Continuamos
en Vayishlaj con
el tema tratado en Vayeitzei acerca
de los ángeles como personificaciones de Amor, como medios y
recursos hacia la vida, el mundo y nuestra relación con el Creador:
“Jacob envió mensajeros
[ángeles]
delante de él para su hermano Esaú, a la tierra de Seir, el campo
de Edom” (Génesis
32:4) porque es mediante Amor que concebimos y afrontamos todo,
como manifestación
material del Amor de Dios, de donde emana toda Su Creación.
Esto incluye circunstancias negativas que desafían nuestra
determinación de hacer prevalecer lo bueno en medio de la
adversidad. Esto también implica que debemos tener una actitud
práctica ante situaciones negativas y personas potencialmente
dañinas, como lo hizo Jacob cuando se encontró con Esaú, tras
veinte años de separación luego de estar al borde de un
enfrentamiento mortal. Esaú, Seir y Edom son sinónimos del mismo
estado emocional que nos conduce a afrontar negativamente la realidad
material, y en este sentido es la actitud opuesta a las cualidades
que representa Jacob.
El
versículo se refiere a Esaú como un espacio (tierra, campo) en la
conciencia, el cual debemos
abordar con los mejores rasgos y cualidades, dotados de Amor como
nuestra Esencia y verdadera
identidad. En ese
sentido los ángeles son
como mensajeros que también enviamos al
Creador cuando queremos estar cerca de Él. Esta tierra, por
definición, es hostil a los atributos de Amor porque es un campo de
la conciencia que no discierne de acuerdo al intelecto sino al
aspecto negativo de emociones, pasión e
instinto. Tal como comentamos acerca de Vayeitzei,
hay Cielo y Tierra como dos campos aparentemente separados que en
verdad son uno,
y la misión de Israel es unificarlos en
nuestra conciencia individual y colectiva. Es así como convertimos
el mundo material en un lugar para que la Presencia Divina more entre
(en) nosotros.
Cuando
nuestras tribulaciones o temores nos abruman solemos sentirnos
divididos o separados del campo del Amor de Dios: “(…)
ahora me he convertido en dos campos. Ahora líbrame de la mano de mi
hermano, de la mano de Esaú, porque tengo miedo de él, sea que
venga y me ataque (…)"
(32:11-12) ya que nos sentimos abandonados en nuestras dudas e
incertidumbres en torno a la fortaleza que necesitamos para hacer que
prevalezca Amor sobre el aparente poder de las ilusiones y deseos de
ego. El ego no posee ningún poder a menos que se lo demos, de ahí
que dependa de nosotros dotar de poder cualquier aspecto de la
conciencia para dirigirlo hacia un propósito positivo. Sabemos de
sobra que nuestra misión no es fácil y la historia nos lo recuerda.
La mayoría de nuestros ancestros claudicaron o murieron en sus
esfuerzos para santificar el Nombre de Dios y para honrar Su
voluntad. Debemos saber que una misión de esa envergadura acarrea
batallas difíciles que primero comienzan en
nuestra conciencia individual.
Tenemos
que estar no sólo dispuestos sino preparados para la larga lucha
dirigida a derrotar al mensajero de destrucción que nuestros Sabios
llaman el ángel de Esaú. La batalla está destinada a ganarse, pero
la victoria exige vigilancia eterna para asegurar que los atributos
de Amor sean siempre los
medios que conduzcan a redimir el mundo material de las tinieblas y
la negatividad de las ilusiones de ego. Prevalecemos en esa lucha
conducida por nuestro mayor conocimiento de nuestra conexión con el
Amor de Dios, que a Su vez nos eleva más cerca de Él. “Y él [el
ángel de Esaú] dijo, 'tu nombre ya no será llamado Jacob sino
Israel, porque tienes un poder de mando con [un ángel de] el Eterno
y con los hombres, y tú has prevalecido'.”
(32:29), “El Eterno le dijo, 'Tu nombre es Jacob. Ya no serás
llamado Jacob, sino que Israel será tu nombre'. Y Él lo
llamó Israel” (35:10)
El
nombre Israel está compuesto de una cualidad específica imperativa
complementada con la voluntad del Creador o sometida a Él. En
todo caso, este nombre representa un nexo unificador con Dios.
La determinación que hace prevalecer a Jacob en su lucha para
dominar los aspectos negativos de la conciencia humana, representados
por Esaú, convierten a Jacob en un poder de dominio y mando
sostenido por Dios. Hay traducciones oscuras que definen a Israel
como “el que lucha con Dios”, basadas
en el hecho de que Jacob luchó con uno de Sus ángeles, pero debemos
clarificar que las luchas de Israel son para cumplir la voluntad del
Creador a través de Sus Mandamientos, todo con el fin de disipar los
aspectos negativos de la conciencia al abordar el mundo material.
Cumplimos la voluntad del Creador emulando Su atributo de abundante
amorosa bondad (rav jésed) sobre la cual se sostiene
Su Creación.
Cuando
afrontamos todo en tiempo y espacio con Su Amor como nuestro, este
prevalece: “Y Esaú corrió hacia él [Jacob]
y cayó en su cuello y lo besó, y ellos lloraron” (33:4) Rashi
cita al Rabí Shimón Bar Yojai diciendo que, a pesar de la creencia
generalizada de que Esaú odiaba a Jacob, en ese momento su compasión
de conmovió y lo besó de todo corazón, porque Amor siempre
prevalece. Cuando confiamos y honramos
Amor como nuestra verdadera Esencia e identidad, proclamamos el Amor
de Dios como Su Gloria que cubre toda Su Creación: “Ahí
él [Israel]
erigió un altar, y lo llamó 'El Eterno es el Dios de Israel'.”
(33:20)
Nuestros
Sabios dicen que Jacob erigió este altar en gratitud al Creador por
salvar su vida durante su encuentro con Esaú, que él consideraba un
milagro porque cuando Su Amor se manifiesta a través de nuestras
acciones, lo que vivimos momento a momento es un milagro: “Haz que
Tu semblante brille sobre Tu sirviente, sálvame en Tu amorosa
bondad.
(…)
Bendito
sea el Eterno, porque Él me ha mostrado Su maravillosa amorosa
bondad en una ciudad amurallada [adversidad].” (Salmos
31:17, 22)