domingo, 25 de diciembre de 2011

José y Judá: La Realeza del Amor de Dios

Nuestros Sabios comparan a José y a Judá basados en sus experiencias individuales antes de la separación de José de su familia, y en las bendiciones que Jacob y Moisés les dieron como Tribus de Israel. Ellos indican que José representa la relación interior que tenemos con el Creador, y Judá la manifestación material de esta relación. En ese sentido ambos hermanos son las dos caras de la misma moneda como aspectos específicos de una identidad común de realeza, entendiendo realeza como el más elevado conocimiento con el que debemos relacionarnos con Dios. Nuestra relación interna con Él es la conexión más sagrada que podemos concebir, y es la fundación primordial que sostiene nuestra actitud hacia Su Creación referente a la realidad material donde vivimos y nuestra relación con el prójimo.

Hemos mencionado que nuestros Sabios consideran a Jacob y José como un reflejo del otro, como si fueran la misma persona, basados en aspectos similares que Jacob no compartía con el resto de sus hijos. También destacan que lo que ambos compartían era el resultado de su elevada conciencia del Creador, y consecuentemente su estrecha relación con Él. Este es el contexto en el que algunos de nuestros Sabios son llamados tzadikim (justos, íntegros) porque ese nivel de conciencia y conducta es logrado solamente cuando vivimos cada momento en estrecha relación con los caminos y atributos de Dios. Es por ello que José fue elegido para salvar a su familia de la hambruna y protegerlos en la primera etapa de su exilio en Egipto. Jacob hizo pública su preferencia por José no para instigar odio y celos en sus hermanos contra su "elegido", sino para que lo siguieran como ejemplo. No aceptaron a José como tal y tampoco su presumido destino real revelado en sus sueños. Debemos recordar otra vez el episodio de Caín y Abel para ilustrar que el odio y los celos eventualmente conducen al homicidio. La diferencia entre esa historia y esta otra es que, a diferencia del diálogo de Dios con Caín para enmendar su actitud negativa hacia Abel, Jacob aparentemente no animó a sus hijos a reconocer las cualidades de José y seguir su ejemplo.

Debemos conocer y emular las cualidades de tales personajes que los hacen merecedores de convertirse en las vasijas o "carruajes" del Creador para cumplir enteramente Sus caminos y ejecutar Sus atributos. Una señal inequívoca indicada en las Escrituras Hebreas es que cuando Dios está con nosotros, nos convertimos en una bendición para quienes están a nuestro alrededor. Debemos reiterar que primero debemos estar con Él para luego poder estar conscientes de Su Presencia en nuestra vida. Así podemos darnos cuenta de que las bendiciones que otros disfrutan cuando son tocados por nosotros o nos tienen cerca son realmente bendiciones de Dios y no nuestras. Somos simplemente las vasijas o mensajeros de Su Amor, y nuestro Amor también se convierte en medio para transmitir Sus bendiciones. Es esencial recalcar aquí que las bendiciones son tales, siempre y cuando beneficien a todos. El Amor de Dios no está limitado a algunos o excluye a otros, y no sólo para nosotros como individuos ya que Su Amor ocupa toda Su Creación.

Este principio no es fácil de asimilar cuando nuestra conciencia está bajo la concepción errónea de que es una parte separada de la Creación, como resultado de ego en nuestra falsa disociación del Creador. Esta es una idea equivocada que confunde nuestro discernimiento al perder la perspectiva de que la oscuridad y el mal son simples referencias para procurar Luz y Amor. Esta confusión es típica de concepciones no judías de que el bien y el mal son entidades separadas en constante conflicto para prevalecer sobre el otro, y que ambos "actúan" como "fuerzas" o "dioses" ante los que los humanos somos indefensas marionetas y víctimas fatídicas de sus caprichos. Esas concepciones son consideradas idolatría por el judaísmo, al igual que la creencia generalizada de que los humanos somos entidades aparte en un mundo del "sálvese quien pueda", justificando así explotación, discriminación, segregación, exclusión, y esclavitud a nombre de que hay gente inferior y superior, mejores y peores, perfectos e imperfectos, en niveles y categorías diferentes. Bajo estas creencias, las concepciones relativas que algunos dan valor como patrones y sistemas sociales, culturales, educativos, políticos, económicos y morales, definen los niveles del modelo piramidal bajo el que muchas naciones conciben la vida humana en este mundo.

Las bendiciones del Amor de Dios no caen dentro de ese modelo porque no se "filtran" a través de niveles y categorías de creencias particulares opuestas a las cualidades y medios incluyentes, abarcadores e integradores de Amor. Este es nuestra Esencia y, como reflejo del Amor de Dios, no tiene límites ni fronteras, y no se condiciona a intereses individualistas. No podemos amar a unos en detrimento de otros, ni tampoco podemos amar a alguien a expensas de otro. Esto nos recuerda a los carniceros nazis que torturaron y asesinaron a millones de judíos con su ilimitado odio, mientras abrazaban y besaban a sus esposas, niños y amigos, arguyendo que no hay relación entre masacrar despiadadamente a otros y amar a sus familias. Todavía vemos gente odiando a unos mientras "aman" a otros. Tenemos que reconsiderar la manera en que concebimos "amar", especialmente cuando se ha subordinado a fantasías e ilusiones materialistas, a intereses egoístas, y a la dictadura de la sociedad de consumo. Nuestro Amor a Dios es el mismo Amor que manifestamos al prójimo, y la Torá enseña que cuando amamos al Creador estamos instados a amar a los demás.

Cuando amamos como José amaba a sus hermanos, preservamos la unidad integrante que Amor es, y la Redención le sigue. Para lograr ese tipo de Amor, primero construimos nuestra relación interior con el Amor de Dios como lo hizo José, representando así un paradigma para Israel. En este proceso de construcción tenemos que refinar nuestros rasgos y cualidades individuales como parte de todos los niveles de conciencia, siguiendo y emulando los caminos y atributos de Dios. El refinamiento es una característica definitoria de realeza, y la aprendemos directamente del Creador y Rey de todo, nuestro Dios. En el contexto del judaísmo, Judá está destinado a la realeza como manifestación material del Reino de Dios en este mundo. José como rey es nuestro Amor en la relación interior con Dios, y Judá como rey en nuestra relación exterior con Él; entendiendo exterior como la manifestación material de nuestro Amor a Dios.

José está destinado a realeza en su relación interior con Dios, y Judá destinado a realeza para proclamar Su Soberanía en la Tierra. Como dijimos antes, ambas realezas son parte de la majestuosa unidad que debemos lograr en honor de la Presencia Divina en el mundo material. Esta unidad es lograda reforzando nuestra conexión interna con el Creador, mediante nuestro Amor a Él, que significa seguir Sus caminos y atributos; y en esta fortaleza podremos manifestarlos en lo que hacemos. Tal como lo señalan nuestros Sabios, José y Judá son los dos niveles de la verdadera realeza que son nuestro Amor interior y exterior como fieles manifestaciones del Amor de Dios en Su Creación. Aprendemos que materia y espíritu son partes de la unidad que la vida es. Y ambos trabajan juntos como Amor, a través de Amor y por el propósito de Amor, en todos los aspectos de la conciencia con la misión común de honrar el Amor de Dios como nuestra Esencia e identidad.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.