado por nuestros Profetas en sus mensajes a Israel. En este retorno todo nos es revelado. Todos los misterios y paradojas en torno a la vida y el mundo material son resueltos.

El preámbulo de nuestro retorno comienza cuando nos damos cuenta de dónde venimos, y también al dar un vistazo a lo que hemos atravesado a lo largo de nuestra historia. Así entendemos que la esclavitud y el exilio preceden a la libertad y la Redención, oscuridad a luz, ignorancia a conocimiento. En este sentido nos damos cuenta que todo pertenece a una sola Unidad, y que no hay separación en la Creación de Dios. Todo es parte de un proceso activo e infinito puesto en marcha por Dios. Así nos hacemos conscientes de que todo lo que percibimos en la conciencia humana pertenece a algo que eventualmente asimilaremos con el fin de vivirlo, aprenderlo y conocerlo a fondo.

Uno de los principios de la ciencia es que "la materia y la energía no se crean ni se destruyen sino que se transforman". Aunque sabemos que hay un Creador de todo lo que existe, también somos conscientes de que "lo único constante es el cambio", como la ciencia también lo proclama. Reflexionemos un momento en estos principios basados en la observación humana.

Desde una perspectiva filosófica, el principio anterior no parece aplicarse a nosotros, a pesar del hecho de que estamos hechos de materia. Sabemos que vivimos y morimos, y vivimos para transformar y cambiar nuestra naturaleza material con el fin de crecer, envejecer y morir. En estos parámetros asimilamos de inmediato el otro principio, que se manifiesta en cambio constante.

Da la impresión que la ciencia nos engaña. Quisiéramos vivir eternamente en constante transformación sin perder en ese proceso el conocimiento de lo que somos. La idea detrás de esta breve reflexión sobre la materia y la vida es alzar los ojos al Creador para obtener las respuestas verdaderas. Mientras tengamos los ojos puestos en nuestras observaciones humanas "científicas" para encontrar respuestas existenciales, el regreso a nuestro Creador estará más lejos de lo que imaginamos. El primer paso para retornar a Él es conociéndolo para saber adónde estamos regresando.

"El Eterno ha estado muy descontento con vuestros padres. Por lo tanto decídles, 'Así declara el Eterno de las multitudes: Retornad a Mí, dice el Eterno de las multitudes, y Yo retornaré a vosotros, declara el Eterno de las multitudes'." (Zacarías 1:2-3)

En nuestra relación con Dios, como lo presenta la Biblia hebrea, debemos entender que la manera como Él se relaciona con nosotros es el resultado de cómo nos relacionamos con Él. Insistimos constantemente estar conscientes de que las maneras como pensamos, sentimos y actuamos deben estar inspiradas y motivadas por los modos y atributos de Dios, como nos enseña la Torá. Si estamos descontentos o incómodos con estas, de igual modo invitamos a Dios respondernos.

Nuestro Pacto con Dios es mutuo, y debemos saber que somos nosotros quienes establecemos los términos de nuestra relación con Él. Dios nos dio Sus términos en la Torá, que también son nuestros términos como parte del Pacto que define el nexo permanente con Él. De ahí que cuando Él está descontento con nosotros es porque estamos descontentos con Dios al elegir nosotros vivir en términos diferentes. Si el Creador nos pide retornar a Él, lo haremos a través de Sus modos y atributos, que son nuestra Esencia y verdadera identidad. Es interesante notar que el Creador nos pide regresar a Él como el Dios de las multitudes, el Hacedor de una infinita multitud que también abarca infinitas dimensiones.

"(...) Así dice el Eterno de las multitudes: Retornad ahora vosotros de vuestros malos caminos, y de vuestras malas acciones; pero ellos no Me escucharon, ni Me atendieron, dice el Eterno" (1:4) "(...) entonces ellos se alejaron y dijeron: Así como el Eterno de las multitudes se dirigió a nosotros, de acuerdo a nuestros caminos y de acuerdo a nuestras acciones, así Él se ha dirigido a nosotros'." (1:6)

Dios nos recuerda mediante el Profeta que los caminos y atributos que nosotros elegimos vivir no son los Suyos. Los malos modos y las malas acciones no son Sus maneras de proceder. Por ello nos enseña que para retornar a Él tenemos que retomar Sus modos como los verdaderos caminos. En este sentido entendemos que los modos y atributos de Amor no cohabitan con nada diferente de sus cualidades y atributos. Dios nos enseña cómo percibirlo una vez elegimos vivir separados de Sus caminos. De la misma manera como vivimos la vida creemos y sentimos que Dios lo hace con nosotros.

"Así dice el Eterno de la multitudes: Yo estoy celoso por Jerusalén y por Sión con gran celo. Y Yo estoy muy descontento con las naciones que están a sus anchas; Yo estoy aún descontento, y ellas ayudaron por maldad. Por lo tanto así dice el Eterno: Yo retornaré a Jerusalén con compasión. Mi casa será [re]construida en ella, dice el Eterno de las multitudes, y una línea se extenderá sobre Jerusalén." (1:14-16)

Estamos celosos por lo que más amamos. Entonces el celo representa cuidado, protección, lealtad y fidelidad por aquello que amamos. ¿Qué sería lo más amado para nosotros sino nuestro nexo permanente con el Creador? Esto es lo que representa Jerusalén en nuestra conciencia. Realizamos nuestra conexión permanente con Dios cuando nuestro Amor y Su Amor se compenetran en uno solo.

Esto significa que, mientras los modos y atributos de Amor conduzcan todos los aspectos y dimensiones de la conciencia, no hay lugar para ningún tipo de negatividad representada por las "naciones". Al separarnos de Amor y dejar que bajos pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos controlen nuestra vida, estaremos descontentos con los modos del Creador, y consecuentemente Él estára descontento con nuestros modos negativos. Sin embargo, Él no nos abandona en medio de la desolación que dejan las fantasías e ilusiones de ego al separarnos de Su Amor. En la compasión de Su Amor, Dios espera nuestro retorno a Él. El Creador reconstruye Jerusalén como Sión en Su compasión y amorosa bondad.

"(...) 'Jerusalén será habitada sin murallas para la multitud de hombres y ganado en ella. Porque Yo, dice el Eterno, seré para ella una muralla de fuego a su alrededor, y Yo seré la Gloria dentro de ella" (2:8-9) "(...) 'Canta y regocíjate, oh hija de Sión; porque he aquí que Yo vengo, y Yo moraré en ti, dice el Eterno" (2:14)

Al permitir que los modos y atributos de Amor guíen todas las facetas de la vida, nuestra conciencia se convierte en un espacio abierto e integrador. Ahí todos los niveles, aspectos y dimensiones del intelecto, pensamientos, sentimientos y emociones (representados por la multitud de hombres), al igual que las pasiones e instintos (representados por el ganado) estarán unidos y juntos en armonía.

Esto quiere decir que no hay necesidad de murallas para restringir o limitar las expresiones de toda la conciencia, bajo la guía y conducción de Amor como la expresión material del Amor de Dios, manifestado como Su Gloria. Este es el regocijo más sublime de todos, porque emana de la Presencia del Creador en nosotros y nuestro entorno.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.