domingo, 25 de diciembre de 2011

Vayigash: Vivir en la Voluntad del Creador


Prescindiendo de lo que podamos creer o tener certeza, como parte de la Creación de Dios, nuestras vidas todas pertenecen a Su voluntad. Hay un debate interminable en torno a este principio fundamental del judaísmo respecto al libre albedrío. Si en definitiva cumplimos la voluntad del Creador sin importar las decisiones que tomamos, ¿tenemos entonces libre albedrío? La respuesta es sí, porque nuestras opciones, ya sean “correctas” o “equivocadas” invariablemente nos llevan a la Verdad de quiénes realmente somos y nuestra misión en este mundo. Dicho de otra manera, tomar decisiones positivas o negativas nos hace conscientes de ellas y sus resultados, de los que aprendemos para tomar la próxima decisión. Significa que, en últimas, tarde o temprano terminaremos haciendo lo que es correcto. Entonces depende de nosotros aprender, sea mediante lo positivo o lo negativo. Hemos dicho antes que el judaísmo considera lo negativo como una referencia para evitarlo, y en el peor de los casos para aprender de él; y no para vivir por él ya que no nacimos para ser masoquistas. Lamentablemente la mayoría de nosotros en el mundo no tenemos esto lo suficientemente claro, y para saber que es así sólo tenemos que mirar alrededor.

Tenemos que reflexionar a fondo sobre la Creación de Dios y darnos cuenta que es muchísimo más grande que la pretensión de ego de hacernos creer que somos dioses en nuestras fantasías, deseos e ilusiones materiales. Una vez lleguemos a tener un mínimo de humildad es posible que aceptemos la voluntad de Dios y no la nuestra. Al Rey David le tomó toda su vida y los 150 capítulos de sus Salmos para realizarlo, y esa es una de las principales lecciones que aprendemos de la historia de José y sus hermanos: “Pero que no estéis tristes, y no os angustie que me hayáis vendido aquí, porque fue para preservar vida que el Eterno me envió antes que vosotros” (Génesis 45:5) y Su voluntad de hecho es Su Amor por Su Creación para sustentarla cada momento en aras de lo bueno que es la vida: “(…) Y el Eterno me envió antes que vosotros parar daros una parte de la tierra, y para vivir hacia una gran liberación” (45:7) En nuestro conocimiento del Amor de Dios siempre hay una tierra para nutrir la vida, como nuestro medio para procurar nuestra liberación cuando la realidad material no satisface nuestras necesidades básicas. Enfrentamos hambruna no sólo cuando la tierra no nos provee el sustento sino también cuando el mundo material (una “tierra”) no nos ofrece una verdadera plenitud espiritual en las ilusiones que creamos a partir de nuestra realidad “individual”.

Así entendemos que ego (el faraón) debe ser dirigido por el discernimiento y la sabiduría con los que Amor (José) afronta la Creación de Dios como una emanación de Su Amor: “Y ahora, vosotros no me enviasteis aquí sino el Eterno, y Él me hizo un padre para el faraón, y un gobernante sobre toda la tierra de Egipto” (45:8) Hemos aprendido de esos pasajes bíblicos que José es la personificación de Amor desde que fue elegido por Israel para ser su primogénito, y los atributos de Amor le llevaron a ascender como el destinado conductor de todos los niveles y dimensiones de la conciencia, ego incluido. El máximo y más formidable desafío de Amor es dirigir nuestra conciencia en medio de las dificultades del mundo material. Estas abarcan desde la adversidad de los fenómenos naturales hasta los aspectos negativos de los pensamientos, emociones, sentimientos, pasiones e instintos.

Nuestros Sabios nos cuentan que el odio contra los hebreos, hostilidad, agresividad, depravación e inmoralidad eran característicos de los antiguos egipcios, y bajar a ellos era una amenaza para quienes tenían rasgos opuestos a los de ellos. Israel y sus hijos lo sabían a pesar del ascenso de José al poder. En tal predicamento Israel reza al Creador, y Su Amor responde: “Yo bajaré contigo a Egipto, y también Yo te levantaré de ahí, y José pondrá su mano sobre tus ojos” (46:4) y este versículo nos recuerda ser conscientes de Su voluntad. Nuestros Sabios místicos enseñan que vivir en las tinieblas de una conciencia negativa (Egipto) es la premisa para reconocer la Luz de la Redención. En este sentido, como mencionamos arriba, nuestras decisiones negativas tarde o temprano nos llevan a discernir lo positivo de lo negativo, lo correcto a partir de lo incorrecto, lo útil a diferencia de lo inútil.

En este proceso tenemos que saber quiénes somos, de dónde venimos, y el destino que se nos ha encomendado a cumplir: “Y el faraón dijo a sus hermanos, '¿Cuál es vuestra ocupación?' Y ellos le dijeron al faraón, 'Vuestros sirvientes son pastores, tanto nosotros como nuestros ancestros'.” (47:3) Los hijos de Israel son descendientes de gente que fue encomendada por su Dios para conducir como “la Luz para las naciones” aquellos en necesidad de dirección positiva, un trabajo considerado abominación en aquellos tiempos entre pueblos cuyos rasgos estaban lejos de ser positivos.

No olvidemos que el antisemitismo y la judeofobia son tan antiguos como el judaísmo, y los difamadores de judíos eran los mismos opuestos a los principios éticos que sustentan y promueven la libertad moral en todos los niveles de conciencia. En su propósito e historia la existencia del judaísmo refleja la vida del Patriarca Israel: “Los días de los años de mi vida han sido pocos y malos, y no alcanzaron [la plenitud] los días de los años de las vidas de mis padres en los días de sus moradas” (47:9) Únicamente en nuestra inexorabilidad seremos capaces de realizar nuestro destino, sin importar cuán negativas o adversas resulten ser las ilusiones del mundo material: “E Israel habitó en la tierra de Egipto, en la región de Goshen, y ellos adquirieron propiedad en ella, y ellos fueron prolíficos y se multiplicaron grandemente” (47:27) Lo hicimos en Egipto y a través de la historia con la Presencia Divina entre nosotros.

Aunque la mayoría de nuestros días y años han acontecido en medio de la maldad, el Amor de Dios nunca nos abandona. Con Amor alcanzaremos nuestra Redención Final, que es también la Redención de todos, y entonces viviremos en la plenitud de los días de nuestros primeros Patriarcas: “Y Yo formaré un Pacto de Paz para ellos [Israel], un Pacto eterno estará con ellos; y Yo los estableceré y los multiplicaré, y Yo colocaré Mi Santuario entre ellos por siempre. Y Mi morada estará sobre ellos, y Yo seré para ellos un Dios, y ellos serán para Mí como un Pueblo" (Ezequiel 37:26-27) y para nosotros esa profecía se cumple cuando como Israel realicemos Su voluntad, la cual se manifiesta con los caminos y atributos de Su Amor.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.