Hemos
dicho muchas veces que nuestros Sabios igualan oír con entender
y ver con saber, para enseñarnos dos niveles de percepción. De ahí
que asimilemos el mundo material a través de los sentidos, y el
conocimiento a través del entendimiento.
En este contexto, “Yitro oyó…” y “Yitro vino” (Éxodo
18:1, 5) son dos etapas que dan sentido al hecho de que el
pensamiento precede a la acción. Nuestros Sabios místicos dicen que
Yitro
es
una precondición para la revelación de la Presencia Divina en el
mundo (acontecida en Sinaí), y mencionan varias razones que
consideraremos más adelante. Yitro personifica el proceso que los
hijos de Israel tenemos que realizar en nuestra relación con el
Creador, porque hay que oír
acerca
de Él y entender Su Amor antes de venir a
Él. Esto quiere decir que no necesitamos ni tenemos que verlo y
conocerlo a Él antes de abrazarlo a Él. Entender
es
el primer paso para asimilar conocimiento,
y en este sentido nuestros Sabios místicos definen el proceso
comenzando con el intelecto como la capacidad de adquirir sabiduría,
seguido por el discernimiento (entendimiento) que nos lleva al
conocimiento como experiencia y producto de la compenetración con lo
previamente entendido.
Este
es un proceso universal concerniente a la conciencia
humana que también aplicamos en nuestro propósito de conocer al
Creador. Israel fue elegido para vivirlo a través de cada sentido y
nivel de conciencia durante las plagas en Egipto y la separación de
las aguas del Mar Rojo, con el fin de contarles a sus descendientes
acerca de los acontecimientos que cambiaron para siempre nuestra
relación con el Creador. De ahí que primero oigamos
acerca
de su experiencia con Él para que nosotros vengamos
a
Él, tal como lo hizo Yitro. Es por ello que nuestros Sabios
consideran que Yitro también personifica al converso que viene al
judaísmo como el verdadero camino
de vuelta al Creador, y por verdadero nos
referimos al proceso de discernimiento que precede nuestro
conocimiento de Él. En este proceso los judíos somos todos
conversos a la Torá como lo fuimos en Sinaí, porque tenemos que
buscar individualmente este conocimiento primero entendiendo
sus
mensajes tanto revelados como ocultados por el Creador.
Nuestra
tradición oral cuenta que Yitro renunció a la idolatría en el
tiempo en que Moisés llegó a Midián huyendo de Egipto, y como
ex-sumo sacerdote de culto a ídolos él conocía los medios y
arbitrios de las fuerzas de la naturaleza, considerados dioses
menores por los pueblos paganos. Este conocimiento lo hizo un ejemplo
inequívoco para los idólatras que quieren abandonar sus cultos y
servir directamente a la voluntad del Creador. Debemos entender
idolatría
como
algo más concreto que abstracto. Tanto la Torá Oral como la Torá
Escrita se refieren a la idolatría no como un culto irreal sino como
algo concreto, ya que se basa en que las fuerzas de la naturaleza
tienen poder sobre la vida, como realmente es. La distinción que la
Torá hace muy claramente es que esas fuerzas están dirigidas por el
Creador porque todas ellas sirven a Su voluntad. Así
quedó rotundamente comprobado con el Éxodo de Egipto y los milagros
que le siguieron. Este Éxodo tuvo el doble propósito de liberar a
Israel del cautiverio y la opresión, y demostrar al mundo entero que
Dios es el único dueño y gobernante de Su Creación.
Muchos
creemos que la hechicería, la necromancia, la adivinación, el vodú
y otras prácticas mágicas pertenecen al reino de la fantasía y que
existen solamente en las mentes supersticiosas, y eso es un error. La
Torá nos encomienda a los judíos rechazar tales creencias y
prácticas no porque no fuesen “reales”,
sino porque nos debemos al Creador que nos eligió para estar por
encima de las leyes de la naturaleza (de los dioses menores) para
servir a Su voluntad. Esto es lo que nos ha hecho diferentes,
y nos sigue haciendo distintos a otras naciones: nuestra creencia en
un sólo y único Dios, y nuestra relación igualmente exclusiva
con
Él. Nuestros Sabios cuentan que Yitro practicó y experimentó todo
tipo
de cultos a las fuerzas de la naturaleza, y venir a Sinaí para
reconocer la soberanía del Creador fue una de las condiciones para
que Israel recibiera la Torá.
En
nuestros tiempos la idolatría primitiva se une a la idolatría
moderna en forma de fantasías e ilusiones materialistas de ego bajo
el nombre de adicción a modas, vanidad, drogas, culturas “pop” o
“light”, y estilos de vida que esclavizan bajo la sociedad de
consumo. Tales ídolos parecerían más difíciles de abandonar que
la esclavitud en Egipto, y ego
como el faraón moderno y
regidor absoluto e imbatible en todos los niveles de conciencia.
Llegar a ser el Yitro contemporáneo parece algo cercano a lo
imposible mientras no entendamos
el
Amor de Dios, y vengamos
a
Sus caminos y atributos como las fuerzas redentoras que son las
verdaderas
regidoras
de nuestra conciencia.
Nuestra
libertad completa comienza cuando oímos y entendemos la voz del Amor
de Dios como nuestra verdadera Esencia e identidad. Cuando lo
hagamos, nuestro propio Amor pone en acción nuestra conexión con su
fuente, que es el Amor Divino: “Y el Eterno descendió al monte
Sinaí… y el Eterno llamó a Moisés hacia la cima del monte, y
Moisés ascendió” (19:20) porque
Él desciende para llamar a nuestro entendimiento para que venga a
Él, y este nivel se convierte en nuestro conocimiento de Su Amor.
Yitro
representa nuestro conocimiento de que no importa qué tan “reales”
puedan ser las fantasías e ilusiones de ego respecto a lo que
creamos, pensamos o sintamos acerca de lo que poseamos o estemos
apegados, ya que todas ellas son vanidad pasajera y futilidad que
tarde o temprano cambiarán o dejarán de ser, si es que no nos
destruyen antes. Tenemos que ser practicantes experimentados de
fantasías e ilusiones materialistas al extremo de hacernos tan
expertos como sumo sacerdotes idólatras. En
el conocimiento de su futilidad podremos entender
que sólo Amor realiza maravillas y milagros capaces de traernos de
vuelta al conocimiento
del Amor de Dios, como nuestro Único y exclusivo Creador y Fuente de
Vida. Despertemos a nuestro discernimiento como entendimiento del
Amor de Dios para abrazarlo como nuestro Creador, Redentor y
verdadera libertad.