domingo, 2 de marzo de 2014

La Conciencia Mesiánica en la Profecía Judía (XLVI) Isaías

Debemos concebir la vida en el mundo material como una experiencia de aprendizaje a partir de la realidad que creamos, basados en lo que entendemos, creemos, sentimos y hacemos. De hecho vivimos según las maneras como percibimos nuestro entorno. Dios creó el mundo y sus leyes que llamamos Naturaleza. Estas leyes funcionan bajo el principio inmutable de causa y efecto, y estamos sujetos a vivir de acuerdo a este.


Hemos dicho frecuentemente que el libre albedrío actúa dentro del esquema de causa y efecto, ya que el discernimiento también funciona en el mismo contexto. Así comprendemos que aprendemos de la experiencia con el fin de establecer las condiciones a partir de lo que hemos aprendido. En este contexto nos damos cuenta que todo lo que tenemos en el mundo, además de la Naturaleza y sus leyes, ha sido y es el resultado de lo que hemos creado. Quiere decir que somos responsables por lo que creamos, no Dios. Esa es la razón por la que nos dio libre albedrío, para que respondamos por lo que discernimos, pensamos, sentimos, decimos y hacemos.


En este sentido tenemos que poner atención a las leyes de la Naturaleza como expresiones del principio de causa y efecto. Este es el contexto fundamental de la vida en el mundo material. De ahí que ello implique un proceso de aprendizaje con el propósito específico de procurar un resultado, sea positivo o negativo. La Torá y nuestros Sabios enseñan que nosotros como judíos también estamos sometidos a causa y efecto. Sin embargo, las leyes de la Naturaleza actúan para nosotros de acuerdo a nuestra conexión con Dios. Dicho de otro modo, mientras mantengamos nuestra relación con Él según Sus caminos y atributos, la Naturaleza funciona para nosotros separada del principio de causa y efecto.


La prueba de ello fueron las plagas de Egipto, la división del Mar Rojo, vivir en el diserto durante 40 años, el maná, etc. Al asimilar esto como judíos, tenemos un propósito particular en la vida unidos al Creador. Así llegamos a la conclusión de que estamos verdaderamente vivos cuando revelamos Su Presencia en el mundo material. Así también la vida revela su verdadero propósito más allá de la Naturaleza y sus leyes.


“Muertos son, no vivirán. Las sombras no se levantan, porque los visitaste y destruiste, y deshiciste toda su memoria. Añadiste a la nación, oh Eterno, añadiste a la nación y has sido glorificado. Rechazaste todos los extremos de la tierra. Oh Eterno, en la tribulación te buscaron, derramaron su plegaria silenciosa cuando Tú los reprochaste.” (Isaías 26:14-16)


El Profeta se refiere a las naciones que viven separadas de los atributos del Creador. Esta separación conlleva a vivir sin el propósito que Él quiere para Su Creación, que es lo bueno en aras de lo bueno. Los muertos y las sombras representan lo que perece por no tener lo bueno. Lo muerto no vive y las sombras no se levantan. Así comprendemos que las decisiones que tomamos lejos de lo bueno de los modos y atributos de Amor nos conducen a la futilidad y vanidad de las fantasías e ilusiones de ego. En estas nos encontramos muertos, a diferencia de vivir en lo bueno en aras de lo bueno. Dios no nos castiga por las decisiones negativas que tomamos. Somos nosotros quienes nos castigamos por ellas. Dios en Su Torá y mediante Sus Profetas nos recuerda que Él es la fuente de la amorosa bondad con la que estamos hechos. Vivir lejos de esta es nuestro propio castigo.


Al elegir la nación de Su Pacto, Dios añadió bendiciones a Israel. A su vez Israel glorifica al Eterno. El Creador también rechazó los extremos de la tierra como lugares (naciones) que representan rasgos y cualidades opuestos a Sus caminos y atributos. Mientras vivimos entre las naciones -- o como parte de estas --, vivimos en y por su predicamento. Este es el exilio de nuestra Tierra Prometida, y desde las naciones clamamos a Dios por nuestro retorno a Él, ya que el regreso a nuestra tierra es nuestro retorno a Él.


Así es como lo glorificamos, reconociendo que Dios es la amorosa bondad de la que provenimos y hacia la que regresamos. Así asimilamos que en la tribulación padecida entre las naciones clamamos a Dios, y en plegaria silenciosa le pedimos que nos traiga de vuelta a Sus caminos y atributos. Plegaria para reconocimiento, para glorificación, para Redención.


“Como la preñada cuando se acerca el parto gime, y da gritos con sus dolores, así hemos sido delante de ti, oh Eterno. Concebimos, tuvimos dolores de parto, parimos como viento. No hubo redención en la tierra, ni cayeron los malvados al suelo.” (26:17-18)


La plegaria prosigue reflejando los dolores vividos al darnos cuenta de las consecuencias de nuestra separación de Dios. Hemos indicado que nuestra Redención Final acontece cuando abandonamos las tendencias negativas en la conciencia. Mientras vivamos en su causa y efecto no encontraremos nuestra salida, nuestra liberación en la tierra, nuestra libertad en todas las facetas y dimensiones de la vida.


“Tus muertos vivirán, junto con Mis cuerpos muertos resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! porque tu rocío es cual rocío de Luz; y la tierra traerá a la vida las sombras. Anda, pueblo Mío, entra en tus aposentos interiores, cierra tras de ti tus puertas. Escóndete un poquito, por un momento, hasta que pase la indignación.” (26:19-20)


El Creador reafirma Su Redención Final para Israel, llamando aquellos muertos en la separación de Sus caminos, Sus “cuerpos muertos”. Él los revivirá de sus tumbas con un nuevo rocío de Luz. Dios traerá Luz a las tinieblas, y convertirá sus sombras en vidas. Nos llama para entrar en las habitaciones internas de nuestra conciencia, donde Dios está en nosotros, y dejar afuera todo lo que no pertenece a Sus caminos y atributos. Al refugiar la conciencia en nuestro nexo permanente con Él, todo lo que no es parte de aquel pasará. Las tendencias negativas y las fantasías e ilusiones de ego son la indignación que pasará cuando Dios la elimine por completo.


“Porque he aquí que el Eterno sale de Su lugar, para visitar la maldad del morador de la tierra contra él; y la tierra también descubrirá sus sangres, y no más cubrirá sus muertos.” (26:21)

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.