domingo, 2 de septiembre de 2012

Ki Tavó: Reclamando Nuestra Herencia del Amor de Dios

Hemos dicho en comentarios anteriores acerca de esta porción de la Torá que la Tierra Prometida, la tierra de Israel, es la herencia del pueblo judío, y mencionamos muchas veces que nuestra tierra integra un espacio y tiempo permanentes con el Creador que nos la dio. Esta es la mejor razón para regocijarnos individualmente y colectivamente como parte de nuestra Esencia e identidad que nos otorgó Dios en Su Torá.

Por lo tanto, regocíjate con todo lo bueno que el Eterno tu Dios te ha dado a ti, a tu casa, al levita, y al forastero que están contigo.(Deuteronomio 26:11)

En este contexto entendemos el significado de los diezmos y primicias, ya que todo lo que existe pertenece al Creador. Por lo tanto aquello que produzcamos en nuestra vida y tierra que Él nos dio también le pertenece a Él. Nuestra percepción individualista y separatista de Dios y de los demás nos hace creer que somos dueños de algo que consideramos nuestra propiedad, y esa es una de las mayores ilusiones creadas por la actitud de ego ante la vida y el mundo material.

La Torá enseña que nuestra tierra es parte de nuestra existencia y como espacio físico donde realizamos nuestra unidad como Nación, y unidad en nuestra conciencia. En otras palabras, nuestra unidad depende de nuestra supervivencia individual y colectiva en nuestra tierra. Dios nos dio una tierra donde compartir nuestra identidad y propósito común como judíos con nuestra diversidad, a pesar de nuestras diferencias.

Nosotros como pueblo de Israel somos diversos y multidimensionales como también lo es la conciencia, y el significado de asentarnos en nuestra tierra implica vivir en esta unidos como individuos y como nación. Entonces entregamos los diezmos y primicias para mantener y proteger nuestra unidad y nexo permanente con el Creador que nos dio vida, libertad, la Torá, identidad, y la tierra. Es así como entendemos que nuestra tierra es el lugar y el tiempo donde y cuando reconocemos y vivimos plenamente nuestra conexión con Dios.

Las leyes, ordenanzas, estatutos y Mandamientos indicados en la Torá, relacionados con nuestra vida en la tierra y nuestra relación con esta, también están dirigidos a mantener el nexo con Dios.

“Tú [Israel] has elegido al Eterno este día para ser tu Dios, y andar en Sus caminos, y guardar Sus estatutos, Sus Mandamientos, y Sus ordenanzas, y obedecerlo a Él. Y el Eterno te ha elegido a ti este día para ser Su pueblo atesorado, tal como Él te ha hablado, y para que tú guardes todos Sus Mandamientos, y para hacerte a ti supremo sobre todas las naciones que Él hizo, [para que tengas] alabanza, un nombre [distinguido], y honor; y para que seas un pueblo sagrado para el Eterno tu Dios, tal como Él ha hablado.” (26:17-19)

Integramos este principio en todos los aspectos y dimensiones de la conciencia, ya que al hacerlo asimilamos el Amor de Dios y Su Presencia en nuestra vida. Este es un momento decisivo respecto a lo que sabemos acerca de nosotros y acerca de Dios. Una vez nos demos cuenta que pertenecemos a Él como criaturas Suyas emanadas de Su Amor, comenzamos a descubrir lo que verdaderamente somos: sagrados para Él.

Nos concentramos en este conocimiento al asimilar los caminos y atributos del Creador descritos en la Torá. Al conocer Sus caminos y aprender Sus atributos, también conocemos y aprendemos nuestros caminos y atributos. Es así como entendemos el significado de nuestra relación con Dios, puesto que nos relacionamos con Él a través de Sus caminos y atributos también como nuestros, aprendidos de Él. Esto lo hacemos amándolo a Él, ya que endentemos Su Amor al amarlo a Él.

Esta es una de las razones por las que la Torá nos encomienda amar al Creador con todos nuestro corazón, toda nuestra alma, y todas nuestras fuerzas, porque amándolo conocemos Sus caminos y los hacemos nuestros.

Nuestros Sabios destacan esto como el fundamento y significado primordial de nuestra Esencia e identidad. “Oye Israel, el Eterno es nuestro Dios, el Eterno es Uno [y Único]y en esta declaración de nuestra identidad judía nos damos cuenta de la razón y propósito de nuestra existencia (ver en este blog los comentarios anteriores sobre la Parshat Ki Tavó: “Vivir en la Tierra Prometida” del 22 de agosto, 2010 y “La Herencia del Amor de Dios” del 11 de septiembre de 2011).

En nuestra tierra construimos y ejercemos nuestra unidad, ya que en esta radica nuestro nexo con Dios. Cuando esta unidad es quebrada o fraccionada al caer en fantasías e ilusiones materialistas, las maldiciones llegan como consecuencia directa de nuestra separación entre nosotros como judíos, y también de Dios.

Maldecido sea el hombre que hace un imagen tallada o fundida, una abominación para el Eterno, la obra de la manos de un artesano, y la erige en secreto. Y todo el pueblo dijo '¡Amén!' (...)” (27:17-26, 28:14-68)

La bendición es nuestra conexión con los caminos y atributos de Dios.

“Y todas estas bendiciones vendrán a ti, si obedeces al Eterno tu Dios” (28:1-13)

Debemos insistir en que existimos gracias al Amor de Dios, y que le debemos la vida y todo lo que Él creó para sostenernos en cada aspecto de la conciencia. De ahí que comencemos a conocer quiénes somos verdaderamente partiendo del principio de que somos parte de Su Creación. Debemos conocernos a través de nuestro Creador, y de nada más.

No somos de donde nacimos, de un país, cultura, idioma, costumbres, ideología, moda o religión, ni de lo que aprendimos en la escuela o de lo que hacemos. Estas cosas sólo nos catalogan con relación a otras gentes, países, culturas, idioma, etc. y todos están sujetos a cambios dependiendo de la época, el lugar y las circunstancias.

Nuestro verdadero origen, lugar y tiempo de nacimiento, e identidad real son el Amor de Dios porque todos venimos de Él. Nuestros caminos y atributos son Sus caminos y atributos, señalados en la Torá que Él nos dio. Estos son la verdadera “cultura”, idioma, costumbres, etc. que tenemos que aprender para conocer quiénes somos realmente como judíos y nuestro propósito en este mundo. Es así como nos llegamos convertirnos en Luz para las naciones. Es así como disipamos las fantasías e ilusiones que ego inventa en el mundo material. Este conocimiento nos llega cuando permitimos que el Creador sea manifestado en nosotros como criaturas Suyas.

En esta conciencia lo reconocemos a Él en nuestra vida, la cual también es la tierra donde Él quiere que vivamos y nos regocijemos en nuestro nexo con Él. Sé consciente de que nuestro nexo con Dios radica en Jerusalén como el más elevado conocimiento de nuestra conexión con Él.

“Levántate [Jerusalén], resplandece, porque tu Luz ha venido, y la gloria del Eterno será vista sobre ti. Porque, he aquí que las tinieblas cubrirán la Tierra, y densa oscuridad las naciones; pero sobre ti se levantará el Eterno, y Su gloria será vista sobre ti. Y las naciones caminarán por tu Luz, y reyes por el resplandor de tu elevación.(Isaías 60:1-3)

Es por ello que tenemos que reconstruir y unificar Jerusalén por la voluntad de Dios, ya que es así como llega nuestra Redención Final.

“Violencia no se verá más en tu tierra, ni desolación ni destrucción dentro de tus fronteras; y llamarás a tus murallas Redención, y a tus puertas Alabanza.” (60:18)

Como ya lo hemos dicho, el pleno conocimiento de vivir en el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad está en nuestra tierra donde somos redimidos.

“Tu pueblo también serán todos justos, ellos heredarán la tierra eternamente; la rama que Yo he plantado, la obra de Mis manos, donde Me glorifico.” (60:21)

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.