domingo, 29 de marzo de 2015

Pésaj: Entre la pirámide y el círculo

En esta Pésaj debemos reflexionar en lo que dejamos en Egipto, y lo que recibimos después del Éxodo. La mayoría de nosotros conocemos la historia, pero tomemos en cuenta algo además de esclavitud y libertad, sumisión e independencia, alienación e identidad. Nuestros sabios místicos llaman a Egipto e Israel dos niveles de conciencia opuestos que no están destinados a coexistir juntos. Ellos destacan que vivir en Egipto bajo el dominio del faraón fue una aberración.

Nuestra tradición oral señala que la sociedad egipcia era la más depravada y abyecta de la antigüedad. Los hijos de Israel no solo vivieron en esa nación sino que fueron esclavos en ella. Ante los ojos de las naciones vecinas, los israelitas vivían en lo peor de la condición humana. También parecía imposible escapar de la esclavitud bajo quienes gobernaban la que era considerada la nación más poderosa de su tiempo.

Nuestros sabios también indican que, precisamente esta era la clase de realidad que Dios eligió para hacer ver al mundo Su preferencia por los hijos de Israel. La piedra que despreciaron los constructores se convirtió en la piedra angular. Dios lo quiso así, y es algo que las naciones no pueden cuestionar ni rechazar, ya que se trata de la voluntad de Dios.

Bajo estas circunstancias el Creador de todo cumplió Su promesa a los patriarcas hebreos, Abraham, Isaac y Jacob. Así los dramáticos acontecimientos que ocurrieron no solamente estaban dirigidos hacia la liberación de Israel, sino un claro y rotundo mensaje para el mundo respecto a la voluntad de Dios. Las plagas y el Éxodo fueron el preámbulo de la culminación de ese mensaje que es la Torá.

La Torá contiene la distinción entre el bien y el mal, correcto e incorrecto, falso y verdadero, útil e inútil, etc. La Torá delinea los principios éticos que el Creador quiere hacer prevalecer en la humanidad, e Israel el pueblo elegido para entregar dicho mensaje. En este contexto debemos asimilar el significado transcendental de nuestra liberación de la esclavitud en Egipto bajo el faraón.

La destrucción de la nación más poderosa de la tierra en su tiempo es la premisa para la identidad judía. De ahí que Dios nos encomiende recordar esto diariamente, ya que es parte de lo que somos. Igualmente debemos asimilar que nuestro Éxodo de Egipto también implica nuestro rechazo a lo que Egipto representa en la conciencia humana.

El símbolo más emblemático de Egipto es la pirámide. La mayoría de nosotros sabemos lo que significa, además de ser la tumba de uno de los faraones. Como tumba la pirámide representa la muerte, la cual era la principal veneración en el antiguo Egipto, el culto a la muerte. Así nos damos cuenta de una de las razones por las que Israel es lo opuesto a Egipto.

Reflexionemos sobre el otro significado de la pirámide. Carlos Marx usó el modelo piramidal para exponer las divisiones entre clases, y los "niveles" que determinan los conflictos y contradicciones, que según él generan la "lucha de clases" que eventualmente conduce a revoluciones cuyo objetivo es procurar y establecer la "igualdad" entre la gente. Desde tiempo inmemorial el modelo piramidal ha regido en la mayoría de los pueblos y naciones del mundo. Aquí lo llamaremos la "mentalidad" de los goim (usualmente traducido como “naciones”).

Dios pidió a Moisés pedirle permiso al faraón para dejar salir a los hijos de Israel al desierto para una jag (usualmente traducida como “festividad”, pero literalmente significa “estar en círculo”) dedicada a su Dios, HaShem. Esta palabra nos lleva a entender que el Dios de Israel quiere que Su pueblo esté unido en un círculo alrededor de Él, no debajo de Él. Dios no quiere que el modelo piramidal domine en el mundo, sino el circular.

El pueblo de Israel lo vivió y lo experimentó durante su trayectoria en el desierto por 40 años. Dios estaba en el centro (el tabernáculo), y el pueblo lo rodeaba Él. Algunos podrían argüir que también había niveles y divisiones entre los hijos de Israel después del Éxodo. Ni niveles ni divisiones, sino diferentes funciones de acuerdo al tipo de nación y sociedad que Dios delinea para Israel en la Torá. El pueblo de Israel es inherentemente diverso, de ahí doce tribus con distintos rasgos, cualidades y talentos, todos encomendados a estar “juntos unidos” para server la voluntad de Dios.

En el judaísmo no hay diferencias entre aguatero, leñador, juez, sacerdote, soldado, artista, gobernante, agricultor, etc. Todos son igualmente importantes en la unidad armónica funcional que Israel está encomendada a ser, tener y manifestar. Nuestras diferencias no significan que nos separen sino que nos unan, a diferencia de otras naciones. Desafortunadamente a través de nuestra historia el pueblo judío ha preferido emular el modelo piramidal de las naciones en vez del círculo que nuestra Torá quiere que vivamos.

Es un asunto de identidad, ya que elegimos ser lo que somos con el libre albedrío que Dios nos dio. Esto nos lleva a una las propuestas que Dios nos hace en torno a decisiones. La bendición y la maldición. La primera como vida y la segunda como muerte, y Él nos ordena elegir la vida. De ahí que seamos el pueblo que elige la vida sobre la muerte predicada y venerada en el antiguo Egipto, y también en nuestros tiempos bajo el mandato de los islamofacistas.


Reunámonos juntos unidos otra vez en esta Pésaj venidera, tal como lo hicimos luego de nuestra milagrosa liberación de la esclavitud en Egipto. Regocijémonos en círculo alrededor de nuestro Dios, y celebremos la identidad que Él nos dio, honrando nuestra herencia. Volvamos a contarles a nuestros niños quiénes somos, de Quién venimos, y el destinos que debemos realizar juntos unidos.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.