La
Torá, Israel, la Tierra Prometida, y el Templo de Jerusalén son los
elementos esenciales para revelar la Presencia del Creador en el
mundo material. Son partes de la misma entidad que llamamos
conciencia, y también son los medios para lograr el propósito de
esta. La Torá es el Plan Maestro del Creador, la Tierra Prometida es
el espacio material y espiritual para implementar el Plan, y el
Templo de Jerusalén es nuestro más elevado conocimiento del
Amor de Dios como nivel para unirnos a Él. En esta Unidad cumplimos
nuestra misión de revelar y proclamar Su Soberanía sobre toda Su
Creación.
Con
el estudio de la Torá aprendemos a conocer al Creador a través de
Sus caminos y atributos, que nosotros como Israel estamos
encomendados a emular. Como nuestra herencia y legado Divino, la
Torá define nuestra identidad como judíos. Somos judíos
porque la Torá nos dice lo que somos. Hemos pasado centenares de
generaciones inmersas en el estudio de la Torá sólo con el fin de
definir para nosotros y las futuras generaciones quiénes
somos. El producto de
esa larga jornada son los volúmenes compilados por la Torá Oral [el
Talmud]. Irónicamente, después de tantos siglos y vidas dedicadas a
esa tarea monumental, seguimos debatiendo lo que define la identidad
hebrea. Esto nos indica que uno de los mayores retos y esfuerzos que
debemos abordar en la naciente era Mesiánica es descubrir y abrazar
lo que verdaderamente somos, basados en la definición que
el Creador nos dio en Su Torá.
Mientras
no nos demos cuenta cuál es nuestra identidad judía, nunca sabremos
nuestro propósito en el mundo material. Conocer o ignorar esta
identidad ha determinado nuestra fortuna como individuos y como
Nación. Si estamos dispuesto a aprender de nuestra historia, la
conclusión obvia y más “lógica” sería abrazar nuestra
auténtica identidad. Aunque esto pareciera que nuestro predicamento
común es rebelarnos contra quiénes somos, prefiriendo asimilarnos a
otras “culturas”, creencias o estilos de vida. La mayor crítica
a los judíos no observantes es su falta de interés por conocer la
identidad hebrea. Si por puro interés personal indagaran por ella,
probablemente dejarían atrás aquello que no define lo que realmente
son. Es interesante notar que en estos tiempos millares de personas
de todo el mundo están abrazando el judaísmo como su identidad
personal y espiritual. Esto cumple las profecías sobre “la
congregación de los exiliados” como descendientes de las perdidas
Tribus de Israel, por quienes rezamos tres veces al día cuando nos
paramos ante nuestro Padre y Rey.
La
Tierra de Israel es el lugar geográfico en el mundo material
escogido por el Creador para Su pueblo, con el fin de cumplir su
destino de acuerdo a Su voluntad. La Torá describe esta Tierra como
espacio físico y espiritual para ejercer nuestra identidad, porque
esta integra cualidades materiales y espirituales. El judaísmo
concibe la vida y el mundo como parte de una unidad de la cual nada
está separado, ya que nuestro destino es hacer de lo material y lo
espiritual medios para revelar la Presencia de Dios como el
Creador de todo. Esto abarca todos los niveles y dimensiones de la
conciencia, que deben ser dirigidos y guiados por Su voluntad. Es lo
que aquí llamamos el Amor de Dios como causa y efecto de lo que
concebimos y vivimos como Amor en nuestra comprensión humana. Entre
más descubrimos, vivimos, aprendemos y compartimos Amor, más
conoceremos el Amor del Creador.
En
este sentido, la Tierra de Israel integra todas las facetas
de la conciencia humana, manifiestas y potenciales, bajo el
conocimiento del Amor de Dios. Tenemos montañas, valles, desiertos,
playas, mar, lagos, colinas y llanuras que representan pensamientos e
ideales, imaginación, introspección, expresión, sensibilidad,
austeridad y rasgos del carácter que expanden o limitan la manera
cómo concebimos y afrontamos la vida, el mundo y nuestras relaciones
con los demás. En este sentido hemos sido bendecidos con una Tierra
(material y espiritual) que extiende el potencial humano en cada
dimensión del intelecto, el pensamiento, las emociones, los
sentimientos, las pasiones e instintos. Esta Tierra, como cualidad
especial en la conciencia, nos dota para realizar la voluntad del
Creador. Dicho de otro modo, mientras no vivamos en ella (no vivir en
la conciencia con todo su potencial) no podremos manifestar
plenamente los caminos y atributos de Dios.
El
Santuario, como el Tabernáculo y el Templo de Jerusalén, es también
el punto focal físico y espiritual en el que nuestra conciencia
logra su total conocimiento de la identidad judía. Al asimilar el
Amor de Dios como la Esencia de lo que somos mediante el conocimiento
de los modos y atributos de Amor, ascendemos a Jerusalén (la más
elevada realización del Amor Divino). Entonces podremos entrar al
lugar más sagrado de la conciencia, el cual es nuestra conexión con
el Creador. De ahí que recemos tres veces al día por la
reconstrucción de Jerusalén, y este proceso sólo lo podemos hacer
con la ayuda del Amor de Dios. Así entendemos terumá
como el proceso
de elevación a
través del cual ofrendamos nuestra vida a la voluntad del Creador.
Las ofrendas que elevamos en el Templo son todas las facetas,
aspectos, rasgos, cualidades y dimensiones bajo la conducción de
Amor como la manifestación material del Amor de Dios. Ver en este
blog nuestro
comentario sobre la Parshat Terumá: “Elevando la Vida al Amor
de Dios” del 30 de enero 2011 para más detalles.
Sólo
Amor encuentra Amor y nada más. Así comprendemos que nuestras
ofrendas deben ser impecables y completas, lo que significa que en
ellas no hay nada más que Amor: “(…) y haz que ellos tomen para
Mí una ofrenda [lit. elevación] de cada persona cuyo corazón
le inspire a generosidad (…)” (Éxodo 25:2) porque cuando Amor
nos inspira y llena, la generosidad le sigue y nuestro Amor encuentra
el Amor de Dios: “Y ellos Me harán un Santuario, y Yo moraré
entre [en] ellos” (25:8) y la Torá es el medio para establecer
este Santuario: “Y pondrás en el Arca el Testimonio que
Yo te daré” (25:16)
Nuestros
Sabios debaten en torno a los significados alegóricos de cada parte
y utensilio del Tabernáculo, comparándolos con el cuerpo humano y
con todo lo que Dios creó en los siete días de Su Creación. Con
estas comparaciones nos enseñan que el Santuario integra todos los
elementos de la Creación material y espiritual. Como alegoría del
cuerpo humano, significa que todo lo que el cuerpo contiene debe ser
consagrado al Creador, de ahí que: “Dichosos son aquellos que
moran en Tu Casa, [porque] ellos te alabarán por siempre (Salmos
84:4) ya que después de todo somos Sus criaturas y nuestro
destino es conocerlo a Él y unirnos a Él. Este es el legado de la
Torá, de Israel, la Tierra Prometida, y el Templo de Jerusalén:
“Alaba al Eterno, oh Jerusalén; alaba a tu Dios, oh Sión. Porque
Él ha reforzado los cerrojos de tus portales, Él ha bendecido a tus
hijos en medio de ti. Él ha hecho la paz dentro de tus fronteras, Él
te sacia con el mejor de los trigos” (147:12-14)