domingo, 31 de julio de 2011

Parshat Devarim: Vivir en el Amor de Dios

Cada libro de la Torá es importante al igual que cada palabra contenida en ellos, y sus mensajes están dirigidos a todos los aspectos y dimensiones de nuestra conciencia para entenderlos, asimilarlos y asirlos. Sabemos que algunos de los Mandamientos de la Torá están más allá de nuestra comprensión, y ello tiene sentido considerando que la Palabra de Dios, al igual que el Amor de Dios y Sus atributos, en últimas, están fuera de nuestro entendimiento. Nosotros solamente "entendemos" y "sentimos" tanto como nuestras almas nos lo permiten.

Nuestros Sabios dicen que el alma es para el cuerpo lo que el Creador es para el mundo, y esto quiere decir que el alma nos hace conscientes de ella en el cuerpo, como Él hace al mundo consciente de Su Presencia. También quiere decir que el alma es el lugar del cuerpo y Dios es el lugar del mundo, pero ni el cuerpo ni el mundo son el lugar del alma, ni el lugar de Dios. Entendemos este principio haciéndonos conscientes de que nuestra misión como individuos (cuerpos) y como colectividad (mundo) es revelar el Amor de Dios como la Presencia Divina en nuestras vidas y entornos, porque Él es nuestra Esencia, nuestro sustento y nuestra vida.

En el último libro de la Torá, Devarim (Cosas, Dichos), hay una repetición de muchos de los Mandamientos ya dados y reiterados en los libros anteriores, y también profecías que han sido cumplidas a lo largo de nuestra historia judía. Reflexionemos en algunas de estas repeticiones: "El Eterno nuestro Dios nos habló en Horeb, diciendo, 'Vosotros habéis vivido lo suficiente en esta montaña. Volved y partid, y venid a la montaña de los amorreos y a todas sus comarcas, en la llanura, sobre la montaña, en las tierras bajas, y en el sur, y por la playa del mar, la tierra de los cananeos, y el Lebanón, hasta el gran río, el río Éufrates." (Deuteronomio 1:6-7).


En estos dos versículos se nos recuerda nuevamente que una vez vivimos lo suficiente en el Amor de Dios, bajo Su cuidado, protección y guía, como elementos del conocimiento permanente de Su Presencia en nuestras vidas, debemos verter este conocimiento en todos los niveles y dimensiones de la conciencia con el fin de poder "asentarnos" en la Tierra Prometida, en la vida dentro de los caminos y atributos de Amor como manifestación material del Amor de Dios.

Estos niveles y dimensiones son el mayor conocimiento de la amorosa bondad y sus manifestaciones ("las montañas"), de las emociones y pasiones ("las llanuras"), de nuestros instintos ("las tierras bajas"), de los caminos (sur, norte, este, oeste, arriba y abajo) adonde dirigimos nuestros pensamientos ("la playa del mar"), de cómo subyugamos, controlamos y dirigimos nuestras emociones negativas ("las naciones cananeas), de cómo consagramos nuestros deberes y actividades en la vida ("el Lebanón" como símbolo adicional del Tabernáculo o Templo), y el fluir de nuestra identidad activa ("los ríos"), como las premisas para vivir una vida en la plenitud de Amor: "Y ellos tomaron en sus manos el fruto de la Tierra [Prometida] y nos lo trajeron para nosotros, nos contaron y dijeron, 'La Tierra que el Eterno nuestro Dios nos da es buena'." (1:25), ya que la vida, en los modos y de Amor, siempre es buena.

Otra vez se nos recuerda tener en mente que nuestro mayor conocimiento del Creador (representado por Moisés, nuestro maestro) es de hecho nuestro verdadero guía, pero necesita las demás cualidades y aspectos positivos de la conciencia (las Tribus de Israel) para cumplir plenamente nuestra misión de revelar (para nosotros mismos y para las naciones) la Presencia de Dios en Su Creación: "¿Cómo llevaré yo solo vuestras molestias, vuestra carga, y vuestras disputas? Preparad para vosotros hombres sabios y entendidos de entre vuestras Tribus, y yo haré de ellos guías sobre vosotros" (1:12-13).


Este mayor conocimiento del Amor de Dios como nuestra Esencia puede elevar toda nuestra conciencia y hacerla capaz de revelarlo a Él en nuestras vidas y en el mundo: "Y yo ordené a Josué aquella vez, diciendo, 'Tus ojos han visto todo lo que el Eterno, tu Dios, había hecho a estos dos reyes' Así el Eterno hará a todos los reinos a través de los cuales atravesarás. No les temáis, porque el Eterno vuestro Dios es quien lucha por vosotros." (3:21-22).

Aquí aprendemos que Josué y Moisés representan el mismo conocimiento para nosotros como individuos y como Nación. Una vez somos conscientes ("vemos") que el Amor de Dios es nuestro Creador, nuestra vida y sustento, podremos reencaminar nuestros pensamientos, emociones, pasiones e instintos, por los que "atravesamos" cuando manifestamos lo que somos y lo que hacemos. En esta "travesía" no tenemos que temer caer en emociones negativas y en bajas pasiones porque Amor con sus atributos está allanando el camino, suavizando las asperezas de nuestra conciencia.


Esta es la manera en que el Amor de Dios "lucha" por nosotros cuando hacemos la elección de permitir que Él conduzca nuestras vida para vivirla en Sus caminos y atributos, que son la Tierra que ha prometido para nosotros.

Del Prefacio del Libro

¿Por qué el Amor de Dios, como nuestro Creador, fue escondido por tanto tiempo? Nuestros Sabios místicos hebreos creen que fue ocultado por Sí Mismo para que nosotros lo busquemos, lo encontremos y lo revelemos. Pero, ¿por qué quisiera esconderse como en un juego de niños? No. Nosotros lo escondimos. Fuimos nosotros quienes no quisimos reconocer el Amor de Dios como nuestro Creador.(...) Reexaminemos nuestra memoria ancestral, intelecto, sentimientos, emociones y pasiones. Hagamos que despierten a nuestra verdadera Esencia, captemos la exquisita conciencia del Amor de Dios. La manera en la que está escrito este libro procura reafirmar y reiterar su propósito, por lo tanto presenta su mensaje y contenido en forma reiterativa. Esa es su meta para reinstaurar esta Verdad originalmente proclamada en nuestras Sagradas Escrituras, por nuestros Profetas y Sabios. Nuestro propósito es entronizar el Amor de Dios como nuestra Esencia y verdadera identidad en todas las dimensiones de la conciencia, para así cumplir Su Promesa de que Él habite entre nosotros para siempre.