Reflexionemos sobre dos cosas
que aparentemente no está relacionadas pero su denominador común es que ambas
desafían nuestro entendimiento. Una es el primer Mandamiento que el Creador
ordena a Israel en su nacimiento como Nación, la consagración de la Luna Nueva
como el inicio de los meses y Nisán como el primero de ellos cuando comenzó la
libertad de Israel. La otra se trata de la Redención Final como la predicen
nuestros Profetas.
Podríamos cuestionar por qué
comenzamos los meses con la Luna Nueva y no con la Luna Llena, arguyendo que
podríamos comenzar con su luz totalmente revelada y terminar también con ella
después de pasar por días menguantes y oscuros para luego emerger en brillo
total. Sin embargo el Creador nos encomienda iniciar los meses cuando la Luna
está completamente oscura. Sabios de la tradición jasídica nos enseñan uno de
los principios más complejos relacionados con este asunto, y debemos romper los
límites de nuestro discernimiento para comprenderlo enteramente. De hecho es
uno de los muchos principios místicos judíos que sólo podemos asimilar más allá
del entendimiento humano, tales como los círculos o esferas concéntricas que al
mismo tiempo están separadas entre sí. ¿Cómo podrían estar separadas si están contenidas
unas dentro de las otras? Este es un ejemplo para dirigir nuestra mente hacia
asimilar más allá de los límites del razonamiento. El principio que los
jasídicos presentan es que la luz ocultada es más ponderosa o intensa que la
luz revelada, bajo la premisa de que lo que no sabemos o vamos a saber es más
importante que lo que ya sabemos. El álgebra es más útil que la aritmética, el
cálculo es más importante que la trigonometría, y lo menos relevante es la base
para asimilar lo más relevante. De ahí que lo que llegaremos a conocer sea más
trascendente que lo que ya sabemos.
De igual manera, se nos enseña
en la escuela elemental que la luz del sol es más intensa durante un eclipse
total, por lo cual no debemos verla porque esa luz más fuerte puede afectar
nuestros ojos. Este fenómeno tal vez no explique con claridad cómo es posible
que haya más luz en un eclipse de sol que en un sol despejado, ya que en
nuestra percepción hay más luz en un sol no eclipsado. La astrofísica podría
explicar el caso, pero ante nuestros ojos seguimos percibiéndolo diferente. La
física quántica también explica planos o universos paralelos invisibles y otros
fenómenos que una mente simple no puede entender, y es cuestión de creerlo o
no. Todas estas referencias nos invitan a expandir nuestra mente simple más
allá de sus supuestos límites, y en ese sentido nuestros antiguos Sabios saben
más y explican que la Luna Nueva es la luz no revelada que se nos encomienda
revelar.
Esto significa que como individuos somos lunas cuya luz está
parcialmente revelada, y tenemos que hacernos conscientes de nuestra luz total cuando
en apariencia no hay ninguna visible. Entonces consecuentemente dicen que en la
oscuridad buscamos la Luz, porque es en las tinieblas donde está ocultada con
toda su intensidad como nunca antes la hemos visto, comparada como la que ya
conocemos. Es por ello que afirman que en la oscuridad del exilio debemos
revelar la Luz de la Redención. En este sentido, la oscuridad como exilio es la
condición previa para la Luz como Redención.
¿Cómo sabemos que en nuestros más
tenebrosos momentos es cuando más poderosa está la Luz ocultada? Podríamos decir
simplemente que oscuridad es lo que es, y que la luz está ausente en aquella.
El problema es que con esta percepción no hay Redención posible, y nos lleva a
reflexionar con un discernimiento mayor acerca de quiénes somos, qué somos, y
cuál es nuestra verdadera Esencia e identidad. En la dinámica de la identidad
resolvemos todas nuestras confusiones, comenzando con la "razón" de
la Creación en su totalidad, su causa y su efecto, y el Creador detrás de ella.
Él es la Luz intensa "ocultada" detrás de lo que vemos oscuro o
eclipsado con nuestros ojos, la Luna Nueva que estamos encomendados consagrar
como el comienzo de los meses, como el comienzo de todo.
El exilio como oscuridad es la
actual situación que padecemos cuando elegimos vivir en los aspectos negativos
de la conciencia que imponen intereses individuales a expensas del bienestar
colectivo. Nuestra tradición oral cuenta que en la Plaga de la Oscuridad previa
al Éxodo de Egipto, el 80% de los israelitas murieron porque no podían
"ver" más allá de sus propios interesas personales. El 20% eligió
cuidarse unos a otros en medio de la más densa oscuridad, amándose unos a otros y protegiéndose ante la adversidad. Estos son quienes después fueron eximidos de
la plaga final del primogénito y sacados de su esclavitud en Egipto. De ellos
debemos aprender que Amor es nuestro verdadero y único Redentor cuando vivimos
en la oscuridad de las fantasías e ilusiones de ego. El Amor de Dios es la Luz
ocultada que nos sustenta y libera de nuestros momentos más tenebrosos. Cada
situación negativa que enfrentamos es disipada cuando Amor se manifiesta
totalmente como la más intensa Luz detrás de las tinieblas.
Maimónides cita las palabras del
Profeta (Mishné Torá, Leyes de los Reyes 12:5): "En aquellos tiempos no
habrá hambruna ni guerra, ni envidia ni rivalidad; porque la bondad fluirá en
abundancia, y las delicias estarán disponibles sin costo. Todos estarán
completamente inmersos en el conocimiento de Dios, tal como está escrito: 'porque
la Tierra estará llena del conocimiento del Eterno, como las aguas llenan el mar' (Isaías 11:9)'." ¿Podemos expandir nuestro discernimiento y
conciencia para poder concebir el mundo material sin hambrunas, conflictos,
avaricia, envidia, celos, lujuria, indolencia ni odio? Maimónides prosigue
señalando bondad en abundancia como la respuesta, y toda bondad proviene de
Amor. También indica la causa de la bondad en su próxima oración, porque
nuestra bondad es el resultado de nuestra entrega total al conocimiento
del Creador.
Ahora quizá podamos discernir la
conexión entre la consagración de la Luna Nueva y nuestra Redención Final. Resumamos:
La oscuridad como exilio nos conduce a la libertad como Redención
cuando somos guiados por el Creador y Su Amor, y lo emulamos amándonos unos a
otros. La Luna Nueva es el recordatorio de que la Luz no revelada es más ponderosa
que la revelada, de ahí que se nos encomiende y obligue a reconocer que el Amor
de Dios precede a Su Creación. Superamos las tinieblas como aspectos negativos
de la conciencia cuando entronizamos Amor como la Luz que disipa la negatividad
mediante lo bueno derivado de los caminos y atributos de Amor. Finalmente,
vivimos en abundante bondad cuando nos dedicamos enteramente al conocimiento
del Amor de Dios como causa y efecto de Su Creación, y también como nuestra
verdadera Esencia e identidad.
En Jánuca encendemos ocho velas
en los días más oscuros de año, alrededor del solsticio de invierno. Aprendemos
que en los momentos más tenebrosos la Luz más intensa está en espera de ser
revelada, y esa es la Luz de la Redención. Revelamos esta Luz en cada uno
de los siete días que representan la Creación de los Cielos y la Tierra por
Dios, y en un día adicional que simboliza nuestra unión permanente con Él, en
la que la Redención Final acontece, el día en que es completamente revelada con
toda la intensidad de Su Luz.
Podemos concluir que nuestro
limitado intelecto y discernimiento sigue sin poder asimilar cómo es que la luz
puede estar ocultada en la oscuridad, pero algo que sí podemos asimilar sin
dificultad es que Amor es la Luz más potente capaz de transformar cualquier
cosa negativa en positiva, porque Amor es la fuente de bondad como el Amor de
Dios es la fuente de Su Creación y el sustento de toda vida. La Luna Nueva y Jánuca
nos recuerdan que tenemos que iluminar cada día de nuestra vida hasta que
lleguemos al día en que nuestra Luz y la Luz de Dios sean Una, de la misma
manera que nuestro Amor y Su Amor se convierten en Uno. Este es el momento en
que estaremos totalmente inmersos en el conocimiento del Creador.