domingo, 6 de julio de 2014

La Conciencia Mesiánica en la Profecía Judía (LXIV) Isaías

“Daré en el desierto cedros, espinos, arrayanes, y olivas; y pondré juntos en el yermo hayas, olmos, y álamos. Para que vean y conozcan, y adviertan y entiendan todos, que la mano del Eterno hace esto, y que el Sagrado de Israel lo creó.” (Isaías 41:19-20)

El Profeta continúa citando al Creador como el que transforma nuestra conciencia, del mismo como lo hace con Su Creación según Su voluntad. Nos recuerda constantemente que es Él quien da y quien quita: “El Eterno ha dado y el Eterno ha tomado. Bendito es el Nombre del Eterno.” (Job 1:21).

Con esta premisa Dios desafía a las naciones para traer sus dioses e ídolos, y probar la veracidad de sus creencias y su supuesta verdad y poder.

“Presentad vuestra causa, dice el Eterno [a las naciones]; exponed vuestros argumentos, dice el Rey de Jacob. Que expongan y nos declaren lo que ha de suceder. En cuanto a los hechos anteriores, declarad lo que fueron, para que los consideremos y sepamos su resultado; o bien, anunciadnos lo que ha de venir.” (Isaías 41:21-22)

¿Acaso pueden hablar estos dioses Profecía? ¿Pueden aprender del pasado para predecir el futuro? Nuevamente debemos entender que estos ídolos son producto de fantasías e ilusiones materiales que creamos con el fin de satisfacer la pretensión de ego de convertirnos en dioses de nuestras propias invenciones.

“Declarad lo que ha de suceder, para que sepamos que vosotros sois dioses; o al menos haced bien o mal, para que tengamos qué contar, y juntos nos maravillemos. He aquí que vosotros sois nada, y vuestras obras de vanidad, abominación para el que os escogió.” (41:23-24)

¿Pueden acaso ser suficientemente sabios para igualar los poderes de Dios? ¿Puede realmente el ego convertirnos como Dios? Estas reflexiones nos llevan a la premisa de que solamente los caminos de Dios son los que debemos seguir, porque Él es nuestro Creador.

“Del norte desperté uno, y vendrá. [Otro] Del sol naciente [del este] llamará en Mi Nombre y hollará príncipes como lodo, y como amasa barro el alfarero.” (41:25)

Aquí el Profeta hace otra referencia a la Era Mesiánica. El Creador presenta dos cualidades opuestas, representada spor “el norte” y “el este”. Hemos mentionado frecuentemente que nuestros Sabios relacionan el norte con las tinieblas y la maldad, contrarios al este como Luz y lo bueno simbolizados por el sol naciente. El que proviene del este llama en el Nombre de Dios, a través del cual concibe la conciencia humana en el mundo material. Este que llama en el Nombre de Dios es el rey mesías judío, destinado a transformar los gobernantes de las naciones como alfarero que amasa arcilla.

Como hemos señalado a menudo, el rey mesías judío es el punto focal, el eje, el paradigma, el estandarte, la referencia del poder transformador de lo bueno en todos los niveles, aspectos y dimensiones de la conciencia humana. Su referencia es el Nombre de Dios, el cual abarca Sus caminos y atributos que vemos en lo bueno que Él derrama en Su Creación.

“¿Quién lo anunció desde el principio, para que sepamos? ¿O de tiempo atrás y que digamos que es justo? Cierto, no hay quien anuncie; sí, no hay quien enseñe, ciertamente no hay quien oiga vuestras palabras.” (41:26)

Dios pregunta otra vez a las naciones quién está a cargo, y estas con sus ídolos no pueden responder o declarar lo que es verdadero, ya que no lo pueden afirmar, argumentar o demostrar: “(...) vosotros habéis servido ahí dioses, la obra de vuestras manos, madera y piedra, que no ven, ni oyen, ni comen, ni pueden oler.” (Deuteronomio 4:28), “Tienen bocas pero no pueden hablar, y narices pero no pueden oler. Aquellos que los hacen se convertirán como ellos, al igual que todos los que confían en ellos.” (Salmos 135:16-18).

Dios nos dice en Su Torá que es el Creador de todo, y que dirige toda Su Creación. De ahí que también haya decretado Su Redención Final y la Era Mesiánica.

“Yo soy el Primero que He enseñado estas cosas a Sión, y a Jerusalén [daré] uno que proclama buenas nuevas. Miré, y no había ninguno; y pregunté de estas cosas, y ningún consejero hubo. Les pregunté, y respondieron con palabra [vacía]. He aquí, todos son vanidad, y las obras de ellos son nada; ¡viento y vanidad son sus imágenes fundidas!” (41:27-29)

Dios nos invita a mirar los ídolos que hemos creado a partir de nuestras propias fantasías e ilusiones. Cuando finalmente nos hagamos plenamente conscientes del círculo vicioso en los que hemos metido nuestra identidad con tendencias y rasgos negativos en los pensamos, sentimos, hablamos y hacemos, nos obligamos a regresar a nuestro Creador y Su Amor. Dios aguarda nuestro retorno y tiene nuevas instrucciones para nosotros.


Estas instrucciones son entregadas por el poder transformador del Amor de Dios, representado por aquel a quien Él envía para darnos buenas nuevas “a Jerusalén”. Este a diferencia de los ídolos de las fantasías e ilusiones de ego que no pueden darnos buenas noticias respecto a nuestra completa y eterna libertad. Estos no tienen consejero ni mensajero, porque “todos son vanidad, y las obras de ellos son nada; ¡viento y vanidad son sus imágenes fundidas!”.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.