Nuestros Sabios comparan a José
y a Judá basados en sus experiencias individuales antes de la separación de
José de su familia, y en las bendiciones que Jacob y Moisés les dieron como Tribus
de Israel. Ellos indican que José representa la relación interior que tenemos
con el Creador, y Judá la manifestación material de esta relación. En ese
sentido ambos hermanos son las dos caras de la misma moneda como aspectos
específicos de una identidad común de realeza, entendiendo realeza como el más
elevado conocimiento con el que debemos relacionarnos con Dios. Nuestra
relación interna con Él es la conexión más sagrada que podemos concebir, y es
la fundación primordial que sostiene nuestra actitud hacia Su Creación
referente a la realidad material donde vivimos y nuestra relación con el
prójimo.
Hemos mencionado que nuestros
Sabios consideran a Jacob y José como un reflejo del otro, como si fueran la
misma persona, basados en aspectos similares que Jacob no compartía con el
resto de sus hijos. También destacan que lo que ambos compartían era el
resultado de su elevada conciencia del Creador, y consecuentemente su estrecha
relación con Él. Este es el contexto en el que algunos de nuestros Sabios son
llamados tzadikim (justos, íntegros) porque ese nivel de conciencia y
conducta es logrado solamente cuando vivimos cada momento en estrecha relación con
los caminos y atributos de Dios. Es por ello que José fue elegido para salvar a su familia de la hambruna y protegerlos en la primera etapa de su exilio en
Egipto. Jacob hizo pública su preferencia por José no para instigar odio y
celos en sus hermanos contra su "elegido", sino para que lo
siguieran como ejemplo. No aceptaron a José como tal y tampoco su presumido destino
real revelado en sus sueños. Debemos recordar otra vez el episodio de Caín y
Abel para ilustrar que el odio y los celos eventualmente conducen al homicidio.
La diferencia entre esa historia y esta otra es que, a diferencia del diálogo
de Dios con Caín para enmendar su actitud negativa hacia Abel, Jacob
aparentemente no animó a sus hijos a reconocer las cualidades de José y seguir
su ejemplo.
Debemos conocer y emular las
cualidades de tales personajes que los hacen merecedores de convertirse en las
vasijas o "carruajes" del Creador para cumplir enteramente Sus caminos y ejecutar
Sus atributos. Una señal inequívoca indicada en las Escrituras Hebreas es que
cuando Dios está con nosotros, nos convertimos en una bendición para
quienes están a nuestro alrededor. Debemos reiterar que primero debemos estar con
Él para luego poder estar conscientes de Su Presencia en nuestra vida. Así
podemos darnos cuenta de que las bendiciones que otros disfrutan cuando son tocados
por nosotros o nos tienen cerca son realmente bendiciones de Dios y no nuestras. Somos simplemente las vasijas o mensajeros de Su Amor, y nuestro Amor
también se convierte en medio para transmitir Sus bendiciones. Es
esencial recalcar aquí que las bendiciones son tales, siempre y cuando beneficien a todos. El Amor de Dios no está limitado a algunos o excluye a
otros, y no sólo para nosotros como individuos ya que Su Amor ocupa toda
Su Creación.
Este principio no es fácil de
asimilar cuando nuestra conciencia está bajo la concepción errónea de que es una
parte separada de la Creación, como resultado de ego en nuestra falsa disociación del
Creador. Esta es una idea equivocada que confunde nuestro discernimiento al
perder la perspectiva de que la oscuridad y el mal son simples referencias para
procurar Luz y Amor. Esta confusión es típica de concepciones no judías de que
el bien y el mal son entidades separadas en constante conflicto para prevalecer
sobre el otro, y que ambos "actúan" como "fuerzas" o
"dioses" ante los que los humanos somos indefensas
marionetas y víctimas fatídicas de sus caprichos. Esas concepciones son
consideradas idolatría por el judaísmo, al igual que la creencia generalizada
de que los humanos somos entidades aparte en un mundo del "sálvese
quien pueda", justificando así explotación, discriminación, segregación,
exclusión, y esclavitud a nombre de que hay gente inferior y superior,
mejores y peores, perfectos e imperfectos, en niveles y categorías diferentes.
Bajo estas creencias, las concepciones relativas que algunos dan valor como
patrones y sistemas sociales, culturales, educativos, políticos, económicos y
morales, definen los niveles del modelo piramidal bajo el que muchas naciones
conciben la vida humana en este mundo.
Las bendiciones del Amor de Dios
no caen dentro de ese modelo porque no se "filtran" a través de
niveles y categorías de creencias particulares opuestas a las cualidades y
medios incluyentes, abarcadores e integradores de Amor. Este es nuestra Esencia
y, como reflejo del Amor de Dios, no tiene límites ni fronteras, y no se condiciona a intereses individualistas. No podemos amar a unos en detrimento
de otros, ni tampoco podemos amar a alguien a expensas de otro. Esto nos
recuerda a los carniceros nazis que torturaron y asesinaron a millones de judíos con su ilimitado odio, mientras abrazaban y besaban a sus esposas, niños y
amigos, arguyendo que no hay relación entre masacrar despiadadamente a otros y amar a
sus familias. Todavía vemos gente odiando a unos mientras "aman" a
otros. Tenemos que reconsiderar la manera en que concebimos "amar",
especialmente cuando se ha subordinado a fantasías e ilusiones materialistas, a
intereses egoístas, y a la dictadura de la sociedad de consumo. Nuestro Amor a
Dios es el mismo Amor que manifestamos al prójimo, y la Torá enseña que cuando
amamos al Creador estamos instados a amar a los demás.
Cuando amamos como José amaba a
sus hermanos, preservamos la unidad integrante que Amor es, y la Redención le
sigue. Para lograr ese tipo de Amor, primero construimos nuestra relación interior con el Amor de Dios como lo hizo José, representando así un paradigma para
Israel. En este proceso de construcción tenemos que refinar nuestros rasgos y
cualidades individuales como parte de todos los niveles de conciencia,
siguiendo y emulando los caminos y atributos de Dios. El refinamiento es una
característica definitoria de realeza, y la aprendemos directamente del Creador
y Rey de todo, nuestro Dios. En el contexto del judaísmo, Judá está
destinado a la realeza como manifestación material del Reino de Dios en este
mundo. José como rey es nuestro Amor en la relación interior con Dios, y Judá como
rey en nuestra relación exterior con Él; entendiendo exterior como la manifestación
material de nuestro Amor a Dios.
José está destinado a realeza en
su relación interior con Dios, y Judá destinado a realeza para proclamar Su
Soberanía en la Tierra. Como dijimos antes, ambas realezas son parte de la majestuosa
unidad que debemos lograr en honor de la Presencia Divina en el mundo material.
Esta unidad es lograda reforzando nuestra conexión interna con el Creador,
mediante nuestro Amor a Él, que significa seguir Sus caminos y atributos; y en
esta fortaleza podremos manifestarlos en lo que hacemos. Tal como lo señalan
nuestros Sabios, José y Judá son los dos niveles de la verdadera realeza que
son nuestro Amor interior y exterior como fieles manifestaciones del Amor de
Dios en Su Creación. Aprendemos que materia y espíritu son partes de la unidad
que la vida es. Y ambos trabajan juntos como Amor, a través de Amor y por el
propósito de Amor, en todos los aspectos de la conciencia con la misión común de honrar el Amor de Dios como nuestra Esencia e identidad.