¿Por qué tenemos que amar a Dios? La respuesta es un asunto de identidad, lo que quiere decir que se trata más de nosotros que de Él. Después de todo no podemos concebir, entender o comprender al Creador; por lo tanto, lo que concibamos o comprendamos acerca de Él es lo que nos apega a Él. Esto suena como a afrontarlo con sentido común, y es exactamente lo que es.
Entre más conocemos quiénes somos y entendemos más lo que somos y hacemos, más podremos conocerlo a Él. Es es en nuestra verdadera Esencia que realmente lo conocemos debido al hecho de que somos Su Creación. Si provenimos de Él, ¡qué más podríamos ser sino Su Esencia! Sí, hay cuestiones relacionadas con bien y mal, correcto e incorrecto, falso y verdadero, cosas del libre albedrío que ciertamente nos sirven para discernir lo que podamos llegar a ser. Nuestras decisiones quizá no definan quiénes somos, pero en efecto sí lo que pensamos, creemos, sentimos y hacemos.
Este es el contexto de los versículos: "Porque este Mandamiento que te ordeno este día no está ocultado a ti, ni está lejos. No está en el Cielo, para que digas '¿quién irá a subir al Cielo por nosotros para traérnoslo, para decirnos[lo] a nosotros, para decir[lo] a nosotros para que podamos cumplirlo?' Ni está más allá del mar, para que tú digas '¿quién cruzará al otro lado del mar por nosotros, y traérnoslo para nosotros, para decir[lo] a nosotros para que podamos cumplirlo?' En vez, [esta] cosa está muy cercana a ti; está en tu boca y en tu corazón para que la cumplas" (Deuteronomio 30:11-14).
¿Podemos ocultarnos de nuestra verdadera Esencia e identidad? ¡Sólo si diésemos poder a esa ilusión de ocultárnoslo! Situaciones y circunstancias muchas veces nos conducen a creer en cualidades y rasgos negativos sobre nosotros mismos, y otra vez debemos ponderar si nuestros actos definen lo que en verdad somos. Esto también se puede volver un asunto de elección entre vivir en ilusiones negativas o en la realidad positiva que Amor es. Tan sólo tenemos que ser conscientes de este regalo de Dios que podemos disfrutar al ser, vivir, y manifestar los modos y atributos de Amor:
"Porque tal como te ordeno este día, de amar al Eterno tu Dios, de andar en Sus caminos, de guardar Sus Mandamientos, Sus estatutos, y Sus ordenanzas, para que tú vivas y te multipliques; y que el Eterno tu Dios te bendiga en la tierra que vas a tomar en posesión de ella"(30:16), porque amar a Dios es el camino para hacernos conscientes de nuestra propia identidad, de nuestra razón y propósito de ser.
Las bendiciones de Amor no son una simple promesa Divina, sino que son su propio efecto: "Y el Eterno tu Dios te traerá a la tierra que poseyeron tus antepasados, y tú [también] tomarás posesión de ella, y Él te hará bien a ti, y Él te hará más numeroso que tus antepasados." (30:5).
Podríamos preguntarnos por qué Moisés dice que las bendiciones de Dios "hacen bien" si es bastante obvio que siempre es así. ¿Por qué es fundamental enfatizarlo una y otra vez? La respuesta es la misma de antes, como un recordatorio para abrazar todo aquello que nos hace crecer, desarrollarnos, evolucionar, mejorar, ser felices, fructíferos, abundantes, prósperos, y todos los atributos que únicamente Amor puede dar; aquello que nos hará "más numerosos" que los que forjaron el legado de Amor como nuestra verdadera identidad.
¿Cuán grande o grandiosa podría ser la bondad que Amor trae a nosotros como para llegar a cuantificarla? No en vano la arena de los mares y las estrellas en el cielo son una pálida ilustración de ello, ya que tal como el Amor de Dios que nos creó, Amor como su manifestación material tampoco tiene límites.
En el conocimiento de esta Esencia en todos los niveles de conciencia estamos de pié (nitzavim) ante nuestro Creador (29:9-10) para reclamar y reafirmar Amor como nuestro nexo común con Él: "para que tú puedas entrar en el Pacto del Eterno tu Dios, y Su promesa que el Eterno tu Dios te está haciendo este día." (29:11)
Tengamos presente que tanto nuestra conciencia espiritual como material son las dimensiones para las cuales estamos obligados a dar cuentas por las decisiones que tomamos: "Este día, pongo al Cielo y a la Tierra como testigos [de que Yo te he advertido] para ti: Yo he puesto ante ti vida y muerte, la bendición y la maldición" (30:19) y ya bien sabemos los resultados de cualquiera de ellas.
El Profeta nos recuerda que Sión y Jerusalén representan este sublime conocimiento del Amor de Dios como nuestra identidad, la cual debemos reclamar en voz alta, confrontando y superando las ilusiones materiales que nos retienen en las tinieblas, porque los modos y atributos de Amor son nuestra Redención:
"Por amor a Sión, Yo no estaré en silencio; y por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que su rectitud surja como un resplandor, y su redención arda como una antorcha" (Isaías 62:1), y "Los actos de amorosa bondad del Eterno yo mencionaré, las alabanzas del Eterno según todo lo que el Eterno ha conferido sobre nosotros, y abundante bondad a la casa de Israel, que Él ha conferido sobre ellos según Sus misericordias, y según Sus abundantes actos de amorosa bondad." (63:7) porque la amorosa bondad del Creador también se manifiesta en los modos y atributos de Amor.
Entre más conocemos quiénes somos y entendemos más lo que somos y hacemos, más podremos conocerlo a Él. Es es en nuestra verdadera Esencia que realmente lo conocemos debido al hecho de que somos Su Creación. Si provenimos de Él, ¡qué más podríamos ser sino Su Esencia! Sí, hay cuestiones relacionadas con bien y mal, correcto e incorrecto, falso y verdadero, cosas del libre albedrío que ciertamente nos sirven para discernir lo que podamos llegar a ser. Nuestras decisiones quizá no definan quiénes somos, pero en efecto sí lo que pensamos, creemos, sentimos y hacemos.
Este es el contexto de los versículos: "Porque este Mandamiento que te ordeno este día no está ocultado a ti, ni está lejos. No está en el Cielo, para que digas '¿quién irá a subir al Cielo por nosotros para traérnoslo, para decirnos[lo] a nosotros, para decir[lo] a nosotros para que podamos cumplirlo?' Ni está más allá del mar, para que tú digas '¿quién cruzará al otro lado del mar por nosotros, y traérnoslo para nosotros, para decir[lo] a nosotros para que podamos cumplirlo?' En vez, [esta] cosa está muy cercana a ti; está en tu boca y en tu corazón para que la cumplas" (Deuteronomio 30:11-14).
¿Podemos ocultarnos de nuestra verdadera Esencia e identidad? ¡Sólo si diésemos poder a esa ilusión de ocultárnoslo! Situaciones y circunstancias muchas veces nos conducen a creer en cualidades y rasgos negativos sobre nosotros mismos, y otra vez debemos ponderar si nuestros actos definen lo que en verdad somos. Esto también se puede volver un asunto de elección entre vivir en ilusiones negativas o en la realidad positiva que Amor es. Tan sólo tenemos que ser conscientes de este regalo de Dios que podemos disfrutar al ser, vivir, y manifestar los modos y atributos de Amor:
"Porque tal como te ordeno este día, de amar al Eterno tu Dios, de andar en Sus caminos, de guardar Sus Mandamientos, Sus estatutos, y Sus ordenanzas, para que tú vivas y te multipliques; y que el Eterno tu Dios te bendiga en la tierra que vas a tomar en posesión de ella"(30:16), porque amar a Dios es el camino para hacernos conscientes de nuestra propia identidad, de nuestra razón y propósito de ser.
Las bendiciones de Amor no son una simple promesa Divina, sino que son su propio efecto: "Y el Eterno tu Dios te traerá a la tierra que poseyeron tus antepasados, y tú [también] tomarás posesión de ella, y Él te hará bien a ti, y Él te hará más numeroso que tus antepasados." (30:5).
Podríamos preguntarnos por qué Moisés dice que las bendiciones de Dios "hacen bien" si es bastante obvio que siempre es así. ¿Por qué es fundamental enfatizarlo una y otra vez? La respuesta es la misma de antes, como un recordatorio para abrazar todo aquello que nos hace crecer, desarrollarnos, evolucionar, mejorar, ser felices, fructíferos, abundantes, prósperos, y todos los atributos que únicamente Amor puede dar; aquello que nos hará "más numerosos" que los que forjaron el legado de Amor como nuestra verdadera identidad.
¿Cuán grande o grandiosa podría ser la bondad que Amor trae a nosotros como para llegar a cuantificarla? No en vano la arena de los mares y las estrellas en el cielo son una pálida ilustración de ello, ya que tal como el Amor de Dios que nos creó, Amor como su manifestación material tampoco tiene límites.
En el conocimiento de esta Esencia en todos los niveles de conciencia estamos de pié (nitzavim) ante nuestro Creador (29:9-10) para reclamar y reafirmar Amor como nuestro nexo común con Él: "para que tú puedas entrar en el Pacto del Eterno tu Dios, y Su promesa que el Eterno tu Dios te está haciendo este día." (29:11)
Tengamos presente que tanto nuestra conciencia espiritual como material son las dimensiones para las cuales estamos obligados a dar cuentas por las decisiones que tomamos: "Este día, pongo al Cielo y a la Tierra como testigos [de que Yo te he advertido] para ti: Yo he puesto ante ti vida y muerte, la bendición y la maldición" (30:19) y ya bien sabemos los resultados de cualquiera de ellas.
El Profeta nos recuerda que Sión y Jerusalén representan este sublime conocimiento del Amor de Dios como nuestra identidad, la cual debemos reclamar en voz alta, confrontando y superando las ilusiones materiales que nos retienen en las tinieblas, porque los modos y atributos de Amor son nuestra Redención:
"Por amor a Sión, Yo no estaré en silencio; y por amor a Jerusalén no descansaré, hasta que su rectitud surja como un resplandor, y su redención arda como una antorcha" (Isaías 62:1), y "Los actos de amorosa bondad del Eterno yo mencionaré, las alabanzas del Eterno según todo lo que el Eterno ha conferido sobre nosotros, y abundante bondad a la casa de Israel, que Él ha conferido sobre ellos según Sus misericordias, y según Sus abundantes actos de amorosa bondad." (63:7) porque la amorosa bondad del Creador también se manifiesta en los modos y atributos de Amor.