Reflexionemos en torno a los pasajes de esta porción referentes a una
pareja casada (Números 5:12-15).
Fidelidad es
la fundación de cualquier relación al igual que del sistema social en el que
uno vive. Si no hay confiabilidad ni seguridad entre la gente y sus
instituciones, entonces hay corrupción, disturbios y conflictos. No en vano el
enorme presupuesto que los países civilizados dedican para el cumplimiento de
la ley.
De hecho la fidelidad tiene un precio que estamos dispuestos a pagar, porque de ella depende lo que más valoramos, apreciamos y amamos, y en lo que más confiamos. Pagamos para sentirnos seguros y recibir bienes y servicios que necesitamos para vivir en paz y tranquilidad dentro de nuestro entorno individual y colectivo.
Si nos obligamos a pagar por confiabilidad, seguridad, fidelidad y lealtad con el fin de sentirnos confiados y seguros en el mundo material, ¿qué tanto estamos dispuestos a pagar para asegurar nuestra relación con Dios? ¿Cuál es el precio a pagar para tenerlo a Él siempre en nuestras vidas? El precio es fidelidad.
Para estar cerca del Creador toma algo más que pagar impuestos para depender de los servicios que presta el gobierno, tales como el cumplimiento de la ley y los beneficios del seguro social, ya que nuestra relación con Él no tiene precio porque está más allá de contratos sociales.
Sin embargo, lo queramos o no, nuestra relación con Él está ligada a la relación que tenemos acá en el mundo entre nosotros y con nuestros entornos.
“Díles a los hijos de Israel: Cuando un hombre o mujer cometa cualquiera de las transgresiones contra el prójimo, actuando traicioneramente contra el Eterno (...)” (5:6)
Nos amamos unos a otros porque amamos a Dios. El Amor de Dios es nuestra Esencia y nexo común con Él, y también entre nosotros en el mundo material. En este contexto Amor es la fidelidad que nos tenemos unos a otros porque sabemos que si los modos y atributos de Amor no están presentes, no vivimos seguros, protegidos ni cuidados. Amor es la fundación de nuestra fidelidad en lo que somos, tenemos y hacemos. Somos fieles a Amor porque tenemos que ser fieles a la Esencia de quienes somos.
Bajo la sociedad de consumo en que vivimos tenemos que pagar por lo que nos hace sentir seguros y protegidos. ¡Los humanos hemos creado tal oscuridad que tenemos que pagar para estar lejos del daño, los perjuicios y los peligros que nosotros mismos hemos creado!
Es una ironía crear situaciones negativas y luego pagar para estar exentos de ellas, y encima las creamos por amor al dinero. Creamos adicciones, distracciones y condiciones poco saludables para después tener que pagar con el fin de liberarnos de ellas.
Es indignante lo que las fantasías e ilusiones de ego son capaces de crear para mantenernos en las tinieblas y la negatividad. Y todavía tenemos el descaro de tenerles más fidelidad a los deseos materialistas de ego que a los modos y atributos de Amor.
Preferimos permitir que el actual estado de cosas y el sistema de la sociedad de consumo gobiernen, en vez de que lo hagan las cualidades positivas de Amor como nuestra Esencia y verdadera identidad.
Reflexionemos acerca de los significados de la fidelidad como lo señala la Torá, cuando estipula el respeto y la lealtad que se deben el hombre y la mujer. Como ya lo hemos dicho, nos debemos fidelidad unos a otros, de la misma manera que le debemos fidelidad a nuestro Dios. Él nos encomienda ser fieles unos con otros, porque se trata de la misma fidelidad que Él quiere que Le tengamos.
En este contexto debemos ser fieles y leales a los principios que definen nuestra identidad judía. De lo contrario nos defraudamos, nos engañamos y nos traicionamos a nosotros mismos. Debemos ser conscientes de que cuando uno es infiel a sus valores y a aquellos a quienes confía su lealtad, es infiel a sí mismo.
El Creador quiere que seamos fieles por nuestro propio bien, y no por Él. El Amor de Dios por nosotros es nuestra verdadera referencia y el fundamento real de nuestra conciencia. Esto significa que, mientras seamos fieles a Sus caminos y atributos como nuestra guía y dirección para lo que somos, tenemos y hacemos, seremos fieles a nosotros mismos.
De lo que se trata la fidelidad es realmente acerca de nosotros como individuos, porque esa es la única manera en que podemos ofrecer confianza, verdad y lealtad a los demás.
Engañamos o traicionamos la fidelidad y la confianza de otros cuando decidimos cambiar “las reglas del juego” en nuestra relación con ellos. Si nuestras reglas son lo suficientemente sólidas y fuertes como cimientos de la conciencia, continuarán siéndolo a pesar de que los otros cambien las reglas.
Esta es una manera práctica de decir que Amor no cohabita con nada distinto a sus modos y atributos. Mientras nos mantengamos fieles, leales y comprometidos con los atributos de Amor en lo que somos y hacemos, seremos fieles a nuestra identidad como la Torá la delinea para nosotros (ver en este blog los otros comentarios sobre la Parshat Nasó: “Unidad en la Diversidad” del 15 de mayo, 2010 y “Viviendo en las Bendiciones de Amor” del 29 de mayo de 2011).
En un nivel superior en torno a la relación hombre-mujer, tengamos en cuenta que tanto hombres como mujeres contenemos polaridades inherentes a cada género y ambos forman una unidad.
Tenemos que evolucionar al conocimiento de que estamos separados físicamente como masculino y femenino con el fin de estar unidos por el sagrado propósito llamado vida y sus múltiples facetas y dimensiones. Sabios místicos se refieren a la unión armonizada de ambas polaridades como el entero propósito de la Creación de Dios y para la cual estamos destinados.
Durante largos siglos hemos luchado contra ese propósito, generando confrontación y conflicto entre nuestras dos polaridades. Hemos estado cegados ante la clara evidencia de que en la unión de ambas se concibe la vida, y con cooperación constructiva elevar, realzar y consagrar la vida para un propósito más altruista que el de las ilusiones y fantasías negativas de ego.
Dicho de otra manera, estamos en el mundo material para armonizar los aspectos masculinos y femeninos de nuestra conciencia con el fin de santificar la vida para el propósito mayor que representan los modos y atributos de Amor. Esto lo logramos siéndolos y haciéndolos. No hay ninguna otra manera y no hay ningún otro propósito.
Lo que catalogamos como negativo, dañino o destructivo de nuestras polaridades masculina y femenina es producto de nuestro propia actitud negativa. No hay nada negativo en ser hombre o mujer, porque ambos compartimos los mismos rasgos y cualidades en mayor o menor proporción. Así que no tiene sentido estigmatizar o despreciar algo que es parte de nosotros. Nuestro dilema es que hasta ahora no hemos podido armonizarlos.
Todos nacemos con proporciones diferentes de ambas polaridades, y es nuestro deber individual y colectivo equilibrarlos y armonizarlos con el fin de reproducir vida como el resultado de la unión del hombre y la mujer.
Desde que nacemos estamos destinados a estar unidos para mantener y expandir la vida humana. Y lo hacemos honrándonos, respetándonos y dedicándonos al bienestar de todos mediante los caminos y atributos de Amor.
Familiaricémonos a fondo con los aspectos masculinos y femeninos de la conciencia, valorando, respetando y honrando sus rasgos y cualidades como medios positivos para rectificar la dirección negativa que les hemos dado en el pasado.
Necesitamos saber de lo que estamos hechos como hombres y mujeres desde la perspectiva que el Amor de Dios nos da como nuestra Esencia y verdadera identidad: Amor. Tengamos fidelidad a Amor como la Esencia que nos acerca unos a otros con el propósito de ser felices y dichosos entre nosotros, porque el Amor de Dios nos creó para que descubramos ese propósitio.
Una vez disipemos con los modos y atributos de Amor las tinieblas que hemos creado en el mundo, nos daremos cuenta del propósito de nuestra identidad en el mundo material.