Prescindiendo
de lo que podamos creer o tener certeza, como parte de la Creación
de Dios, nuestras vidas todas pertenecen a Su voluntad. Hay un debate
interminable en torno a este principio
fundamental del judaísmo respecto al libre albedrío. Si en
definitiva cumplimos la voluntad del Creador sin importar las
decisiones que tomamos, ¿tenemos entonces libre albedrío? La
respuesta es sí, porque nuestras opciones, ya sean “correctas” o
“equivocadas” invariablemente nos llevan a la Verdad de
quiénes realmente somos y nuestra misión en este mundo.
Dicho de otra manera, tomar decisiones positivas o negativas nos hace
conscientes de ellas y sus resultados, de los que aprendemos para
tomar la próxima decisión. Significa que, en últimas, tarde o
temprano terminaremos haciendo lo que es correcto. Entonces depende
de nosotros aprender, sea mediante lo positivo o lo negativo. Hemos
dicho antes que el judaísmo considera lo negativo como una
referencia para evitarlo, y en el peor de los casos para aprender de
él; y no para vivir por él ya que no nacimos para ser masoquistas.
Lamentablemente la mayoría de nosotros en el mundo no tenemos esto
lo suficientemente claro, y para saber que es así sólo tenemos que
mirar alrededor.
Tenemos
que reflexionar a fondo sobre la Creación de Dios y darnos cuenta
que es muchísimo más grande que la pretensión de ego de hacernos
creer que somos dioses en nuestras fantasías, deseos e ilusiones
materiales. Una vez lleguemos a tener un mínimo de humildad es
posible que aceptemos la voluntad de Dios y no la nuestra. Al Rey
David le tomó toda su vida y los 150 capítulos de sus Salmos para
realizarlo, y esa es una de las principales lecciones que aprendemos
de la historia de José y sus hermanos: “Pero que no estéis
tristes, y no os angustie que me hayáis vendido aquí, porque
fue para preservar vida que el Eterno me envió antes que
vosotros” (Génesis 45:5) y Su voluntad de hecho es Su Amor por Su
Creación para sustentarla cada momento en aras de lo bueno que
es la vida: “(…) Y el Eterno me envió antes que vosotros parar
daros una parte de la tierra, y para vivir hacia una gran
liberación” (45:7) En nuestro conocimiento del Amor de Dios
siempre hay una tierra para nutrir la vida, como nuestro
medio para procurar nuestra liberación cuando la realidad material
no satisface nuestras necesidades básicas. Enfrentamos hambruna no
sólo cuando la tierra no nos provee el sustento sino también cuando
el mundo material (una “tierra”) no nos ofrece una verdadera
plenitud espiritual en las ilusiones que creamos a partir de nuestra
realidad “individual”.
Así
entendemos que ego (el faraón) debe ser dirigido por el
discernimiento y la sabiduría con los que Amor (José) afronta la
Creación de Dios como una emanación de Su Amor: “Y ahora,
vosotros no me enviasteis aquí sino el Eterno, y Él me hizo un
padre para el faraón, y un gobernante sobre toda la tierra de
Egipto” (45:8) Hemos aprendido de esos pasajes bíblicos que José
es la personificación de Amor desde que fue elegido por Israel para
ser su primogénito, y los atributos de Amor le llevaron a ascender
como el destinado conductor de todos los niveles y dimensiones de la
conciencia, ego incluido. El máximo y más formidable desafío de
Amor es dirigir nuestra conciencia en medio de las dificultades del
mundo material. Estas abarcan desde la adversidad de los fenómenos
naturales hasta los aspectos negativos de los pensamientos,
emociones, sentimientos, pasiones e instintos.
Nuestros
Sabios nos cuentan que el odio contra los hebreos, hostilidad,
agresividad, depravación e inmoralidad eran característicos de los
antiguos egipcios, y bajar a ellos era una amenaza para
quienes tenían rasgos opuestos a los de ellos. Israel y sus hijos lo
sabían a pesar del ascenso de José al poder. En tal predicamento
Israel reza al Creador, y Su Amor responde: “Yo bajaré contigo a
Egipto, y también Yo te levantaré de ahí, y José pondrá su mano
sobre tus ojos” (46:4) y este versículo nos recuerda ser
conscientes de Su voluntad. Nuestros Sabios místicos
enseñan que vivir en las tinieblas de una conciencia negativa
(Egipto) es la premisa para reconocer la Luz de la Redención. En
este sentido, como mencionamos arriba, nuestras decisiones negativas
tarde o temprano nos llevan a discernir lo positivo de lo negativo,
lo correcto a partir de lo incorrecto, lo útil a diferencia de lo
inútil.
En
este proceso tenemos que saber quiénes somos, de dónde venimos, y
el destino que se nos ha encomendado a cumplir: “Y el faraón dijo
a sus hermanos, '¿Cuál es vuestra ocupación?' Y ellos le dijeron
al faraón, 'Vuestros sirvientes son pastores, tanto nosotros como
nuestros ancestros'.” (47:3) Los hijos de Israel son descendientes
de gente que fue encomendada por su Dios para conducir como “la Luz
para las naciones” aquellos en necesidad de dirección positiva, un
trabajo considerado abominación en aquellos tiempos entre pueblos
cuyos rasgos estaban lejos de ser positivos.
No
olvidemos que el antisemitismo y la judeofobia son tan antiguos como
el judaísmo, y los difamadores de judíos eran los mismos opuestos a
los principios éticos que sustentan y promueven la libertad moral en
todos los niveles de conciencia. En su propósito e historia la
existencia del judaísmo refleja la vida del Patriarca Israel: “Los
días de los años de mi vida han sido pocos y malos, y no alcanzaron
[la plenitud] los días de los años de las vidas de mis padres en
los días de sus moradas” (47:9) Únicamente en nuestra
inexorabilidad seremos capaces de realizar nuestro destino, sin
importar cuán negativas o adversas resulten ser las ilusiones del
mundo material: “E Israel habitó en la tierra de Egipto, en
la región de Goshen, y ellos adquirieron propiedad en ella, y ellos
fueron prolíficos y se multiplicaron grandemente” (47:27) Lo
hicimos en Egipto y a través de la historia con la Presencia Divina
entre nosotros.
Aunque
la mayoría de nuestros días y años han acontecido en medio de la
maldad, el Amor de Dios nunca nos abandona. Con Amor alcanzaremos
nuestra Redención Final, que es también la Redención de todos, y
entonces viviremos en la plenitud de los días de nuestros primeros
Patriarcas: “Y Yo formaré un Pacto de Paz para ellos
[Israel], un Pacto eterno estará con ellos; y Yo los estableceré y
los multiplicaré, y Yo colocaré Mi Santuario entre ellos por
siempre. Y Mi morada estará sobre ellos, y Yo seré para ellos un
Dios, y ellos serán para Mí como un Pueblo" (Ezequiel
37:26-27) y para nosotros esa profecía se cumple cuando como Israel
realicemos Su voluntad, la cual se manifiesta con los caminos y
atributos de Su Amor.