La
Entrega de la Torá es el acontecimiento más importante de la
historia judía y también del mundo. La Torá es la identidad y la
constitución de los judíos porque sin ella no existimos. Al
mismo tiempo contiene el plan maestro del Creador para Su Creación,
que incluye al mundo material. Este plan nos está parcialmente
revelado como el código de ética mediante el cual manifestamos y
hacemos tangible el Amor de Dios. En este sentido la Torá contiene
reglas y directrices para la humanidad, dirigidas a cumplir el
mensaje primordial de la Torá para todos: “Amarás
a tu prójimo como a ti mismo, [porque] Yo soy el Eterno”.
Las
reglas y directrices de la Torá abarcan lo que define como
Mandamientos, leyes, estatutos y decretos, porque necesitamos
aprender cómo andar en los caminos del Creador emulando Sus
atributos. Todos
estos como
emanaciones de Su amor, de donde procede todo lo que existe. Nuestros
Sabios se refieren a los estatutos como reglas para dirigirnos y
guiarnos como individuos, y a las leyes (mishpatim)
como reglas para relacionarnos unos con otros. Tenemos que entender
estos estatutos y leyes como parte de los mismos cimientos éticos
que el Amor de Dios quiere darnos para manifestar Amor como nuestra
Esencia común con Él.
Hay
que tener en cuenta que cada regla en la Torá debe ser aprendida, ya
que el propósito de
la vida humana es una experiencia educativa basada en una
actitud empírica ante el mundo material. Esto quiere decir que
aprendemos mediante prueba y error, diferenciando entre cierto y
falso, útil e inútil, productivo y destructivo, positivo y
negativo. Esto
lo hacemos viendo a la Naturaleza como el “diseño
inteligente” que
algunos llaman en estos tiempos. Nuestros antepasados aprendieron a
través de este proceso, e igualmente lo hacemos nosotros. Los
animales también siguen este mismo patrón, y parte de nuestro
aprendizaje es ver cómo estos se comportan y actúan en su ambiente.
La principal lección que aprendemos de los animales es que parecen
entender Amor como la Esencia que da vida y protege la vida.
El
Creador nos dio discernimiento humano para ir más allá de lo obvio
y “básico”
de Amor (no tan obvio para muchos). Mediante
las reglas y directrices educativas de la Torá (nunca olvidemos
que Torá en hebreo significa Instrucción)
preparamos la conciencia para asimilar el Amor de Dios a través de
ser y manifestar Amor como nuestra Esencia e identidad. Nuestros
Sabios explican que la primera de las leyes presentadas en la Torá
después de ser entregada a Israel está relacionada con la manera de
tratar a un esclavo hebreo. Se
refiere a su cautiverio no sólo como servidumbre sino como un
proceso educativo. Ellos explican que tales esclavos fueron hombres
que cometieron transgresiones como homicidio involuntario y robo, por
los
que tuvieron que venderse para pagar los daños que no pudieron
compensar con dinero o posesiones materiales. En este contexto
cautiverio en la Tierra de Israel era parte de las leyes de la Torá,
no sólo como reglas de castigo sino como directrices correctivas y
educativas para aquellos que sabían poco y actuaron por ignorancia.
En este mismo contexto debemos entender las Ciudades de Refugio y a
los levitas como lugares de rehabilitación y personas que enseñaban
a los hijos de Israel los medios y arbitrios de la Torá.
Usemos
una analogía para asimilar
mejor las reglas de la Torá. Es como aprender a manejar un auto o
vehículo. La mayoría de los países consideran manejar no un
derecho sino un “privilegio”, ya que estiman que un privilegio
implica no sólo responsabilidades sino obligaciones. Una vez estamos
al volante el resto de la gente no espera menos de uno, y estamos
obligados a manejar con cuidado y cumplir con las leyes universales
de tránsito. Hay un proverbio español que dice que “no hay hombre
cuerdo a caballo”, porque se presume que un individuo se comporta
diferente sobre un caballo por el hecho de que no anda por sí mismo
sino sobre algo que exige su atención. De ahí que aprendamos a
manejar también aprendiendo las reglas del tránsito. Las
palabras claves aquí son “privilegio”, “cómo”,
“responsabilidad” y “obligación”.
Como
judíos tenemos el privilegio
de ser el pueblo de la Torá, la cual nos encomienda aprender los
caminos y atributos del Creador. Estos
como parte de Su Amor por nosotros y Su Creación, los cuales son la
manera cómo cumplimos
Su voluntad. Esta es nuestra principal responsabilidad
con el fin de conocer
quiénes somos y nuestro propósito en la vida, y llegamos a conocer
esto aprendiéndolo. Nuestro aprendizaje y conocimiento nos conducen
a responder al mundo material, y la manera cómo lo hacemos
nos hace responsables. Como proceso integrador, en este conocimiento
los Mandamientos, estatutos y decretos de la Torá como reglas y
directrices, son nuestros medios y arbitrios para cumplir
nuestras obligaciones como
judíos. En este sentido nos vemos naturalmente obligados y
no forzados a ejercer nuestra verdadera Esencia e identidad.
El
viejo adagio que dice “a quien mucho se le da, de él mucho se
espera” nos hace conscientes de que la Torá define nuestra Esencia
e identidad judía. Sabemos que la Torá es el Amor de Dios por
Israel en particular y por el mundo en general. Esto
significa que somos la personificación de la Instrucción de Dios
como mensajeros y el mensaje para la conciencia humana. No hay Amor
sin sus modos
y atributos, así como no hay Amor de
Dios sin Su Torá. También sabemos esto por experiencia porque se
nos enseña e instruye Amor desde el momento en que nacemos.
Aprendemos
que Amor es la Esencia de todos los Mandamientos, reglas, estatutos y
decretos, porque todos ellos son los caminos y medios de Amor.
Seamos siempre conscientes de que todo lo que somos,
tenemos y hacemos se supone que es causa y efecto de Amor. Igualmente
el Amor de Dios es
causa y efecto de Su Creación: “Y servirás al Eterno tu Dios, y
Él bendecirá tu comida y tu bebida, y Yo [el Eterno] removeré
[toda] enfermedad de tu entorno” (Éxodo 23:25)